8.8. El ilustre estudiante

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Nos tienen soliviantados los espíritus miopes que se duelen de que el señor Borda haya sido aplazado en un curso de la facultad de letras. Nadie quiere al señor Borda tanto como nosotros que siempre lo hemos admirado hasta en la cinta bicolor de su monóculo. Y nosotros sentimos un gran contento de que el señor Borda haya tenido el honor de salir reprobado en uno de los veinte exámenes que ha rendido.
        Y es que la historia de un estudiante no es una historia completa si le falta un aplazamiento. Un universitario que jamás ha sido “jalado” en un examen no es un universitario perfecto. Es un universitario vituperable; merecedor de las más acerbas reprensiones y de las más duras contumelias.
        Estamos persuadidos de que son bienaventurados los estudiantes que sufren persecuciones de los jurados. Sin la bienaventuranza de un aplazamiento no será posible que un estudiante entre al cielo. Y es imprescindible que el estudiante sea un poco bohemio y es inevitable que siéndolo no salga aprobado en todas sus clases.
        Para que el señor Borda fuera un verdadero universitario era, pues, preciso que hubiese un jurado que lo “jalase”. El episodio del aplazamiento era indispensable en la vida estudiantil del señor Borda. De otra suerte la vida del señor Borda en la Universidad habría sido la vida de un burgués vulgar. No habría sido la vida de un estudiante. ¿Para qué le habría servido al señor Borda haber estudiado en la azotea y haberse paseado de arriba a abajo estudiando filosofías y códigos?
        Por eso es que nosotros hemos experimentado un placer muy hondo viendo aplazado en un curso al señor Borda. Y por eso es que nosotros, que no hemos cumplimentado al señor Borda por sus muchos exámenes sobresalientes, nos hemos apresurado a cumplimentarlo por su único examen malo.
        Hemos salido a buscarlo.
        Y lo hemos abrazado:
        –¡Es usted un gran hombre! ¡Es usted un universitario auténtico!
        Y el señor Borda, radiante por su triunfo, nos ha dicho:
        –¡Alabado sea el espíritu comprensivo y perspicaz de ustedes, periodistas excelentes y amigos mejores! ¡Se han dado cuenta ustedes de mi ventura!
        Así piensa y así habla actualmente el señor Borda. Quienes lo suponen enojado y ceñudo se engañan. El señor Borda sabe apreciar su aplazamiento en lo que íntimamente vale. Y se sonríe de las gentes que lo creen contristado o malcontento.
        Para todos sus amigos tiene siempre una reflexión que suele ser esta:
        –Era necesario que el país no se imaginase que me estaban “pasando por agua caliente”.
        Y, oyéndolo razonar de esta guisa, nosotros nos preguntamos si tal vez este señor Borda, tan jovial, tan gentleman, tan elegante y tan redondo, no se habrá hecho “jalar” intencionalmente. ¿No habrá querido el señor Borda agregarle un merecimiento más a su nombradía? ¿No será también el señor Borda un enamorado del réclame? Acaso el señor Borda no habría vacilado en ser uno de los famosos acompañantes de Norka Rouskaya en la ruidosa aventura del Cementerio.
        Pero, sustancialmente, es lo cierto que su virtualidad de estudiante ha quedado probada. Y aprobada. Aunque el jurado de historia crítica del Perú lo haya reprobado…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de diciembre de 1917. ↩︎