4.7. Legislación risueña

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Sin el señor Pérez, diputado por Cajamarquilla, ya nos habríamos muerto de aburrimiento, de tedio y de fastidio. Ya nos habría sojuzgado la tristeza del invierno. Ya nos habría asaltado el propósito de retirarnos a la vida privada. Ya nos habríamos persuadido de que la vida política del Perú se apagaba y se desteñía para siempre.
         Pero el señor Pérez es el antídoto de las penas y de los desconsuelos. El señor Pérez es la risa. El señor Pérez nos recuerda que este país es el mismo de antes. El señor Pérez nos distrae de pensamientos graves y de reflexiones torturadoras.
         No hay ánima que resista la influencia hilarante de la palabra, del ademán y del concepto del señor Pérez. El señor Pérez nos parece en esto un personaje de zarzuela. En cuanto el personaje de zarzuela se presenta en el escenario se ríe todo el mundo. En cuanto el señor Pérez pide la palabra, la Cámara y la galería tienen un murmullo risueño.
         Y oyéndole y viéndole las gentes no saben pronunciar sino una exclamación empañada en risa:
         —¡Este Pérez! ¡Este Pérez tan “tremendo”!
         Interviene en la eficacia cómica del decir y la traza del socarrón y sanchopancesco diputado el zarzuelismo de su nombre. Manuel Bernardino Pérez es por antonomasia un nombre de zarzuela. Su mención trae inmediatamente el recuerdo del “terrible Pérez”. Y el título de diputado por Cajamarquilla tiene también una fisonomía legítima de sainete sandunguero y pícaro.
         El señor Pérez siente su popularidad y su fama. Comprende su rol en la historia del Perú. Sabe bien lo que representa y lo que significa en el parlamento peruano. Conoce cuál es la llave de su celebridad y de su éxito.
         Es desde tal punto de vista un hombre que posee perfecta conciencia del deber.
         Y es por esto que le miramos festivo en la iniciativa, festivo en la opinión, festivo en el recuerdo, festivo en el reproche, festivo en el ademán. Nunca es tan festivo el señor Pérez como cuando se pone serio. Hasta ahora no le hemos visto trágico. Probablemente nos moriríamos de risa si de tal guisa le viéramos.
         No exageramos.
         El país entero saborea la comicidad de la facundia criolla del señor Pérez. El comentario metropolitano glosa cotidianamente sus actitudes. Y jamás se ha reído del humorismo del señor Pérez como en presencia de sus proyectos para que se le ponga límites a la ciudad y para que los edificios se construyan cediendo dos metros a la acera.
         Evidentemente estos proyectos del señor Pérez no son circunspectos. El señor Pérez los ha concebido ingeniosamente para tomarles el pelo a los legisladores. Se trata de una socarronería maliciosa del leader criollo.
         Así lo han entendido las gentes metropolitanas y nos han dicho:
         —¡Ponerle límites a la ciudad sería como ponerle límites al señor Pérez!
         Y nos ha parecido atinado el concepto.
         El más ladino de los proyectos es el del ensanche de las calles. El señor Pérez no va a conseguir ensanche alguno haciendo que los edificios futuros se internen dos metros. El objetivo del señor Pérez es distinto. El señor Pérez, como buen peruano, es partidario del “recoveco”. Y lo que pretende el señor Pérez es que la ciudad se llene de “recovecos”. El señor Pérez haría de estos “recovecos” unas veces capilla parlamentaria, otras veces cátedra política y otras veces confesionario galante.
         El señor Pérez pensaría entonces que esta era una ciudad ideal.
         Pero los legisladores van a tener seguramente la inclemencia de atajar risueñamente ambos proyectos del señor Pérez. Nos van a dejar sin límites y sin “recovecos”. Y vamos a vernos obligados a lamentar que no haya en cada miembro del parlamento un señor Pérez, diputado por Cajamarquilla.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de agosto de 1917. ↩︎