4.10.. En voz baja

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Nos dura y nos crece la gana de tener miedo.
Y es que nos hemos metido en la cabeza el convencimiento de que se conspira. Así, vagamente, de que se conspira. De que se conspira porque en estos instantes no se puede dejar de conspirar. De que se conspira no sabemos si para este o para aquel. De que se conspira no más.
         Lo interesante es que este convencimiento ha salido de Palacio. Primero que un convencimiento de la gente metropolitana ha sido un convencimiento del gobierno. Y un convencimiento que no ha querido quedarse escondido dentro de la vieja, noble y remendada casa donde se asentara el señorío de aquel Marqués de los Atavillos de quien suele recordársenos que antes que gobernador de pueblos, fue apacentador de cerdos.
         Todos los días se nos asegura:
         —El gobierno sabe que se conspira.
         Y suele ocurrírsenos responder cándidamente:
         —¿Para qué?
         Y poner una cara de asombro cuando se nos dice que para echarlo.
         —¿Para echarlo como al gobierno del señor Billinghurst?
         —O de otra manera.
         Y risueñamente sentimos renacer los olvidados rumores criollos de los románticos tiempos en que nuestro ingenioso hidalgo, el señor don Augusto Durand, acostumbraba aparecer de pronto en una altura en traza de caudillo revolucionario.
         Pasan, unos tras otros, rumores de la más legítima e histórica cepa peruana.
         Y apenas si cogemos uno de sabor actual:
         —El presidente de la República ha llamado a Palacio al director del Panóptico.
         Y nos parece un rumor típico. Pensamos, con él en las manos, que todos los rumores de este linaje se semejan. Puestos en la máquina de escribir no valen nada. Son una tontería. Pero dichos con redomado acento, con aprensiva pronunciación y con cuitado guiño resultan terriblemente sensacionales. No está su elocuencia en lo que sus palabras cuentan sino en lo que sus palabras callan. Representan una furtiva irrupción de la mirada criolla en los dominios del misterio. Tiene el mismo hálito trágico de los dramas de Maeterlink.
         Abrumados por la fuerza del destino nacional nos cruzamos de brazos, agachamos la cabeza y nos decimos resignadamente:
         —Bueno; se conspira.
         Y nos sacude un escalofrío.
         Pero enseguida nos da muy mala espina que sea la gente del gobierno la que alimente estas inquietudes. Y nos preguntamos si no será que se quiere poblar la atmósfera de pavores y de grimas para que lleguemos a los días de las elecciones con la idea de que hay una revolución tras de la puerta. Y para que el gobierno del señor Pardo nos maneje entonces a su guisa. Y para que nos ponga de media vuelta tan luego como crea que nos descantillamos. Y para que nos suene a media noche las rejas, los candados y los cerrojos de la penitenciaría.
         Que, en esta tierra de los Incas, conquistada por un apacentador de cerdos, todo es acontecedero.
         Todo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de junio de 1918. ↩︎