7.13. Pasan los días…
- José Carlos Mariátegui
1Venimos de ver en el proscenio al caballero Lohengrin, gentil héroe de la rubia y maravillosa leyenda germana, y venimos de ver en su palco al señor Pardo, gentil héroe de la hirsuta y pobre realidad nacional. Venimos de oír la noble música de Wagner en la misma sala vulgar y percudida donde nos han hecho oír tantas veces la romántica tonada que suele refocilar a los espíritus de frac de las veladas y a los espíritus de chaqué de las vermouth. Venimos de olvidarnos de las viejas óperas populares, impregnadas de los óleos del queso de bola, que tan buenas solidaridades mantienen con la camisa rosada del señor don Manuel Bernardino Pérez. Venimos a escribir para la ciudad en la máquina Underwood que nos asiste, nos socorre y nos espera diariamente en la bohemia estancia decorada por un mapa de la guerra austro–italiana, por una fotografía de ciudadanos en mangas de camisa y por un almanaque que nos dice el día en que vivimos.
Nos hemos parado en el umbral de esta casa mientras han desfilado las gentes de la ópera que nos hacen habitualmente la merced de pasar por nuestra calle y por nuestra acera.
Y cuando se ha quedado desierta la calle. cuando hemos sentido la melancolía de la medianoche, cuando nos hemos acordado de nuestra cotidiana y desabrida misión de escribir, hemos exclamado:
–¡Si no tenemos tema! ¡Si no pasa nada!
Nos han refutado:
–¿Y las negociaciones con Chile?
Hemos movido la cabeza:
–¡Mendacidades del cable! ¡Ilusiones de la prensa! ¡Nosotros le creemos al señor Tudela y Varela!
Nos han abrumado entonces:
–¿Y el petróleo? ¿Y los trece patriotas del Senado? ¿Y el proceso electoral de Lima? ¿Y la crisis del pisco? ¿Y el santo del señor Secada? ¿Y el “paso” del señor Borda?
Nos hemos defendido:
–¡Todo eso es viejo!
Nos han gritado finalmente:
–¿Y las interpelaciones al señor Tudela?
Hemos persistido en nuestra perezosa displicencia:
–Palabras, palabras, palabras…
Y es que en verdad volvemos a aburrirnos, volvemos a hallar lasitud en el ambiente metropolitano, volvemos a vivir sin estremecimiento y sin emoción, aunque aparentemente la vida peruana siga asediada por el vaticinio de acontecimientos sonoros destinados a sacudirnos y conturbarnos.
Nos tienta de vez en vez el deseo de afiliarnos a la escuela teosófica del señor Corbacho para refugiarnos en la investigación del porvenir, para alejarnos de las cosas que han sido, pensando en las cosas que serán, para averiguar la suerte venidera de los escarpines del esclarecido señor don José Carlos Bernales y para saber si dentro de veinte años será todavía diputado el señor don Manuel Bernardino Pérez.
Y ahora, después de haber salido de la Cámara de Diputados para entrar en el bosque sagrado de un poema de Wagner, tenemos que sentir, más hondamente que nunca, el horror al comentario pertinaz y sistemático a que estamos obligados en esta tierra de los trece patriotas, de las santas pastorales, de las aprensiones femeninas, de los helados de carretita y de las soterrañas efusiones del óleo burdo y servil que nos desasosiega y nos perturba.
Nos hemos parado en el umbral de esta casa mientras han desfilado las gentes de la ópera que nos hacen habitualmente la merced de pasar por nuestra calle y por nuestra acera.
Y cuando se ha quedado desierta la calle. cuando hemos sentido la melancolía de la medianoche, cuando nos hemos acordado de nuestra cotidiana y desabrida misión de escribir, hemos exclamado:
–¡Si no tenemos tema! ¡Si no pasa nada!
Nos han refutado:
–¿Y las negociaciones con Chile?
Hemos movido la cabeza:
–¡Mendacidades del cable! ¡Ilusiones de la prensa! ¡Nosotros le creemos al señor Tudela y Varela!
Nos han abrumado entonces:
–¿Y el petróleo? ¿Y los trece patriotas del Senado? ¿Y el proceso electoral de Lima? ¿Y la crisis del pisco? ¿Y el santo del señor Secada? ¿Y el “paso” del señor Borda?
Nos hemos defendido:
–¡Todo eso es viejo!
Nos han gritado finalmente:
–¿Y las interpelaciones al señor Tudela?
Hemos persistido en nuestra perezosa displicencia:
–Palabras, palabras, palabras…
Y es que en verdad volvemos a aburrirnos, volvemos a hallar lasitud en el ambiente metropolitano, volvemos a vivir sin estremecimiento y sin emoción, aunque aparentemente la vida peruana siga asediada por el vaticinio de acontecimientos sonoros destinados a sacudirnos y conturbarnos.
Nos tienta de vez en vez el deseo de afiliarnos a la escuela teosófica del señor Corbacho para refugiarnos en la investigación del porvenir, para alejarnos de las cosas que han sido, pensando en las cosas que serán, para averiguar la suerte venidera de los escarpines del esclarecido señor don José Carlos Bernales y para saber si dentro de veinte años será todavía diputado el señor don Manuel Bernardino Pérez.
Y ahora, después de haber salido de la Cámara de Diputados para entrar en el bosque sagrado de un poema de Wagner, tenemos que sentir, más hondamente que nunca, el horror al comentario pertinaz y sistemático a que estamos obligados en esta tierra de los trece patriotas, de las santas pastorales, de las aprensiones femeninas, de los helados de carretita y de las soterrañas efusiones del óleo burdo y servil que nos desasosiega y nos perturba.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de noviembre de 1917. ↩︎