7.5. El sueño de don Juan
- José Carlos Mariátegui
1Nuestro señor don Juan Pardo, flor y espejo de donjuanes, gentil-hombre perennemente rejuvenecido por las frescas linfas de Juventa, hijodalgo criollo de donairosas empresas y muy grandes venturas y varón en quien el señor Pardo que nos manda tiene puestas todas sus complacencias, está ya en el umbral del decaimiento, del cansancio y de la vejez.
Venimos de constatarlo llenos de aflicción porque para nosotros la juventud del señor don Juan Pardo, que era su donjuanismo, y el donjuanismo del señor don Juan Pardo, que era su juventud, representaba el atributo más esclarecido de este gobierno de cortesanía y decorativismo.
Y nos sentimos desolados.
Un día, antes de que un dictamen del señor don Manuel Bernardino Pérez sobre las elecciones de Lima diese origen a controversias y alborotos, antes de que la idea de una emisión de cuarenta millones de billetes alarmase a las multitudes, antes de que el señor don Alejandro de Vivanco M. se transformase de diputado por el Tahuamanu en comentador de Isadora Duncan y de Tórtola Valencia, antes que sacudiesen a la ciudad tantos acaecimientos intranquilizadores, nos dijeron unas gentes de mirada perspicaz y ladina:
–Don Juan Pardo se duerme en la presidencia de la Cámara de Diputados.
Nosotros pensamos que ésta era una expresión figurada. Que el señor don Juan Pardo “se dormía” en el sentido peruano de la frase. Que el sueño del señor don Juan Pardo no era sueño físico sino lasitud o pereza morales.
Pero nos desengañaron.
–No: el señor don Juan Pardo se duerme. Se duerme de fatiga. Se duerme de aburrimiento. Se duerme, se duerme, se duerme.
Preguntamos entonces:
–¿Cierra los ojos?
Nos respondieron:
–Cierra los ojos.
Y añadió en un rezongo desde su escaño lejano el señor Pérez:
–Cabecea.
Todavía permanecimos incrédulos. No quisimos aceptar que el señor don Juan Pardo se durmiese. Nos empeñamos en persuadirnos de que únicamente cerraba los ojos. Y de que los cerraba lo mismo que los cerramos nosotros frecuentemente para no ver las cosas de esta tierra.
Pero he aquí que un miembro de la minoría, el señor don Miguel Ángel Morán, que, aunque se llama Miguel Ángel semeja más una sota de naipe español, acaba de comprobar que realmente el señor don Juan Pardo se duerme.
Subió el señor Morán a la mesa de la Cámara de Diputados, en ejercicio de su función accidental de secretario, y se sentó a la diestra de nuestro señor don Juan Pardo.
Y bajó convencido definitivamente de que el señor don Juan Pardo se dormía.
Nosotros abordamos ansiosamente a nuestro miguelangélico amigo:
–¿Se duerme el señor don Juan Pardo, por ventura?
Él nos respondió con tristeza:
–Se duerme.
Y nos dijo luego:
–Tanto se duerme que ya no parece que fuera el señor don Juan Pardo.
Y el señor don Emilio Sayán y Palacios, flaco, zancudo y principesco, a pesar de sus estudios sobre la manteca y el aceite, se exasperaba:
–¿Cómo es posible que se duerma el señor Pardo sin que haya hablado todavía el señor don Manuel Jesús Gamarra?
Pero la respuesta que va a dar el ministro podemos adelantarla: las monedas de níquel no vendrán, por la prohibición del gobierno americano para exportar ese metal y los actuales billetitos… podrán ser canjeados, como ya lo ha dicho el señor Idiáquez ayer mismo.
¿Y será esa la solución necesaria? De ningún modo. Será la reagravación del mal porque significaría que los tales papeluchos perdurarían con su cortejo de daños de todo orden.
Ya lo hemos dicho. La solución del asunto no puede ser otra que la de aprobar alguno de los proyectos de ley para volver a la moneda de plata dando a nuestro sol el tipo de 18 peniques. Todo lo demás serán moratorias al asunto y origen de nuevas y mayores dificultades y peligros.
No queremos hacernos eco de la voz circulante de que hay en ciertos miembros del gobierno un interés especial en conservar los actuales billetitos, “certificados de depósito en oro”, porque dada su maleabilidad y el asco que producen en el público, todos los papeluchos, así de esos de cinco centavos como de los de cincuenta que se destruyan dejarán un sobrante apreciable al llegar el momento de la conversión.
