9.4. Al margen del pisco

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor don Víctor M. Maúrtua ha conquistado la cúspide de la celebridad peruana sin fatiga, sin sudor, sin denuedo y sin heroísmos. Una ley breve y lacónica ha hecho vibrar su nombre en todos los pueblos del Perú. Gentes rústicas y borrachas, que no saben que M. Woodrow Wilson es uno de los grandes hombres del mundo, saben que el señor don Víctor M. Maúrtua es uno de los grandes hombres del Perú. El nombre del señor Maúrtua suena incesantemente así en la serranía humilde como en el valle algodonero. Suena maldecido unas veces, censurado otras y enaltecido las demás. Pero suena siempre. Suena más que el nombre de cualquiera de los grandes hombres peruanos que desde hace luengos años se agitan para que se hable de ellos en esta república de melancólicos aborígenes y perezosos mestizos.
         Max Nordau quiso una vez hacer una frase y dijo que la celebridad era una lotería. La ley antialcohólica del señor Maúrtua ha servido para que la frase de Max Nordau quede en ridículo en el Perú. El señor Maúrtua ha empezado a ser un hombre célebre en el momento en que le ha parecido bien serlo. Si su celebridad es solo peruana es porque el señor Maúrtua no ha podido dar una ley sino para el Perú.
         Mientras el señor Maúrtua no era sino un admirable pensador, en los pueblos del Perú no tenían noticias de él. Hablaba el señor Maúrtua desde su tribuna de parlamentario o desde su tribuna de maestro y apenas si había unos cuantos hombres de buena voluntad que lo oíamos y lo comentábamos. Para convertirse en un hombre popular ha tenido el señor Maúrtua que prohibirles a las gentes que se embriagaran durante los días en que lo hacían con mayor contento y con mayor demasía. Acaso esta ley antialcohólica ha sido, pues, una ironía del señor Maúrtua. Se preguntaría por qué no era popular en el Perú siendo un hombre de tanta grandeza intelectual. Se reconocería el noble error de no haber hablado nunca desde el escenario de un teatro como una tonadillera mercenaria y frágil. Y decidiría ser inmediatamente popular sin necesidad de acometer ninguna nueva obra laboriosa y compleja. Al día siguiente mandaría a la mesa de la Cámara de Diputados una tira de papel con las firmas de dos hombres esclarecidos de la Cámara unidas a la suya.
         Lo cierto es que sobre esa tira de papel se ha erigido la celebridad del señor Maúrtua. Ya la sabiduría y el talento del señor Maúrtua no seguirán siendo inadvertidos por las muchedumbres nacionales. Ha sido indispensable que esas muchedumbres tuviesen que indignarse contra él para que se dieran cuenta de que existía aquí un hombre eminente y altísimo.
         Asistiendo a esta rápida y repentina divulgación del nombre del señor Maúrtua en la república hemos puesto los ojos en los varones que trabajan incansablemente para ser populares en ella. Los hemos visto sudorosos, fatigados, tesoneros, gritones e impertérritos. Les hemos medido el palmo de popularidad que ganan cada día enronqueciéndose y empinándose. Y hemos reflexionado luego en que mientras todos estos son hombres de carácter, hombres de energía, hombres de actividades y hombres de lucha, el señor Maúrtua es un hombre inteligente que jamás se ha esforzado por ser caudillo, que jamás ha sido conducido en hombros por las multitudes y que jamás ha visto halado su coche por la juventud delirante, soliviantada y bulliciosa…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de enero de 1918. ↩︎