7.14. Santo, santo, santo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Magüer se asombre el Ilustrísimo Vicario Capitular de la beata pastoral entregada al “voraz colmillo del tiempo”, se llama también “santo” el cumpleaños del señor don Alberto Secada, contumaz, fosforescente y agitado enemigo de Nuestra Santa Madre Iglesia. Tan “santo” es el cumpleaños del señor Secada como el cumpleaños del sabio, docto y lustroso diputado y sacerdote señor Sánchez Díaz. Tan “santo” como el cumpleaños del uncioso favorito de la iglesia y del estado peruanos Monseñor Phillips. Tan “santo” como el cumpleaños del áspero, fosco y severo señor Fariña.
         Probablemente pensarán las asustadizas y cándidas abuelas de la ciudad que en el día del “santo” del señor Secada anda suelto el diablo. Y harán asperges de agua bendita con el milagroso hisopo doméstico para ahuyentar de los rincones al malaventurado personaje de quien tan vituperables hazañas nos cuenta el mundo así en las páginas divinas del Génesis como en las páginas humanas del poema de Goethe.
         Pero, cualesquiera que sean las aprensiones y las grimas de nuestra ciudad católica, se denominará siempre “santo” el cumpleaños del señor Secada. Y será “santo” porque la frase nacional no sabrá apodarlo de otra guisa. “Santo” porque “cae” en el mes de noviembre que es el mes de todos los santos. “Santo” por su vecindad con el “santo” del general Cáceres que era en lontanos tiempos un “santo” de castillo, “paloma”, cohetes, noche buena, banda de músicos y serenata.
         Tres días hace del cumpleaños del señor Secada que “cayó” en un domingo señalado en el calendario cristiano como la sexta domínica después de la epifanía. Y hasta ahora no han terminado los festejos del pueblo chalaco en obsequio del señor Secada. Todavía se suceden los banquetes, los ágapes y las fiestas. Banquetes, ágapes y fiestas donde prevalece la gama criolla y donde se evocan las buenas edades de los antiguos “santos” nacionales.
         Gran enojo habrían tenido los hombres del Callao si, en virtud de la ley que nos ha dado el señor Maúrtua para que sea más famoso su muy famoso nombre, les hubiera sido vedado verter con motivo del “santo” del señor Secada el pisco iqueño que nutre y sazona amores y enconos, pensamientos y pasiones, venturas y desdichas y todo lo que es empresa, dinamismo o acontecimiento en la desmayada vida peruana.
         Mas hubo unánime y fervoroso respeto a los entusiasmos despertados por el señor Secada, que, si para nuestra ciudad es un ciudadano merecedor de las mayores devociones, para el Callao es caudillo y consejero, paladín y leader, cuyo nombre se ha tornado en escudo, adarga y bandera de las tremendas muchedumbres chalacas.
         Y también han sido para la minoría días feriados estos luengos días del “santo” del señor Secada. Porque no en balde es el señor Secada el diputado de ánima más joven, atrevida y heroica de la minoría y, por ende, el que suscita en ella más arrebatos y el que la lanza a las más locas aventuras. Aunque este rol debía tocarle por antonomasia a nuestro excelentísimo amigo el señor Borda, diputado de áureo y gentil espíritu y de donoso monóculo, que se ha dado en cuerpo y alma a la bohemia escolar a trueque de sufrir los desabrimientos y zozobras de los “pasos” que en la miscelánea universitaria son unas veces pasos amargos y otras veces pasos perdidos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de noviembre de 1917. ↩︎