4.19. Agosto termina

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Entre los hosannas a Santa Rosa de Lima, el divino y uncioso sahumerio, el enamorado panegírico y la mística evocación, se despide de los peruanos este mes de agosto que se anunció tan preñado de inquietudes, de sacudimientos y de conflagraciones.
         Santa Rosa de Lima se lleva al mes de agosto envuelto en la cauda de su gloria. Se lo ha quitado a las turbulencias de la política. Se lo ha arrebatado a las irrespetuosidades del comentario callejero. Se lo ha disputado a las nerviosidades de los debates parlamentarios. Este mes de agosto ha sido de Santa Rosa y para Santa Rosa.
         El señor Pardo presenció ayer, desde un balcón del Palacio de Gobierno, el paso de la procesión de Santa Rosa. Tenía a su lado al jefe de la Iglesia peruana. Y aunque no tenía también a nuestro Rasputín criollo, pensaba probablemente el señor Pardo que estaba allí, en un balcón del Palacio de Gobierno, el Perú entero. El Perú en un balcón. Y sobre él Santa Rosa de Lima bendiciéndolo y obsequiándolo.
         Insensiblemente llegamos hoy al 25 de agosto. Mañana será veintiséis. Uno de estos días será treintaiuno. El mes de agosto se irá para siempre sin un estremecimiento, sin un latido, sin un clamor.
         Acaso tan solo tendrá este mes una nota sonora: la de nuestra ruptura con Alemania.
         Desde que no está en el Palacio de Gobierno un príncipe belga, el Perú ha empezado a pensar en que todo el mundo vive en guerra. Se ha sentido marcial y heroico. Ha dirigido una mirada enojada al rubio país del Káiser y de los submarinos.
         No sabemos nosotros si Santa Rosa de Lima interviene en este repentinismo. Pero nos inclinamos a creer que no. Santa Rosa de Lima es seguramente pacifista. Tan pacifista como lo es el Papa. Tan pacifista como lo es posiblemente nuestro Rasputín criollo.
         Aunque en verdad la ruptura del Perú con Alemania no va a ser para el Perú la guerra sino la paz.
         Pero la paz con todos los énfasis, con todos los ardimientos, con todos los alborozos, con todas las altisonancias y con todas las gallardías de la guerra. Y sin ninguna de sus amarguras, ninguna de sus angustias, ninguna de sus asechanzas y ninguno de sus desabrimientos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de agosto de 1917. ↩︎