7.6. Ambiente trágico

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Augur sabio y perspicaz, nuestro buen amigo el señor don Jorge Corbacho, nos tenía hecho formal y oportuno vaticinio de que sobrevendrían acontecimientos descomunales en esta tierra y de que sería muy gravemente turbado el perezoso sosiego que el señor don Abelardo M. Gamarra llama calma chicha. No sabemos nosotros si el señor Corbacho, cuyas especulaciones esotéricas hacen de él un personaje misterioso y complicado, vino en conocimiento de tal porvenir durante un coloquio con la estrella Aldebarán o con la paca–paca que anda entremetida en el discurso de la vida nacional. Tan solo sabemos que dimos entera fe a las palabras del esclarecido teosofista organizador de profecías y cachivaches.
         Ora sentimos y palpamos lo bien en caminados que estaban los pronósticos del señor don Jorge Corbacho, a quien Dios haya concedido igual acierto y semejante clarividencia en cuanto nos tiene dicho de que será luenga nuestra vida, aunque la aflijan malaventuras y desazones, aunque la oprima y extorsione el criollismo, aunque la desasosiegue la corbata grosella del señor don Manuel Bernardino Pérez y aunque la mortifique el recuerdo de un pañuelo del señor don Luis A. Carrillo grabado con una inscripción floreada que dice “Viva mi dueño”.
         Después de tantos días de compostura, de serenidad, de languidez y de prudencia, ha entrado la Cámara de Diputados, que es por un sincronismo muy peruano la Cámara del señor don Víctor M. Maúrtua y la Cámara del señor don Julio C. Luna, en una hora de bullicio, de conflagración y de estruendo.
         Nos ha valido esta hora insólita para que el señor don Juan de Dios Salazar y Oyarzábal nos dé una prueba más de que es no solo un varón aceitado de amaneradas, untuosas y sagaces palabras sino también un varón fuerte y sonoro de grandes y valientes actitudes.
         El ademán vibrante del señor don Juan de Dios Salazar y Oyarzábal, secundado por la voz amistosa y leal del señor Escardó y Salazar, repercute todavía en el comentario callejero, asombrado de mirar en postura tan denodada a un parlamentario de tan dulces modales.
         Y hace entender a las gentes que siempre que en el Parlamento se lastime la memoria del gran señor don Augusto B. Leguía, noble vértice de las aspiraciones ciudadanas y de las esperanzas nacionales, el señor don Juan de Dios Salazar y Oyarzábal se saldrá de quicio, magüer no se solivianten como él los cautos y redomados leguiístas de otros escaños.
         Asistiendo a estos alborotos y conmociones, nosotros pensamos una vez más en lo desigual y cambiadiza que es la vida peruana. Y en que el destino no sabe repartir las emociones equitativamente para todos los meses y para todos los días del calendario. Y en que si un día nos sobran sacudimientos cien días nos faltan. Y en que continúa siendo un argumento nacional el puñetazo. Y en que el sistema nervioso del país está sujeto a cotidianas veleidades. Y en que tan inevitable es que nos legislen a gritos como que nos gobiernen a fuetazos.
         Días vendrán en que nos enmendemos y corrijamos. Días que talvez andan aún muy lejanos, pero que llegarán paso a paso. Aunque no están pronosticados por el señor don Jorge Corbacho, maestro de teosofías y de nigromancias, que ha leído en la palma de nuestra mano izquierda lo que será de nosotros.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de noviembre de 1917. ↩︎