4.11. Pardista a secas

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Una votación de la Cámara de Senadores hundió en el olvido al señor don Germán Arenas. Y una votación de la Cámara de Diputados lo ha sacado a flote. Prendido de la emisión ha reaparecido en público. La emisión ha sido para él, si queremos decirlo en términos suyos, aunque huachafos, un áncora de salvación.
         Por supuesto el señor Arenas no ha reaparecido de ministro sino de diputado por Huaraz. Y en el momento en que la misma Cámara se había olvidado casi de que acababa de ser ministro. Pero, al fin y al cabo, ha reaparecido, que es lo que él anhelaba con toda el alma.
         Y ha reaparecido de la única manera posible: con discurso.
         Un discurso cuyo principal objeto ha sido el de hacerle a la Cámara de Diputados un recuerdo:
         —Yo que he sido ministro de hacienda hasta hace muy poco… Y luego el pretexto del recuerdo:
         —… tengo que fundar mi voto sobre este proyecto que, como ministro, he defendido.
         Y, al margen del recuerdo, una exclamación de la gente olvidadiza y desmemoriada de la galería:
         —¿Entonces este señor Arenas ha sido el antecesor del señor Maúrtua? ¡Pero este señor no es bolchevique! ¡Pero este señor es muy chico! ¡Pero este señor!
         Además, ha tenido otro eco la reaparición del señor Arenas. Otro eco que no ha estado en la reaparición misma sino en una declaración que el señor Arenas ha traído aparejada:
         —Solo mi amistad con el señor Pardo pudo hacerme aceptar el Ministerio de Hacienda.
         Hemos sabido, pues, por boca del propio señor Arenas, que cuando se encarga de un ministerio es por amistad con el presidente de la República. No es por acuerdo con la mayoría parlamentaria. Ni es por interés de su partido. Ni es por mandato de sus ideales políticos. Es por amistad con el presidente de la República. Solo por amistad.
         El señor Arenas, para lo que ustedes gusten, no se siente civilista. Ni se siente bloquista. Ni se siente católico. Ni se siente diputado de la mayoría. Ni se siente siquiera diputado por Huaraz. No se siente sino pardista. Amigo del señor Pardo. Irá donde el señor Pardo lo lleve. El señor Pardo es su partido. El señor Pardo es su programa. El señor Pardo es su doctrina. Pardismo se llama para él todo lo que a su pensamiento sienta y a su corazón enamora.
         Un sistema de uso personal del señor Arenas. Un sistema que todo lo simplifica. Un sistema que asegura y preserva contra quebraderos y preocupaciones.
         Hay para abrir la boca como ante una invención tremenda. Y hay para hacerse muchas reflexiones.
         Este que pasa, el doctor Maúrtua, ministro de hacienda, es socialista. Ése que se detiene, el señor Balbuena, diputado insigne y persona amena, es liberal. Aquel que se aleja, el señor don Víctor Andrés Belaunde, joven maestro y orador sustancioso, es futurista. Pues bien, los tres tienen filiaciones muy complicadas. El señor Arenas, en cambio, tiene una filiación muy sencilla. Una filiación sin credos y sin principios embarazosos. El señor Arenas no es sino pardista. Además de pardista es otras cosas. Abogado, por ejemplo. Y católico como el señor Fariña. Pero todo esto es accesorio. Lo sustantivo es que es pardista.
         Casi una teoría nueva.
         A lo mejor es que, para encontrarla, el señor Arenas no ha necesitado meditación ni estudio. No ha necesitado sino pararse y decirla. Y, después de decirla, admirarla. Y finalmente sentarse.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de junio de 1918. ↩︎