4.3. Líder criollo - Los viernes de Don Juan
- José Carlos Mariátegui
Líder criollo1
Buena obra del señor Pardo y grande ventura de la patria ha sido la devolución del señor Manuel Bernardino Pérez a la Cámara de Diputados. No una sino diez provincias debieron fundarse para que el ladino y obeso areopagita del umbral de Broggi tornase a ser diputado. Veinte legiones de pecheros debieron ser enviadas para asegurar la elección de tan sazonado glosador del Arcipreste de Hita.
El Parlamento peruano es el hogar legítimo del señor Pérez. El señor Pérez es la síntesis del Parlamento peruano. El ideal del Parlamento peruano. La palabra del señor Pérez es la palabra del Parlamento peruano. Oyendo y viendo al señor Pérez sentimos y comprendemos todo lo peruano que es. Y pensamos que el señor Pérez es por antonomasia un parlamentario criollo.
Ausente de la Cámara de Diputados el señor Pérez, estaba sin alma el Parlamento peruano. Parecía que el Parlamento no alentaba realmente en los palacios de la Inquisición sino allí donde el señor Pérez estuviese hilando la lana de oveja de sus raciocinios criollos y allí donde el señor Pérez anduviese requebrando a las mozas de partido.
Probablemente el señor Pardo se dio cuenta de esto. Tuvo mirada de zahorí para descubrir tan trascendente realidad nacional. E hizo de la nada una provincia para que el señor Pérez fuera su representante y volviese a ocupar un escaño.
Los accidentes de la elección del señor Pérez son a cuál más jugoso y a cuál más típico. La provincia que el señor Pérez representa tiene un mote de diminutivo. Cajamarquilla se llama y parece una ahijada de Cajamarca. Quiso el legislador posiblemente que el señor Villanueva senador de Cajamarca y el señor Pérez diputado de Cajamarquilla fuesen el prototipo, ejemplo, dechado, flor y espejo del senador y del diputado peruanos.
Y es la provincia de Cajamarquilla una provincia que ha puesto en las manos del señor Pérez su corazón púber. En esto aparece el país dándole al señor Pérez una provincia virgen. Y el señor Pérez catando alborozado los regalos y excelencias de la rica y núbil dueña.
Un amigo mal intencionado nos ha dicho:
—¿El señor Pardo dándole al señor Pérez la personería de una provincia no se parece a don Quijote dándole a su escudero Panza el gobierno de la Ínsula Barataria?
Pero nosotros hemos protestado:
—No. Porque Sancho Panza estaba condenado al fracaso en la ínsula y el señor Pérez no está condenado al fracaso en el Parlamento. En el Parlamento no habrá un doctor de Tirteafuera que lo mate de hambre.
Y hemos pensado que el concepto de nuestro amigo proviene de que encuentra en la catadura y en el ánima del señor Pérez reminiscencias de la catadura y del ánima de Panza. Refranero como Panza es el señor Pérez. Y ladino como Panza. Y malicioso como Panza.
En la Cámara de Diputados el señor Pérez es el ánima de la legislación. Él es como la Cámara y la Cámara es como él. El criollismo del señor Pérez es el criollismo de la Cámara.
Jamás será posible encontrar para nuestro Parlamento un hombre más representativo. Nunca tendrá nuestro criollismo un personero más auténtico y propio. Otros hombres tienen el defecto y el exotismo de sus ideales complicados. Y en el espíritu del señor Pérez los ideales se simplifican como en una fábula infantil e ingenua. El señor Pérez piensa cual el Arcipreste de Hita que “como dijo Aristóteles, cosa es verdadera…” Un criollo y, sobre todo, un parlamentario criollo no puede pensar más ni mejor.
Cazurro unas veces, locuaz otras, sanchopancesco siempre, el señor Pérez nos representa, nos encarna y nos personifica. Es positivamente nuestro, privilegiadamente nuestro. Es el líder criollo. Se engañan quienes creen que el señor Abelardo Gamarra es más criollo que él. El señor Gamarra es, dentro de su peruanismo, un hombre de ensueños y de quimeras. El señor Pérez es su antítesis. El señor Pérez vive en nuestra realidad socarrona y retrechera. No da hospitalidad en su corazón a fantasías e ilusiones. Se sonríe de todo. Vive feliz con su chaleco amarillo, con su corbata azul y con su hongo.
Nosotros querríamos pronunciar un discurso para decirle al país en la plaza de Acho todas estas cosas.
