3.16. Sal y buenaventura

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Cuentan los cronistas palatinos que el señor don José Carlos Bernales es el único personaje nacional que visita consuetudinaria y trascendentalmente al señor Pardo que nos manda.
        Pero se equivocan.
        Otro personaje nacional, el señor don Manuel Montero y Tirado, visita más que el señor Bernales al señor Pardo que nos manda. Mucho más. Y es un personaje disímil. Porque no es político como el señor Bernales. Porque no es senador por Lima como el señor Bernales. Porque no es candidato a la presidencia de la República como el señor Bernales. Porque no usa escarpines como el señor Bernales. Y porque no fuma puros como el señor Bernales. Solo se asemeja al señor Bernales en que es gerente también. No gerente del Senado. Ni gerente de la Recaudadora. Gerente de la Salinera.
        Gerente de la Salinera no más se llama el señor Montero y Tirado. Pero es que el señor Montero y Tirado no quiere usar sino el más modesto de sus títulos. Más que gerente de la Salinera parece gerente de la República. O, por lo menos, gerente del gobierno del señor Pardo.
        Vemos un día que el gobierno del señor Pardo necesita quien le gestione un empréstito en New York. Y que manda a New York al señor Montero y Tirado. Vemos otro día que el gobierno del señor Pardo necesita quien le maneje la Compañía Peruana de Vapores. Y que manda a la Compañía Peruana de Vapores al señor Montero y Tirado. Vemos otro día que el gobierno del señor Pardo necesita quien auxilie al Ministerio de Hacienda para el abaratamiento de las subsistencias. Y que manda al Ministerio de Hacienda al señor Montero y Tirado.
        Nuestro gran ministro bolchevique suele saludar así al señor Montero y Tirado cuando, puntual y solícito, aparece en su despacho:
        —Señor Dictador de Subsistencias…
        Y entonces el señor Montero y Tirado protesta risueñamente:
        —¡Usted es el Dictador de Subsistencias! ¡Usted que es el ministro del Pueblo! ¡Yo no soy sino el gerente de la Salinera!
        Pero el señor Maúrtua, por contrariarlo, le replica:
        —Es que yo no puedo ser dictador. ¡Yo soy socialista!
        Y parado, alegre, humorista, con las manos en los bolsillos, se agacha para sonreírle desde las nubes al señor Montero y Tirado.
        Nada turba al señor Montero y Tirado. Nada lo arredra. Nada lo saca de quicio. Al lado del señor Maúrtua, va convirtiéndose, sin embargo, en un gerente del Comité de Defensa de la Alimentación Popular. Y anda engolfado en mil empresas de abaratamiento que lo llevan de donde los pescadores a donde los harineros y a donde los carboneros y a donde los camaleros.
        Hay quienes le dicen:
        —¡Usted es el brazo del gobierno!
        Mas él lo niega:
        —¡No tanto!
        Y por galantería le rebajan el piropo:
        —¡Ud. es la mano del gobierno! Mas su negativa se prolonga:
        —¡No tanto!
        Y entonces no le rebajan absolutamente nada.
        También hay quienes le auguran:
        «De repente el señor Pardo le va a hacer a usted presidente de la República. ¡De repente señor Montero y Tirado!».
        Mas el señor Montero y Tirado tiene un argumento habitual contra este vaticinio:
        —¡Presidente de la República, nunca! ¡Yo no quiero ser sino gerente!
        Y hay por esto quienes piensan en la posibilidad de que se le cambie al presidente de la República el título de presidente por el título de gerente.
        Y finalmente hay quienes con demasía de razón y de acierto, están seguros de que las generaciones venideras agradecidas y fidelísimas le erigirán un monumento al señor Montero y Tirado.
        Y de que pondrán su estatua sobre un plinto de diáfana y hialina sal huachana, de románticos y palurdos camotes y de frágil y humilde carbón de palo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de mayo de 1918. ↩︎