1.16. En el Prólogo

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Cada día nos sentimos más cerca del as desapacibles y emocionantes horas de la lucha presidencial. Un día amanecemos con la noticia de que el señor don Ántero Aspíllaga se confiesa candidato a la presidencia de la República. Otro día amanecemos con la noticia de que el señor don Augusto B. Leguía se ha trasladado de Inglaterra a España para así no pasar bruscamente de la vida británica a la vida peruana. Y otro día amanecemos con la noticia de que los demócratas se reorganizan, de que los demócratas se mueven y de que los demócratas hablan de una convención que designe candidato nacional.
        Esto de los demócratas es lo más reciente. Es lo del día. Es lo del momento. Es lo que se comenta y discute en los grupos callejeros. Porque es lo que viene a indicarnos más hondamente que la lucha presidencial se avecina y que los políticos se preocupan de ganar posiciones mientras llega.
        Preguntase la gente con el anuncio de la convención entre manos:
        —¿Convención, para qué?
        —Para que haya candidatura nacional.
        —¿Para que haya candidatura nacional como la del señor Pardo en 1915?
        —Entonces, ¿convención, para quién? ¿Para el señor Aspíllaga?
        —¡No es posible! ¡Para el señor Aspíllaga, no!
        —¿Para el señor Tudela y Varela?
        —¡Para el señor Tudela y Varela, tampoco!
        —¿Por qué no para el señor Tudela y Varela? ¿Y por qué no para el señor Aspíllaga?
        —Porque el señor Tudela y Varela es muy civilista. Porque el señor Aspíllaga es muy civilista también. Porque en una convención de los partidos no podrían prevalecer los civilistas. ¡Porque sobre todo no podría prevalecer el pardismo!
        —¿Para quién es, pues, la convención?
        —La convención no es para alguien. ¡No puede ser para alguien! ¡La convención no es sino contra alguien!
        —¿Contra Leguía?
        —Así es. ¡Contra Leguía!
        —¿Luego el señor Pardo no quiere que su sucesor sea este ni aquel? ¿Luego lo único que quiere es que no sea Leguía? ¿Por eso la convención no es para alguien? ¿Por eso es solo contra Leguía?
        —Exactamente.
        —¿Y contra Prado también?
        —Contra Prado fue la asamblea civilista. La asamblea que hizo presidente del civilismo al señor Ántero Aspíllaga. La que le dio a la catedral civilista del señor Pardo la hegemonía del partido civil.
        —Y si la convención no puede ser para un civilista, ¿para quién podría ser?
        —¡Esa es la incógnita!
        —¿Acaso una incógnita vinculada a la resurrección del partido demócrata?
        —¡Acaso!
        —¡Pues entonces no hay incógnita! ¡Pues entonces solo hay que la convención es para un demócrata!
        —¡Tal vez! ¡Solo que todavía no puede haber ninguna seguridad!
        —Pero hay siempre una. ¡Una seguridad que basta! Se prepara una convención de la cual no se sabe para quién puede ser. ¡De la cual únicamente se sabe que es contra Leguía!
        —Efectivamente.
        —Pasa, pues, que el señor Pardo no puede dejarnos un sucesor “suyo”. Y, por eso, se conforma con que no sea Leguía.
        —Pasa…
        —¡Y pasa, por ende, que el civilismo, que siente que no puede hacer presidente a uno de sus hombres, piensa ayudar al pierolismo, su adversario tradicional, para que suba al gobierno!
        —Pasa…
        —¡Y pasa que a juicio del señor Pardo, el señor Leguía es más enemigo del civilismo que todos sus enemigos históricos!
        —Pasa…
        —¡Y pasa finalmente que es muy probable que veamos al civilismo sosteniendo una candidatura demócrata!
        —Con tal de que se llame candidatura nacional…
        No se paran aquí los devaneos del público. Las preguntas se estiran hasta el infinito. Las respuestas se estiran más que las preguntas. Y acaban sonando nombres propios. Propios y demócratas.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de marzo de 1918. ↩︎