4.18. El diapasón parlamentario

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Desde el primer momento, la perspicacia pública descubrió que este debate de las inspecciones de instrucción, tan administrativo, tan científico y tan idealista, tenía una gran trastienda política. Baldía fue la protesta enardecida y lírica del señor Barreda y Laos. Baldío el esfuerzo diplomático y risueño de los liberales. Las gentes llenaron las galerías del Palacio Legislativo anhelantes e inquietas.
         No se engañan jamás las gentes limeñas. Se les dirá perezosas. Se les dirá abúlicas. Se les dirá indolentes. Se les dirá despreocupadas. Pero no se les dirá por ningún motivo ingenuas.
         El presentimiento metropolitano ha sido justificado.
         Para comprobarlo no hay, sino que dirigir la mirada al Palacio Legislativo, al estucado e inconcluso palacio de la farola lechuguina, donde persiste todavía el debate de las inspecciones de instrucción porque hay veinte opiniones que se arañan, que se contradicen y que se embrollan.
         El señor Barreda y Laos ha sacado la siguiente cuenta con los dedos de las manos:
         —¡Existen múltiples opiniones distintas! ¡Opinión mía, una! ¡Opinión del gobierno, dos! ¡Opinión del señor Maúrtua, tres! ¡Opinión del señor Ulloa, cuatro! ¡Opinión del señor Castillo, cinco! ¡Opinión del señor Pérez, seis! ¡Opinión del señor Secada, siete!
         Tal el estado de la discusión.
         El señor Pardo se siente totalmente neutral en la presidencia de la Cámara de Diputados. Íntimamente se regala con la prolongación del debate. Sus incidentes le interesan y le refocilan. Instiga con sus complacencias discretas la heroica pertinacia de las objeciones.
         Y los liberales se exasperan y gritan los señores Sayán y Palacios o el señor Pinzás:
         —¡Este proyecto debe aprobarse! ¡Si es malo se le reformará mañana! ¡Pero no hay que aplazarlo ni posponerlo! ¡Hay que aprobarlo ahora mismo!
         En esto nos quedamos dormidos y en esto nos despertamos.
         Discurso del señor Ulloa, consejero, persuasivo, paternal y solemne. Discurso del señor Pérez, dicharachero, anecdótico, pintoresco y alegre. Discurso del señor Barreda y Laos, resonante, alegórico, universitario y primaveral. Discurso del señor Secada, ululante, porfiado, acérrimo y quejumbroso.
         Se conciertan y se interponen los discursos para atajar el proyecto de los liberales.
         Y se enciende una discusión tremenda sobre el problema trascendental de la instrucción pública en el Perú.
         Para nosotros este debate de las inspecciones de instrucción es el debate que ha elevado el diapasón parlamentario. Es el debate que ha promovido las primeras controversias vehementes. Es el debate que ha sacado de quicio a los representantes sosegados y ecuánimes. Es el debate que ha marcado los primeros pasos sigilosos de las aspiraciones a la sucesión presidencial.
         Tuvimos ayer, por obra de este debate, un momento sonoro y vibrante en la Cámara de Diputados.
         El señor Solar, muy nervioso, se echó a clamar:
         —¡Nada de transacciones! ¡La mayoría manda! ¡Yo voto con la mayoría cualquiera que sea el sentido de su voto! ¡Pido que se clausure el debate!
         El señor Pérez le puso nombre al pedido del señor Solar:
         —¡Esta es una moción de guillotina!
         Y la Cámara entera repitió la palabra:
         —¡Guillotina! ¡Guillotina! ¡Guillotina!
         Sentimos entonces que el ambiente legislativo se agitaba y se enardecía definitivamente, aunque ya no vibraba en la Cámara de Diputados la voz de prócer del señor Torres Balcázar.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de agosto de 1917. ↩︎