1.17. Oración y bizcocho
- José Carlos Mariátegui
1Como regalo para las ánimas buenas, honestas y apacibles de la República llegan estos dos días de penitencia, de atrición y de continencia de carne. Dos días durante los cuales la gente metropolitana no se preocupará de la política; durante los cuales el señor Pardo no firmará ningún decreto ni concebirá ningún proyecto; durante los cuales se holgarán perezosos los periodistas; durante los cuales el señor don Ántero Aspíllaga se sentirá más tranquilo, más sereno y más ecuánime que de costumbre; durante los cuales no habrá sesión en la cámara del señor don Juan Pardo, ni en la cámara del señor don José Carlos Bernales; durante los cuales no se hablará de la convención destinada a darnos otro gobierno nacional como el del señor Pardo, si la gracia de Dios no lo evita; y durante los cuales, finalmente, el bienestar de los pueblos estará asegurado de las mejores maneras posibles.
Para el gobierno del señor Pardo estos dos días representarán principalmente dos días de descanso para el Senado y, por ende, de tregua para la gran ofensiva parlamentaria emprendida por el señor don Miguel Grau con las más duras armas y con los más bravos denuedos. Para el señor don Manuel Bernardino Pérez estos dos días representarán dos días de cierre del teatro, de la municipalidad y del parlamento, lugares todos donde engorda, medra y se refocila su espíritu obeso, patriarcal, refranero y criollo. Y representarán dos días de recogimiento y de pan de dulce para el Sr. D. Alberto Secada, que lleva escondida bajo su fosforescente cáscara de satanismo y jacobinismo, un corazón bueno, cándido y puro de pescador evangélico, eternamente vivificado por las esperanzas de un mesías que nos enmiende, que nos adoctrine, que nos reforme y que nos redima.
Un solo pensamiento mantendrá en estos días a la gente en furtivas tangencias con la política. Será el pensamiento que conecte el proceso de la candidatura del señor don Ántero Aspíllaga con el proceso de la cuaresma. Y es que la gente católica tiene que recordar que esta candidatura apareció en los días de carnaval y creció, avanzó y prosperó en el discurso de la cuaresma, como si hubiera sido una tentación enderezada a perturbar el espíritu cristiano del buen señor de Cayaltí en el mismo período en que son conmemoradas las tentaciones del desierto.
El señor Aspíllaga ha sido realmente tentado. No por el demonio, porque ya, según todas las apariencias, ni siquiera el demonio anda por estas tierras. Pero ha sido tentado. Y lo que es más consternador, se ha dejado seducir por la tentación.
Nosotros, gentes piadosas y caritativas, que admiramos de veras al señor Aspíllaga por cuanto hay en él de gentleman, de gentilhombre y de dandi, le hemos mandado a nuestros más preciados farautes para que le dijeran:
—¡Señor Aspíllaga! ¡Autorícenos para desmentir la mala versión que le supone a usted candidato! ¡Declárenos usted que no es candidato! ¡Que no lo será por ningún motivo!
Mas el señor Aspíllaga les respondió:
—¡Yo no soy candidato! ¡Pero no puedo desmentir la mala versión que supone lo contrario! ¡Yo he sido tentado! ¡Tentado por mis amigos! ¡Y soy demasiado asequible con ellos para resistir la tentación!
Es así como llegamos a estos dos santos días, purificada el alma y confortado el cuerpo por la unciosa oración y por el plácido bizcocho pascual de doradas almendras, pero con el corazón afligido por la pena de mirar caído en tentación al señor Aspíllaga. Y, sobre todo, por la amargura de no saber esperar que estos dos santos días lo induzcan al arrepentimiento, a la contrición y a la penitencia.
Para el gobierno del señor Pardo estos dos días representarán principalmente dos días de descanso para el Senado y, por ende, de tregua para la gran ofensiva parlamentaria emprendida por el señor don Miguel Grau con las más duras armas y con los más bravos denuedos. Para el señor don Manuel Bernardino Pérez estos dos días representarán dos días de cierre del teatro, de la municipalidad y del parlamento, lugares todos donde engorda, medra y se refocila su espíritu obeso, patriarcal, refranero y criollo. Y representarán dos días de recogimiento y de pan de dulce para el Sr. D. Alberto Secada, que lleva escondida bajo su fosforescente cáscara de satanismo y jacobinismo, un corazón bueno, cándido y puro de pescador evangélico, eternamente vivificado por las esperanzas de un mesías que nos enmiende, que nos adoctrine, que nos reforme y que nos redima.
Un solo pensamiento mantendrá en estos días a la gente en furtivas tangencias con la política. Será el pensamiento que conecte el proceso de la candidatura del señor don Ántero Aspíllaga con el proceso de la cuaresma. Y es que la gente católica tiene que recordar que esta candidatura apareció en los días de carnaval y creció, avanzó y prosperó en el discurso de la cuaresma, como si hubiera sido una tentación enderezada a perturbar el espíritu cristiano del buen señor de Cayaltí en el mismo período en que son conmemoradas las tentaciones del desierto.
El señor Aspíllaga ha sido realmente tentado. No por el demonio, porque ya, según todas las apariencias, ni siquiera el demonio anda por estas tierras. Pero ha sido tentado. Y lo que es más consternador, se ha dejado seducir por la tentación.
Nosotros, gentes piadosas y caritativas, que admiramos de veras al señor Aspíllaga por cuanto hay en él de gentleman, de gentilhombre y de dandi, le hemos mandado a nuestros más preciados farautes para que le dijeran:
—¡Señor Aspíllaga! ¡Autorícenos para desmentir la mala versión que le supone a usted candidato! ¡Declárenos usted que no es candidato! ¡Que no lo será por ningún motivo!
Mas el señor Aspíllaga les respondió:
—¡Yo no soy candidato! ¡Pero no puedo desmentir la mala versión que supone lo contrario! ¡Yo he sido tentado! ¡Tentado por mis amigos! ¡Y soy demasiado asequible con ellos para resistir la tentación!
Es así como llegamos a estos dos santos días, purificada el alma y confortado el cuerpo por la unciosa oración y por el plácido bizcocho pascual de doradas almendras, pero con el corazón afligido por la pena de mirar caído en tentación al señor Aspíllaga. Y, sobre todo, por la amargura de no saber esperar que estos dos santos días lo induzcan al arrepentimiento, a la contrición y a la penitencia.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de marzo de 1918. ↩︎