8.9. Vísperas de vísperas

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Paso a paso nos estamos metiendo nuevamente en un laberinto. Y jamás hemos hallado en los laberintos de la política nacional el hilo de Ariadna. Mientras tanto siempre hemos estado a punto de encontrarnos con un minotauro.
        Esta conflagración política es una conflagración progresiva. Empezó en pequeño. Todavía sigue complicándose y extendiéndose. Y no sabemos cómo va a concluir.
        Un día, con el proyecto de las calificaciones parlamentarias sobre la mesa del señor don José Carlos Bernales, vimos que la mayoría del Senado no era mayoría. Era solo una mayoría de diecinueve votos. Y el reglamento de las cámaras le exigía que fuese una mayoría de veinte votos para ser mayoría.
        Vimos al día siguiente que la mayoría mandaba llamar de la sierra un voto. Vimos otro día que el voto llamado llegaba en un tren presuroso y agitado. Vimos que, sin embargo, la mayoría no se sentía aún mayoría y no iba al Senado. Vimos después que la mayoría iba al Senado, pero que en lugar de transformarse en una mayoría de veinte votos se había transformado en una mayoría de dieciocho votos que no era, por supuesto, mayoría. Vimos enseguida que esta mayoría volvía a alejarse del Senado para aguardar el refuerzo de los votos venidos en su auxilio de Puno, de Arequipa y de Ica. Y vimos finalmente que la minoría, soliviantada contra esta mayoría que no había sabido ser mayoría oportunamente, se marchaba a su turno del Senado inmovilizándolo.
        Puso entonces la mayoría el grito al cielo. ¡Cómo era posible que no se hubiese tenido la cortesía de esperar que creciera mediante el auxilio de los vapores y de los trenes!¡Cómo era posible que cuando había dejado de ser una mayoría de diecinueve o de dieciocho votos para comenzar a ser una mayoría de veintidós votos se invalidase su eficacia de mayoría! ¡Cómo era posible que no hubiera habido solicitud y paciencia para dejar que fuese mayoría!
        Se irguieron exasperados los hombres de la mayoría:
        –¿Quién manda en el Senado? ¿La mayoría o la minoría?
        Y les respondimos nosotros:
        –Manda la mayoría. Pero manda siempre que es mayoría cuando debe serlo.
        Nos replicaron:
        –¡Ahora somos mayoría! Y les contestamos:
        –¡Pero la minoría no ha estado luchando contra la mayoría de ahora! ¡Y por eso no le presenta batalla! ¿Dónde está la mayoría de antes?
        Insistieron ellos:
        –¡Esa mayoría no era mayoría! Agregamos nosotros:
        –Bueno; por eso no ha prevalecido.
        Y lo que vimos en esos días de la mayoría que no era mayoría se ha convertido en lo que estamos viendo actualmente.
        Ya no hay solo una mayoría chica y una minoría grande. Ahora hay una convocatoria fracasada, un gobierno soliviantado, un periódico enojado, un gabinete sacudido y una convocatoria ratificada. El asunto de las diputaciones por Lima ya no es el asunto de ayer. Ahora es un asunto que tiene estremecida y perturbada la vida política.
        Los hombres de la mayoría se han persuadido momentáneamente de la inutilidad del grito. Y no gritan. No gritan ni azuzando al señor Pardo ni asaeteando al señor Prado. Se han bajado de su viejo campanario de La Rifa. Y se ha callado la María Angola de sus editoriales que ya no será movida sino para tocar a gloria o para tocar a rebato. Ahora los hombres de la mayoría hablan en voz baja. Seducen. Amenazan. Ruegan. Y conspiran. Pero no conspiran en sus casas sino en el Palacio de Gobierno.
        Y los hombres de la minoría que eran ayer unos hombres pacíficos y tranquilos son ahora unos hombres majestuosos y marciales. Los han hostigado tanto que han tenido que cuadrarse y solidarizarse. Y junto a ellos está la minoría de Diputados. Ya, pues, no hay una sola sino dos minorías. Minoría de senadores y minoría de diputados. Y las dos cámaras están sin quórum. La Cámara del señor don José Carlos Bernales y la Cámara del señor don Juan Pardo.
        El gobierno por su parte se ha puesto en sus trece y ha expedido una segunda convocatoria. Las minorías permanecen firmes e inquebrantables. Saben que las está mirando la ciudad. Oyen sus aplausos. Y se crecen.
        Murmuran, rencorosos y entonados, los cazurros varones del comité de la calle de La Rifa:
        –¡Esta bien! Si las minorías no van al Congreso no habrá presupuesto. ¡El señor Pardo hará lo que le dé la gana!
        Mas el señor Echenique, que sigue avanzando en el camino de la celebridad, se baja entonces de su automóvil y responde:
        –¡Está bien!
        Y nosotros comprendemos que posiblemente van a regresar los tiempos de la política criolla que tan nostálgicos tiene a los señores Jorge y Manuel Prado.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de diciembre de 1917. ↩︎