7.8. Miscelánea criolla

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Loado sea el señor don Germán Arenas, que acaba de hablarnos con la entonación de un caballero medioeval, apto para una santa cruzada, aunque después el señor Secada lo haya tundido con su vituperio y con su reprensión. Loado sea el señor don Manuel Bernardino Pérez, que sigue oscilando entre el uso del chaleco blanco y el uso de la camisa rosada, aunque las gentes traviesas aseveran que el señor don Sancho Panza no permite que se le atribuya parecido con él ni con su rucio. Loado sea el Ilustrísimo Vicario Capitular, en cuyo espíritu profético creemos todos los peruanos, aunque su fama esté destinada a verse roída por “el voraz colmillo del tiempo”. Loado sea Monseñor Belisario Phillips, nuestro Rasputín mestizo, que conserva su personalidad misteriosa de coadjutor, de consejero y de confidente, aunque gentes desorientadas pretendan sustraerlo a su influyente función metropolitana para darle el gobierno de una diócesis. Loado sea el señor don Óscar Víctor Salomón, nuestro ex–cónsul en Cardiff, que vive dueño de una notoriedad universal de propagandista imanador de los capitales extranjeros, aunque un excelentísimo amigo suyo se reía de sus guantes afranelados y sistemáticos. Loados sean todos los hombres que en nuestra tierra matizan, razonan y aderezan los acontecimientos limeños y suenan cotidianamente en el comentario callejero ora enaltecidos, ora burlados y ora motejados.
         Sin estos hombres, sin el hongo cabritilla del señor Manzanilla, sin el riesgo profesional de que el país empiece a llamar al gran diputado iqueño “don José Matías”, sin el denuedo de detective criollo o de gendarme con chaqué del coronel Edgardo Arenas, sin la sagacidad adiposa y plomiza del intendente señor Tizón, sin los gallardos prestigios de nuestro señor don Juan Pardo, sin los escarpines del muy esclarecido señor don José Carlos Bernales y sin los demás personajes que la decoran y animan, ¡cuán desabrida y triste sería la vida nacional! ¡Cuán grande sería nuestro aburrimiento! ¡Cuán aguda sería nuestra desolación! ¡Cuán acendrado sería nuestro escepticismo!
         Ni siquiera el proceso de Lima, glosado por la palabra suave del señor Solf y Muro, por la palabra juguetona del señor Químper, por la palabra pastosa del señor Barrós, por la palabra escolar del señor Borda y por la palabra solemne del señor Ulloa, sabría distraernos, entretenernos ni agitarnos en esta hora en que ha habido tantas conflagraciones, tantos escalofríos y tantas grimas.
         Para nosotros hay pues en esta tierra hombres y objetos que tenemos que recordar a la gratitud peruana, pidiendo que se haga de ellos cumplido y permanente elogio, porque son el consuelo de nuestras amarguras, el alivio de nuestras nerviosidades y el bálsamo de nuestra ánima desconcertada, displicente, afligida e hiperestésica.
         Y, sirviendo tan acendrada persuasión, le hablamos a la ciudad para decirle que en este día domingo, que es el día católico de las oraciones y de las preces, piense en los merecimientos, en las prestancias y en las virtudes de los personajes para quienes demandamos su alabanza, así como los favores, complacencias y gracias del cielo bondadoso y próvido.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de noviembre de 1917. ↩︎