6.3. Nuestro aliado

  • José Carlos Mariátegui

 

        1En esta conflagrada hora del ultimátum, de la juventud, de la primavera, de la raza y del doctor Javier Prado, han venido a sacudir, soliviantar y estremecer el ánima de la ciudad las ternas que el señor Pardo y el señor Flores le han mandado al Parlamento para que escoja arzobispo de Lima.
        El arzobispado que inquieta y desazona hoy a las gentes es en realidad un arzobispado trascendental. Es el Arzobispado de Santo Toribio de Mogrovejo. Es el arzobispado del ruinoso palacio histórico. Es el arzobispado lleno de la gracia, de la santidad y de la bienaventuranza de la divina criolla Santa Rosa a cuyos pies todos nos hinojamos enamorada y unciosamente.
        Y este arzobispado adquirió para las gentes una importancia nueva a partir del momento en que el altísimo favorito de la Iglesia y del Estado, monseñor Belisario Phillips, hizo alianza con nosotros para salir vencedor en la batalla contra las misteriosas fuerzas que se habían concertado para poner en su mano el cayado que había de hacerle nuestro buen pastor, nuestro apóstol y nuestro caudillo.
        Pensaba la fervorosa grey peruana que el señor Pardo respetaría la voluntad de monseñor el favorito y no le pondría en las ternas. Pensaba que el nombre del beatísimo varón no volvería a sonar entre los nombres de los candidatos al Arzobispado de Lima. Pensaba sobre todo que si el señor Pardo lo colocaba en las ternas no sería sin consignar también en ellas a los prelados de más elevados títulos y más grandes señoríos.
        Pero he aquí que nuestra grey se engañaba. El señor Pardo la ha sorprendido con unas ternas en las que los prelados son seis, pero los candidatos parecen solo dos: uno el señor Lissón, obispo de Chachapoyas, y otro el señor Phillips, secretario del arzobispado.
        Han preguntado asombradas las gentes de la feligresía nacional:
        –¿Y monseñor García Irigoyen? ¿Y monseñor Drinot y Piérola? ¿Y monseñor Holguín? ¿Y el padre Mateo Crawley?
        El ministro de Justicia ha salido del Palacio de Gobierno y ha pasado raudamente en su automóvil.
        Y las gentes han sentido no la inminencia de que el partido liberal traslade al señor Valera, de la legación de La Paz al Arzobispado de Lima, sino la inminencia de ser fotografiadas por el señor ministro de Justicia o de ser troceadas por su automóvil.
        Más tarde se han reanudado los clamores de nuestro pueblo cristianísimo que se ha visto instado una vez más a rebelarse y a protestar contra el señor Pardo:
        –¿Acaso el señor Pardo piensa hacer arzobispo a un hermano suyo? ¿Acaso el señor don Juan Pardo que es tan don Juan y tan su hermano? ¿Acaso el señor don Manuel Bernardino Pérez que no ha podido ser siquiera obispo de Puno?
        Y así, apresuradamente, han ido exasperándose los clamores.
        Nosotros nos hemos apartado de ellos para pronunciar esta interrogación resignada:
        –¿Va a ser arzobispo de Lima monseñor Lissón?
        Y cuando hemos aguardado que nos dijeran que sí nos han alarmado con estas palabras:
        –¡Monseñor Lissón está muy lejos! ¿No saben ustedes que monseñor Lissón es obispo de Chachapoyas?
        Entonces hemos tenido que pensar inmediatamente en el Rasputin de nuestra corte advenediza:
        –¿Y monseñor Phillips?
        Y nos han respondido gravemente:
        –¡Monseñor Phillips está en Lima! ¡Es el secretario del Arzobispado! ¡Es el favorito del Palacio de Gobierno! ¡Es un varón muy sabio, muy persuasivo, muy humilde y muy cauto! ¿No conocen ustedes a monseñor Phillips?
        No hemos querido continuar oyendo estas insinuaciones. Hemos venido de prisa a nuestra casa. Hemos sentido la necesidad de desmentir tanta suspicacia de la ciudad. Hemos gritado:
        –¡Monseñor Phillips no quiere ser arzobispo! ¡Monseñor Phillips solo aspira a un curato de aldea! ¡Monseñor Phillips ha hecho alianza con nosotros para librarse de fastos, de honores y de vanidades!
        Y desde ese instante estamos aguardando que monseñor Phillips nos auxilie, nos acorra y nos fortalezca.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de octubre de 1917. ↩︎