9.3. Palmas y laureles
- José Carlos Mariátegui
1Dentro del palacete de la cancillería ha sentido el señor don Francisco Tudela y Varela una aspiración impaciente. Ha pensado que es un hombre poderoso, que es un hombre ilustre y que es un hombre feliz, pero que no es todavía un hombre popular. Y ha empezado a querer serlo.
Ya no se contenta su ánima con los regalos ni las venturas del poder. Ya no se contenta con las grandezas del gobierno. Ya no se contenta con los honores de las guardias palatinas. Ahora desea ser amada por las muchedumbres y por ellas alabada y bendecida.
Después de haber sido presidente de la Cámara de Diputados y leader de la mayoría parlamentaria el señor Tudela y Varela no necesitaba sino ser presidente del consejo de ministros para llegar a las cumbres de la celebridad peruana. Y presidente del consejo de ministros es desde el sonoro momento de la historia patria en que salió del Palacio de Gobierno el señor don Enrique de la Riva Agüero para que hubiese paz y concordia entre los hombres de la república.
Pero no solo es presidente del consejo de ministros el señor Tudela y Varela. Es, sobre todo, uno de los cancilleres del mundo que en esta hora solemne se preocupa de los destinos de la humanidad. Y es un canciller que se ha alzado ruidosamente para afiliarnos al número de las naciones coludidas contra la rubia y fiera Alemania.
Apenas si existe una posición que no ha sido ocupada todavía por el señor Tudela y Varela. Es la Presidencia de la República. Y desde el día en que fue leader de la mayoría parlamentaria fue también candidato a la Presidencia de la República el señor Tudela y Varela.
Actualmente el señor Tudela y Varela no puede anhelar otro señorío que el de la popularidad bulliciosa porque es el único señorío que le falta en esta camisa y de los prendedores de quintos de libra.
Y ha acometido ya la conquista de la popularidad bulliciosa, aunque es un gentilhombre de arrogantes orgullos y de aristocráticas maneras, mal avenido con las ásperas turbulencias de la democracia y peor avenido con las vocinglerías de la demagogia sudorosa de los suburbios.
Anteayer no más se despojaba el señor Tudela y Varela de sus protocolarias rigideces cortesanas para acudir a una fiesta popular en el Jardín de las Palmeras. Alegre y risueño se confundía con los obreros en una misma libación y en un mismo entusiasmo. Y rendía pleito homenaje a la gracia mestiza de las damas de las sociedades obreras.
Había gentes que aguaitaban asombradas al señor Tudela y Varela y que se preguntaban entre ellas:
–¿Este señor Tudela y Varela que come anticuchos y bebe chicha en el Jardín de las Palmeras es el canciller Tudela y Varela que va en automóvil al Parlamento?
Tenían que responderse afirmativamente.
Mientras tanto el señor Tudela y Varela se entregaba a los goces honestos de la gula criolla. Se iniciaba en el conocimiento de la excelencia de la chicha cabeceada. Se solidarizaba con las damas obreras en el consumo de las viandas que desde lontanos tiempos nutren y alimentan el espíritu nacional.
Y había voces femeninas que proclamaban futuro presidente de la República al señor Tudela y Varela, que se desazonaba de que de esta manera lo festejasen dentro de un jardín criollo.
Pero que se consolaba reflexionando en que así era la popularidad en el Perú.
Ya no se contenta su ánima con los regalos ni las venturas del poder. Ya no se contenta con las grandezas del gobierno. Ya no se contenta con los honores de las guardias palatinas. Ahora desea ser amada por las muchedumbres y por ellas alabada y bendecida.
Después de haber sido presidente de la Cámara de Diputados y leader de la mayoría parlamentaria el señor Tudela y Varela no necesitaba sino ser presidente del consejo de ministros para llegar a las cumbres de la celebridad peruana. Y presidente del consejo de ministros es desde el sonoro momento de la historia patria en que salió del Palacio de Gobierno el señor don Enrique de la Riva Agüero para que hubiese paz y concordia entre los hombres de la república.
Pero no solo es presidente del consejo de ministros el señor Tudela y Varela. Es, sobre todo, uno de los cancilleres del mundo que en esta hora solemne se preocupa de los destinos de la humanidad. Y es un canciller que se ha alzado ruidosamente para afiliarnos al número de las naciones coludidas contra la rubia y fiera Alemania.
Apenas si existe una posición que no ha sido ocupada todavía por el señor Tudela y Varela. Es la Presidencia de la República. Y desde el día en que fue leader de la mayoría parlamentaria fue también candidato a la Presidencia de la República el señor Tudela y Varela.
Actualmente el señor Tudela y Varela no puede anhelar otro señorío que el de la popularidad bulliciosa porque es el único señorío que le falta en esta camisa y de los prendedores de quintos de libra.
Y ha acometido ya la conquista de la popularidad bulliciosa, aunque es un gentilhombre de arrogantes orgullos y de aristocráticas maneras, mal avenido con las ásperas turbulencias de la democracia y peor avenido con las vocinglerías de la demagogia sudorosa de los suburbios.
Anteayer no más se despojaba el señor Tudela y Varela de sus protocolarias rigideces cortesanas para acudir a una fiesta popular en el Jardín de las Palmeras. Alegre y risueño se confundía con los obreros en una misma libación y en un mismo entusiasmo. Y rendía pleito homenaje a la gracia mestiza de las damas de las sociedades obreras.
Había gentes que aguaitaban asombradas al señor Tudela y Varela y que se preguntaban entre ellas:
–¿Este señor Tudela y Varela que come anticuchos y bebe chicha en el Jardín de las Palmeras es el canciller Tudela y Varela que va en automóvil al Parlamento?
Tenían que responderse afirmativamente.
Mientras tanto el señor Tudela y Varela se entregaba a los goces honestos de la gula criolla. Se iniciaba en el conocimiento de la excelencia de la chicha cabeceada. Se solidarizaba con las damas obreras en el consumo de las viandas que desde lontanos tiempos nutren y alimentan el espíritu nacional.
Y había voces femeninas que proclamaban futuro presidente de la República al señor Tudela y Varela, que se desazonaba de que de esta manera lo festejasen dentro de un jardín criollo.
Pero que se consolaba reflexionando en que así era la popularidad en el Perú.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de enero de 1918. ↩︎