Hablaríamos a las gentes con nuestra sinceridad más sobria.
Y les diríamos:
—¡Amad al señor Pérez! Ved en él al Parlamento peruano. Sentid que su socarronería es la socarronería de todos nosotros. Comprended que su huachafería es también la huachafería de todos nosotros. Y no penséis que el Parlamento nacional tiene en el señor Pérez una decoración. Pensad como queráis. Pero pensad que más bien es el Parlamento nacional la decoración de este señor Pérez, diputado por Cajamarquilla y amigo del señor Pardo que nos manda…
El Parlamento peruano es el hogar legítimo del señor Pérez. El señor Pérez es la síntesis del Parlamento peruano. El ideal del Parlamento peruano. La palabra del señor Pérez es la palabra del Parlamento peruano. Oyendo y viendo al señor Pérez sentimos y comprendemos todo lo peruano que es. Y pensamos que el señor Pérez es por antonomasia un parlamentario criollo.
Ausente de la Cámara de Diputados el señor Pérez, estaba sin alma el Parlamento peruano. Parecía que el Parlamento no alentaba realmente en los palacios de la Inquisición sino allí donde el señor Pérez estuviese hilando la lana de oveja de sus raciocinios criollos y allí donde el señor Pérez anduviese requebrando a las mozas de partido.
Probablemente el señor Pardo se dio cuenta de esto. Tuvo mirada de zahorí para descubrir tan trascendente realidad nacional. E hizo de la nada una provincia para que el señor Pérez fuera su representante y volviese a ocupar un escaño.
Los accidentes de la elección del señor Pérez son a cuál más jugoso y a cuál más típico. La provincia que el señor Pérez representa tiene un mote de diminutivo. Cajamarquilla se llama y parece una ahijada de Cajamarca. Quiso el legislador posiblemente que el señor Villanueva senador de Cajamarca y el señor Pérez diputado de Cajamarquilla fuesen el prototipo, ejemplo, dechado, flor y espejo del senador y del diputado peruanos.
Y es la provincia de Cajamarquilla una provincia que ha puesto en las manos del señor Pérez su corazón púber. En esto aparece el país dándole al señor Pérez una provincia virgen. Y el señor Pérez catando alborozado los regalos y excelencias de la rica y núbil dueña.
Un amigo mal intencionado nos ha dicho:
—¿El señor Pardo dándole al señor Pérez la personería de una provincia no se parece a don Quijote dándole a su escudero Panza el gobierno de la Ínsula Barataria?
Pero nosotros hemos protestado:
—No. Porque Sancho Panza estaba condenado al fracaso en la ínsula y el señor Pérez no está condenado al fracaso en el Parlamento. En el Parlamento no habrá un doctor de Tirteafuera que lo mate de hambre.
Y hemos pensado que el concepto de nuestro amigo proviene de que encuentra en la catadura y en el ánima del señor Pérez reminiscencias de la catadura y del ánima de Panza. Refranero como Panza es el señor Pérez. Y ladino como Panza. Y malicioso como Panza.
En la Cámara de Diputados el señor Pérez es el ánima de la legislación. Él es como la Cámara y la Cámara es como él. El criollismo del señor Pérez es el criollismo de la Cámara.
Jamás será posible encontrar para nuestro Parlamento un hombre más representativo. Nunca tendrá nuestro criollismo un personero más auténtico y propio. Otros hombres tienen el defecto y el exotismo de sus ideales complicados. Y en el espíritu del señor Pérez los ideales se simplifican como en una fábula infantil e ingenua. El señor Pérez piensa cual el Arcipreste de Hita que “como dijo Aristóteles, cosa es verdadera…” Un criollo y, sobre todo, un parlamentario criollo no puede pensar más ni mejor.
Cazurro unas veces, locuaz otras, sanchopancesco siempre, el señor Pérez nos representa, nos encarna y nos personifica. Es positivamente nuestro, privilegiadamente nuestro. Es el líder criollo. Se engañan quienes creen que el señor Abelardo Gamarra es más criollo que él. El señor Gamarra es, dentro de su peruanismo, un hombre de ensueños y de quimeras. El señor Pérez es su antítesis. El señor Pérez vive en nuestra realidad socarrona y retrechera. No da hospitalidad en su corazón a fantasías e ilusiones. Se sonríe de todo. Vive feliz con su chaleco amarillo, con su corbata azul y con su hongo.
