7.7. Nerviosidades
- José Carlos Mariátegui
1Mientras el ilustre periodista don Alberto Ulloa habla con las manos en fundadas dentro de los bolsillos de la americana, mientras el proceso de las elecciones de Lima se aleja de Kant, de Cromwell y del general Von Bernhardi, mientras el señor don Miguel Ángel Morán sube y baja de la mesa del señor don Juan Pardo y mientras el señor don Óscar Víctor Salomón conserva invulnerable su virtualidad de ex cónsul en Cardiff, anda un tanto desasosegado y nervioso, perseguido por las miradas metropolitanas, el señor don José Matías Manzanilla es todavía, aunque ya no lo parezca según el señor Torres Balcázar, uno de nuestros grandes oradores parlamentarios.
Socarrón y mefistofélico, acariciándose la barba, mirando a la farola y sonriéndole al señor Pinzás, el señor Ulloa ha adornado su pensamiento patriarcal y solemne con traviesas incrustaciones del pensamiento donairoso e iqueño del señor Manzanilla.
Ha repetido pertinazmente el señor Ulloa esta frase:
–Así hablaba el señor Manzanilla…
Y ha asentido el señor Manzanilla con la cabeza:
–Así hablaba…
Pero, a pesar de que se ha sonreído con la muy famosa sonrisa de sus dorados tiempos, hemos advertido en la entonación, en el gesto y en la frase del señor Manzanilla una desazón, una inquietud y una tranquilidad que nos han hecho comprender que el señor Manzanilla permanece bajo el influjo criollo de su hongo cabritilla, ese hongo obsesionante, ese hongo vituperable, ese hongo adefesiero que ha debido sepultar en un rincón oscuro y hospitalario junto con su antañona corbata granate.
Buscado por las miradas de la barra, hemos visto al señor Manzanilla huir de su escaño para visitar el ángulo en que vive recatada y coludida la minoría de la Cámara. La minoría del señor Secada y del señor Químper. La minoría del señor Ruiz Bravo y el señor Morán. La minoría de la minoría.
Hemos visto interrogado al señor Manzanilla:
–¿Por qué no habla usted?
Y le hemos visto escurrirse:
–Yo no hablo: yo voto no más.
Le hemos visto nuevamente preguntado:
–¿Entonces el señor Ulloa habla en su nombre?
Y le hemos visto alarmarse:
–No; en mi nombre no.
Le hemos visto dejar a la minoría, desorientado y esquivo, para decirle:
–Ya me he aproximado a la opinión. Ahora voy a aproximarme al poder.
Y le hemos visto arrepentirse después de dar un paso:
–No; me está mirando la gente de la barra.
Y le hemos visto volver a encaminarse hacia la presidencia aseverando:
–Pero sí. El poder me atrae siempre.
Y le hemos visto llegar hasta el sillón de nuestro señor don Juan para sentir un aliento en su amistad y en su trato.
Y, más tarde, ha venido a gritarnos el señor Torres Balcázar otra vez en mangas de camisa:
–Ya Manzanilla está dejando de ser el señor Manzanilla. ¡Ha empezado a ser don José Matías!
Socarrón y mefistofélico, acariciándose la barba, mirando a la farola y sonriéndole al señor Pinzás, el señor Ulloa ha adornado su pensamiento patriarcal y solemne con traviesas incrustaciones del pensamiento donairoso e iqueño del señor Manzanilla.
Ha repetido pertinazmente el señor Ulloa esta frase:
–Así hablaba el señor Manzanilla…
Y ha asentido el señor Manzanilla con la cabeza:
–Así hablaba…
Pero, a pesar de que se ha sonreído con la muy famosa sonrisa de sus dorados tiempos, hemos advertido en la entonación, en el gesto y en la frase del señor Manzanilla una desazón, una inquietud y una tranquilidad que nos han hecho comprender que el señor Manzanilla permanece bajo el influjo criollo de su hongo cabritilla, ese hongo obsesionante, ese hongo vituperable, ese hongo adefesiero que ha debido sepultar en un rincón oscuro y hospitalario junto con su antañona corbata granate.
Buscado por las miradas de la barra, hemos visto al señor Manzanilla huir de su escaño para visitar el ángulo en que vive recatada y coludida la minoría de la Cámara. La minoría del señor Secada y del señor Químper. La minoría del señor Ruiz Bravo y el señor Morán. La minoría de la minoría.
Hemos visto interrogado al señor Manzanilla:
–¿Por qué no habla usted?
Y le hemos visto escurrirse:
–Yo no hablo: yo voto no más.
Le hemos visto nuevamente preguntado:
–¿Entonces el señor Ulloa habla en su nombre?
Y le hemos visto alarmarse:
–No; en mi nombre no.
Le hemos visto dejar a la minoría, desorientado y esquivo, para decirle:
–Ya me he aproximado a la opinión. Ahora voy a aproximarme al poder.
Y le hemos visto arrepentirse después de dar un paso:
–No; me está mirando la gente de la barra.
Y le hemos visto volver a encaminarse hacia la presidencia aseverando:
–Pero sí. El poder me atrae siempre.
Y le hemos visto llegar hasta el sillón de nuestro señor don Juan para sentir un aliento en su amistad y en su trato.
Y, más tarde, ha venido a gritarnos el señor Torres Balcázar otra vez en mangas de camisa:
–Ya Manzanilla está dejando de ser el señor Manzanilla. ¡Ha empezado a ser don José Matías!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de noviembre de 1917. ↩︎