4.4. El mes de promisión

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hay languidez en el ambiente.
         Este no nos parece el mes de agosto que nosotros esperábamos. Este no es todavía un mes voraginoso. Este no es todavía un mes inquieto. Este no es todavía un mes febril. Sentimos amortecimiento en las almas, amortecimiento en los semblantes, amortecimiento en los ademanes, amortecimiento en las palabras y amortecimiento en las cosas.
         Tal vez es que el invierno tiene entumecida a la política. Acaso es que el frío paraliza los gestos y cohíbe los gritos. Quién sabe que la estación de las lluvias es más fuerte que la estación parlamentaria y la sojuzga y la arredra.
         Todo puede ser.
         Viejos y experimentados hombres nos dicen:
         —Es que el mes de agosto principia. Es que la política necesita tiempo para encenderse y calentarse. Es que la temporada legislativa se parece a una zambra. Comienza fría y ceremoniosa. Poco a poco se anima. Y siempre acaba en la locura.
         Pero nosotros somos jóvenes y somos vehementes.
         Habríamos querido que el primero de agosto se iniciaran las jornadas tremendas. Grande habría sido nuestro entusiasmo si esta semana que se ha acabado hubiera tenido hervor, latido, sonoridad. Habríamos enloquecido de alborozo si ya hubiera experimentado su primera desazón el gabinete.
         Nos dicen persuasivamente:
         —Este es el momento de las genuflexiones mutuas y de los saludos recíprocos.
         Y sentimos que así es irremediablemente.
         Solo que buscamos bajo esta lasitud y bajo este desmayo el indicio de acontecimientos silenciosos y de intenciones trascendentales. Se nos ocurre que esta calma es un sistema malo. Pensamos que empiezan a desarrollarse graves sucesos sigilosos. Nos imaginamos que la procesión anda por dentro.
         Muy intensa es la conflagración de sentimientos y de pasiones que existe en el Perú en estos instantes en que el señor don Amador del Solar regresa a la vida privada. Imposible es pues que se apague o se extenúe repentinamente. Existe una crisis hondísima. Una crisis que no va a ser solucionada con los billetes de a sol, aunque bien lo quisiera el señor Pardo. Y también otros hombres que no son el señor Pardo.
         Nuestro tropicalismo se solivianta porque no hay gritos y porque no hay estruendos. Nos creemos defraudados. Nos exasperamos.
         Y es que somos demasiado impacientes.
         Estamos en el período de las escaramuzas. Vivimos en una atmósfera de trincheras y de galerías subterráneas. Pero llegará muy pronto la hora de las batallas campales.
         Allí está el partido civil con el señor Prado. Allí está el partido constitucional con el general Cáceres. Allí está el partido futurista con el señor Riva Agüero. Allí está la minoría. Allí está el señor Ulloa. Allí están todos, continuamos viviendo entre expectativas y nerviosidades.
         Nada importa que haya transitorias tibiezas.
         El mes de agosto es siempre un mes de promisión.
         Aguardemos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de agosto de 1917. ↩︎