Pero como tal interés es tan mezquino y acusaría una falta de moralidad muy grande de la que no podemos creer capaces a los funcionarios públicos, hemos de poner tales conjeturas al margen de la cuestión y hemos de esperar que si no el ministro en su nota de respuesta, los representantes, al ocuparse de ella, planteen la cuestión en su verdadero terreno.
Venimos de constatarlo llenos de aflicción porque para nosotros la juventud del señor don Juan Pardo, que era su donjuanismo, y el donjuanismo del señor don Juan Pardo, que era su juventud, representaba el atributo más esclarecido de este gobierno de cortesanía y decorativismo.
Y nos sentimos desolados.
Un día, antes de que un dictamen del señor don Manuel Bernardino Pérez sobre las elecciones de Lima diese origen a controversias y alborotos, antes de que la idea de una emisión de cuarenta millones de billetes alarmase a las multitudes, antes de que el señor don Alejandro de Vivanco M. se transformase de diputado por el Tahuamanu en comentador de Isadora Duncan y de Tórtola Valencia, antes que sacudiesen a la ciudad tantos acaecimientos intranquilizadores, nos dijeron unas gentes de mirada perspicaz y ladina:
–Don Juan Pardo se duerme en la presidencia de la Cámara de Diputados.
Nosotros pensamos que ésta era una expresión figurada. Que el señor don Juan Pardo “se dormía” en el sentido peruano de la frase. Que el sueño del señor don Juan Pardo no era sueño físico sino lasitud o pereza morales.
Pero nos desengañaron.
–No: el señor don Juan Pardo se duerme. Se duerme de fatiga. Se duerme de aburrimiento. Se duerme, se duerme, se duerme.
Preguntamos entonces:
–¿Cierra los ojos?
Nos respondieron:
–Cierra los ojos.
Y añadió en un rezongo desde su escaño lejano el señor Pérez:
–Cabecea.
Todavía permanecimos incrédulos. No quisimos aceptar que el señor don Juan Pardo se durmiese. Nos empeñamos en persuadirnos de que únicamente cerraba los ojos. Y de que los cerraba lo mismo que los cerramos nosotros frecuentemente para no ver las cosas de esta tierra.
Pero he aquí que un miembro de la minoría, el señor don Miguel Ángel Morán, que, aunque se llama Miguel Ángel semeja más una sota de naipe español, acaba de comprobar que realmente el señor don Juan Pardo se duerme.
Subió el señor Morán a la mesa de la Cámara de Diputados, en ejercicio de su función accidental de secretario, y se sentó a la diestra de nuestro señor don Juan Pardo.
Y bajó convencido definitivamente de que el señor don Juan Pardo se dormía.
Nosotros abordamos ansiosamente a nuestro miguelangélico amigo:
–¿Se duerme el señor don Juan Pardo, por ventura?
Él nos respondió con tristeza:
–Se duerme.
Y nos dijo luego:
–Tanto se duerme que ya no parece que fuera el señor don Juan Pardo.
Y el señor don Emilio Sayán y Palacios, flaco, zancudo y principesco, a pesar de sus estudios sobre la manteca y el aceite, se exasperaba:
–¿Cómo es posible que se duerma el señor Pardo sin que haya hablado todavía el señor don Manuel Jesús Gamarra?
Pero la respuesta que va a dar el ministro podemos adelantarla: las monedas de níquel no vendrán, por la prohibición del gobierno americano para exportar ese metal y los actuales billetitos… podrán ser canjeados, como ya lo ha dicho el señor Idiáquez ayer mismo.
¿Y será esa la solución necesaria? De ningún modo. Será la reagravación del mal porque significaría que los tales papeluchos perdurarían con su cortejo de daños de todo orden.
Ya lo hemos dicho. La solución del asunto no puede ser otra que la de aprobar alguno de los proyectos de ley para volver a la moneda de plata dando a nuestro sol el tipo de 18 peniques. Todo lo demás serán moratorias al asunto y origen de nuevas y mayores dificultades y peligros.
No queremos hacernos eco de la voz circulante de que hay en ciertos miembros del gobierno un interés especial en conservar los actuales billetitos, “certificados de depósito en oro”, porque dada su maleabilidad y el asco que producen en el público, todos los papeluchos, así de esos de cinco centavos como de los de cincuenta que se destruyan dejarán un sobrante apreciable al llegar el momento de la conversión.
Pero como tal interés es tan mezquino y acusaría una falta de moralidad muy grande de la que no podemos creer capaces a los funcionarios públicos, hemos de poner tales conjeturas al margen de la cuestión y hemos de esperar que si no el ministro en su nota de respuesta, los representantes, al ocuparse de ella, planteen la cuestión en su verdadero terreno.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de noviembre de 1917. ↩︎