9.2. Pérez, síndico

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Arteras osadías del destino desalojaron de la municipalidad limeña y del Parlamento Nacional al señor don Manuel Bernardino Pérez. Acaso estuvieron también a punto de desalojarlo de la Universidad Mayor de San Marcos. Pero, para ventura de la patria, vino tras ellas este gobierno del señor Pardo que había de apresurarse a restituir al señor Pérez primero al Parlamento nacional y más tarde a la municipalidad limeña.
         Bajo el auspicio de este gobierno del señor Pardo ha vuelto el señor Pérez a la Cámara de Diputados que era su hogar legítimo. Y bajo el mismo nobilísimo auspicio ha vuelto a la Municipalidad de Lima, que era su hogar igualmente. Ha sido reparado totalmente uno de los más feos entuertos y de las más atrevidas injusticias de la historia peruana.
         Un personaje criollo de tan interesantes atributos como el señor don Manuel Bernardino Pérez no debe vivir fuera de la Municipalidad de Lima ni del Parlamento peruano. Su pensamiento socarrón y ladino, su frase refranera y lerda, su talle obeso y sanchopancesco, sus ternos verdes, sus camisas rosadas, sus corbatas granates, sus chicagos de paja, sus zapatos de elástico y sus medias crudas le dan sobrado título para ocupar permanentemente un asiento en la Municipalidad de Lima y en el Parlamento peruano. Si el señor Pérez no puede ser en el Perú vitaliciamente diputado y concejal no sabemos quién podría serlo. Tal vez ni siquiera otro de los señores Pérez que circulan por las calles de Lima munidos de una investidura más o menos trascendental y duradera.
         Era en otros tiempos en la Municipalidad de Lima donde el señor Pérez acometía sus más traviesas aventuras. Lento y cansino subía la ancha escalera de la vieja y sucia casa del cabildo, pero ágil y remozado se introducía en los escenarios de los teatros para asediar los corazones de las codiciables mozas de partido del coro. Y desde el palco municipal estudiaba con sus ávidos y golosos gemelos de Don Juan mestizo la anatomía cotizable de las bailarinas de “oleé mi niño”.
         Sin el señor Pérez la Municipalidad de Lima languidecía y declinaba. No era la municipalidad risueña de otros tiempos, a pesar de su casa sucia, a pesar de su escalera ancha, a pesar de sus chinos barrenderos y a pesar de sus escobas. Hacía falta en ella el señor don Manuel Bernardino Pérez, sustancioso e irremplazable personaje de la democracia peruana.
         Acontece, pues, que la municipalidad que se ha instalado en la casa del cabildo el primero de enero no es, como nos parecía, la misma municipalidad de antes. Es una municipalidad nueva en su fisonomía, nueva en su espíritu, nueva en su traje. No importa que la presida siempre el minúsculo señor Miró Quesada. Es de todos modos una municipalidad nueva. Y es una municipalidad nueva porque es una municipalidad que ha restaurado en la casa del cabildo el viejo señorío del señor Don Manuel Bernardino Pérez venciendo así los iconoclastas ardores pasajeros que de allí lo habían segregado.
         Apenas ha visto la ciudad al señor Pérez en la Municipalidad de Lima ha sentido como que le restituían una víscera.
         Y ha pronunciado esta pregunta:
         –¿Otra vez va a ser el señor Pérez inspector de espectáculos?
         Y como le han respondido que no, ha pronunciado enseguida esta otra pregunta:
         –¿Entonces va a ser inspector de rodaje?
         No se imaginaba la ciudad que el señor Pérez pudiese ser otra cosa que inspector de espectáculos o inspector de rodaje. No se imaginaba que pudiese ser síndico de rentas. Y en esto ha estado injusta, muy injusta.
         Para nosotros ha sido un acierto la elección del señor Pérez como síndico de rentas. Era a nuestro juicio indispensable que el señor Pérez fuese síndico. Y solo habría sido más atinada que su elección de síndico su elección de alcalde. Porque estamos persuadidos de que el alcalde que por antonomasia le corresponde a la Ciudad de los Reyes para los días del centenario es el señor don Manuel Bernardino Pérez, a quien todavía no perdemos la esperanza de ver en esos días pasar bajo un arco de sauces y quitasueños dentro de una blasonada carroza de colores halada por dos caballos blancos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de enero de 1918. ↩︎