6.2. Juventud, divino tesoro

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Sin jornadas cívicas, sin zambos capituleros, sin vivas ni mueras, sin cierra puertas ni balazos, sin gendarmes, sin protestas, sin aprehensiones, sin alborotos, sin discursos, sin secuestros, sin presbíteros taimados, sin pisco ni cerveza y sin apelación a la Suprema, han elegido su maestro los desorientados jóvenes de esta tierra que aman la raza, que creen en la primavera y que se ponen escarapelas en la solapa.
        Estas buenas personas, tan amables, tan alegres y tan simpáticas, simiente de diputados, poetas, preceptores y subprefectos, almácigo de entusiasmos y de fervores inauditos, legión de enemigos personales de la psicología aunque admiradores rendidos del doctor Deustua, acervo de energías fosforescentes y bulliciosas y hogar de la travesura y de la mataperrada, han pensado que necesitaban un director, un caudillo, un maestro que les presidiese y les enseñase y les pusiese en concierto y les llevase a la tierra prometida.
        Por mayoría de votos, han hecho su pastor al señor Javier Prado y han venido a llamar a las puertas de su casona solariega que está en la misma acera en que está la casa de nosotros, la alarmante acera que no quiere ya pisar el señor Secada.
        Y he aquí que el señor Prado ha visto irrumpir en sus salones penumbrosos y afelpados, turbar la serenidad de sus cuadros, de sus huacos y de sus antigüedades y alterar la paz de su retiro a los jóvenes de la Universidad que se han empeñado en arrancarle a “la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”. El museo del señor Prado ha temblado al sentir el hálito iconoclasta de la juventud. Y los honestos japoneses de su servidumbre han comprendido que los jóvenes estudiantes iban a buscar un tónico en la energía de su señor.
        Trascendentales e ilustres varones han sido los candidatos de la juventud al elevado puesto discernido democráticamente al señor Prado. El candidato de honor ha sido el gran señor don Augusto B. Leguía que ha estado siempre tan lejos de toda intención de ser confesor o pontífice de los universitarios. El candidato de las devociones tumultuarias ha sido el preclaro señor don Manuel González Prada. El candidato de las simpatías y de los amores del señor Pardo ha sido el altísimo abogado señor don Manuel Vicente Villarán. El candidato de otros anhelos ha sido el senador nacional don Mariano H. Cornejo. El candidato de los demás ha sido nuestro excelente y amado amigo el señor don Víctor Andrés Belaunde.
        Pero a pesar de nuestro acatamiento a todos estos personajes peruanos y a pesar del contento que nos causa que el señor Prado añada a sus títulos de presidente del partido civil, de rector de la Universidad, de profesor de energía y de excelso anticuario el título novísimo de maestro de la juventud, nosotros nos hemos sentido obligados a pronunciar algunas lamentaciones y a reprocharles a los jóvenes algunos olvidos.
        Hemos clamado primero:
        –¿Por qué no ha votado nadie por el señor Pardo que nos gobierna, que ha sido catedrático y rector de la Universidad y que es dueño de tantos millones de superávit?
        Confundidas han quedado las ánimas de los universitarios y aterrados los señores Quesada.
        Hemos clamado después:
        –¿Por qué no ha votado nadie por el señor Manzanilla que es flor y espejo de la juventud, de la primavera y de la poesía?
        Hemos clamado enseguida:
        –¿Por qué no ha votado nadie por el señor don José de la Riva Agüero que es presidente del futurismo y vicario del Inca Garcilaso en la edad en que vivimos y en las edades venideras? ¿Por qué no ha votado nadie por el señor Felipe Barreda y Laos que es tan denodadamente universitario, tan típicamente universitario, tan terriblemente universitario? ¿Por qué no ha votado nadie por el señor don Carlos Concha que en sus mejores días acaudilló a los estudiantes, se puso escarapela en la solapa, presidio huelgas y protestas y fue tundido por los sables y por los caballos comisionados para volver a quicio a la juventud enardecida?
        Y nos hemos callado momentáneamente para pronunciar más tarde el más exasperado de todos nuestros clamores, el que más ha soliviantado nuestra ánima, el que más nos ha sacudido y emocionado:
        –¿Por qué no ha votado nadie por el señor don Manuel Bernardino Pérez?
        Una sola excusa no han podido darnos los jóvenes a quienes de esta guisa hemos interpelado.
        Y nosotros les hemos gritado para abrumarlos:
        –¡Ustedes no comprenden que el señor Pérez es lo más peruano, lo más criollo, lo más nuestro que tenemos! ¡Ustedes no saben que al señor Pérez le levantará la posteridad un monumento! ¡Ustedes no sienten que el señor Pérez dejará en el Perú más tradición que los tamales y que los anticuchos!
        ¿Por qué no ha habido quienes sufraguen por el señor Pérez? ¿No ven ustedes que hasta para el obispado de Puno ha merecido votos el señor Pérez? ¡Ay de ustedes, jóvenes, si no hacen arrepentimiento, atrición y penitencia por este olvido!
        Y la juventud se ha apartado de nosotros, castigada por nuestra reprensión, en tanto que nosotros hemos empezado a apostrofarnos a nosotros mismos, que también somos jóvenes, desorientados e ingenuos, por no haber ido a la Federación de Estudiantes a votar por el señor Pérez que es en esta tierra un patriarca socarrón, mestizo, ladino y, sobre todo, peruano…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de octubre de 1917. ↩︎