4.8. Dos generales

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Egoístas, maliciosas y sórdidas criaturas, nos aprestábamos alborozadas a asistir a un debate sensacional entre el general Abrill y el general Puente. De vuelta a la vida privada el general Puente había lanzado al azar un venablo. Y este venablo había herido y soliviantado al general Abrill.
         Nosotros sentíamos inminente un torneo. El general Abrill se había cuadrado. El general Puente se cuadraría. Hablaría el general Puente. Replicaría el general Abrill. Tras una carta vendría otra. Los periodistas les daríamos hospitalidad solícita y acuciosa en nuestros papeles impresos. Y les pondríamos nuestras apostillas y nuestras glosas jocundamente interesados en enardecer el debate y en saber lo que no sabíamos.
         Pero he aquí que mientras el general Abrill es un varón imprudente e impetuoso, el general Puente es un varón cauto y ponderado.
         Ha exclamado el general Puente:
         —¿Vamos a entrar en una polémica dos generales de brigada?
         La exclamación del general Puente ha tenido un eco sonoro:
         —¡Dos generales de brigada!
         Y, alentado por el eco de sus palabras solemnes, el general Puente ha exclamado enseguida:
         —¿Vamos en entrar en una polémica pública dos ex ministros de guerra?
         El eco ha persistido grave e intenso:
         —¡Dos ex ministros de guerra!
         El general Puente ha pronunciado luego esta conclusión majestuosa:
         —¡Imposible!
         Y ha tenido la intención de añadir creyendo que aún era ministro y que lo interpelaban:
         —¡Pasemos a sesión secreta!
         Toda la ciudad se ha llenado de asombros. Se han encogido medrosas las expectaciones. Se han arredrado los comentarios.
         Exclamaciones maquinales y admirativas han vibrado reiteradamente en los labios metropolitanos:
         —¡Dos generales de brigada! ¡Dos ex ministros de guerra! ¡Dos grandes hombres de la república! ¡Dos figuras de nuestra historia!
         Cándidos e ingenuos fuimos quienes esperamos de tales personajes pública y franca controversia. No alcanzábamos a comprender la altitud de estos hombres. Nos ateníamos inocentemente a la imprudencia temeraria del general Abrill. Éramos unos consumados ignorantes de las supremas categorías y de las máximas cumbres nacionales.
         Dos generales de brigada no pueden discutir un trascendente asunto histórico en cartas abiertas. Este no sería un expediente digno de ellos. Y si dos generales de brigada están impedidos de tal polémica vulgar y vituperable más tienen que estarlo dos ex ministros de guerra.
         Estas columnas de los periódicos se han hecho para los pobres cronistas del acontecimiento cotidiano, para los humildes críticos del problema público, para los artistas, para los literatos, para los políticos, para los internacionalistas, para todos los ociosos pobres diablos que vivimos enamorados de la expresión escrita pueril, plebeya y miserable.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de agosto de 1917. ↩︎