Nosotros querríamos pronunciar un discurso para decirle al país en la plaza de Acho todas estas cosas.
Hablaríamos a las gentes con nuestra sinceridad más sobria.
Y les diríamos:
—¡Amad al señor Pérez! Ved en él al Parlamento peruano. Sentid que su socarronería es la socarronería de todos nosotros. Comprended que su huachafería es también la huachafería de todos nosotros. Y no penséis que el Parlamento nacional tiene en el señor Pérez una decoración. Pensad como queráis. Pero pensad que más bien es el Parlamento nacional la decoración de este señor Pérez, diputado por Cajamarquilla y amigo del señor Pardo que nos manda…
Los viernes de don Juan
El viernes se vuelve más trascendental y más peruano cada día. Tenemos ya los viernes de moda del cinema y los viernes de recibo en la casa del señor don Juan Pardo. El viernes se enaltece y se glorifica en el calendario nacional. Y empieza a adquirir sonoro timbre de majestad y de aristocracia criolla.
Arduo problema sería acaso para el señor don Juan Pardo la elección de día favorito. El domingo le parecería demasiado cristiano y demasiado evangélico. El lunes le parecería demasiado plebeyo. El martes le parecería demasiado vulgar. Y el sábado le parecería el día del presidente de la República.
Y desconocería sobre todo el señor Pardo la grandeza del día jueves.
Sin embargo, el jueves fue en la otra legislatura el día del señor Manzanilla. Y el jueves es un día jovial. El jueves es un día risueño. Parece un día luminoso y amable que interrumpe la monotonía de la semana adusta.
Pero así no querría entenderlo el señor Pardo.
Y del viernes hizo su favorito. Del viernes que es hasta en la eufonía de su nombre un día severo. Del viernes que evoca las austeridades ingratas de la cuaresma. Del viernes que es un día de vigilias y de ayunos. Del viernes que no posee en Lima más gracia que las tandas de moda del cinema. Una gracia por ende trivial y huachafa.
Han comenzado ya las crónicas sociales a ocuparse de los viernes de don Juan al lado de los viernes de tal o cual dama bonita y de tal o cual dama fea.
Anteayer fue el primer viernes de don Juan. Don Juan estuvo persuasivo y obsequioso. Regaló bien a sus visitantes. Tuvo sonrisas y amabilidades para todos. Imitó las gentilezas del señor Manzanilla.
Todos los representantes hablan y hablarán de este acontecimiento sustantivo y esencial de la legislatura.
Don Juan pensará que desde sus viernes ceremoniosos y plácidos legislará y gobernará al país.
Y tal vez don Juan tendrá razón en esto para gloria de sus viernes, del Parlamento y de la patria.
Arduo problema sería acaso para el señor don Juan Pardo la elección de día favorito. El domingo le parecería demasiado cristiano y demasiado evangélico. El lunes le parecería demasiado plebeyo. El martes le parecería demasiado vulgar. Y el sábado le parecería el día del presidente de la República.
Y desconocería sobre todo el señor Pardo la grandeza del día jueves.
Sin embargo, el jueves fue en la otra legislatura el día del señor Manzanilla. Y el jueves es un día jovial. El jueves es un día risueño. Parece un día luminoso y amable que interrumpe la monotonía de la semana adusta.
Pero así no querría entenderlo el señor Pardo.
Y del viernes hizo su favorito. Del viernes que es hasta en la eufonía de su nombre un día severo. Del viernes que evoca las austeridades ingratas de la cuaresma. Del viernes que es un día de vigilias y de ayunos. Del viernes que no posee en Lima más gracia que las tandas de moda del cinema. Una gracia por ende trivial y huachafa.
Han comenzado ya las crónicas sociales a ocuparse de los viernes de don Juan al lado de los viernes de tal o cual dama bonita y de tal o cual dama fea.
Anteayer fue el primer viernes de don Juan. Don Juan estuvo persuasivo y obsequioso. Regaló bien a sus visitantes. Tuvo sonrisas y amabilidades para todos. Imitó las gentilezas del señor Manzanilla.
Todos los representantes hablan y hablarán de este acontecimiento sustantivo y esencial de la legislatura.
Don Juan pensará que desde sus viernes ceremoniosos y plácidos legislará y gobernará al país.
Y tal vez don Juan tendrá razón en esto para gloria de sus viernes, del Parlamento y de la patria.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de agosto de 1917. ↩︎