4.17. Desde el destierro

  • José Carlos Mariátegui

 

         1En una esquina, en el umbral de su imprenta o en un papel impreso vibra todavía la voz del señor Torres Balcázar. El señor Pardo ha podido desterrar del Parlamento al señor Torres Balcázar. Pero no ha podido desterrarlo del Perú. Y si el señor Pardo condenara al exilio al señor Torres Balcázar, desde el exilio vendría la palabra del señor Torres Balcázar a poner una nota sonora y valiente entre las apatías, los amortecimientos y las delicuescencias de la lasitud criolla.
         El señor Pardo no quiso que el señor Torres Balcázar volviese a ser diputado. Ni la provincia heroica de Bolognesi ni la provincia metropolitana de Lima debían elegirle ni aclamarle. Parecía que personalmente se alzaba el señor Pardo para cerrarle al señor Torres Balcázar la puerta de la Cámara de Diputados. El país pensará que es una grave responsabilidad del señor Pardo la de haber evitado la reelección de un parlamentario tan valioso. Pero tendrá que pensar que es también un triunfo del señor Pardo.
         De vez en cuando, en medio de alguna sesión lánguida, tibia y desmayada ponemos nosotros los ojos en dos escaños vacíos de la Cámara de Diputados. Uno es el escaño vacío del señor Grau. El otro es el escaño vacío del señor Torres Balcázar. Uno es el escaño vacío de la provincia de Cotabambas. El otro es el escaño vacío de la provincia de Bolognesi.
         Sentimos entonces que estos dos escaños vacíos son dos acusaciones. Sentimos que esos dos escaños vacíos son dos protestas. Sentimos que esos dos escaños vacíos son dos apóstrofes. Mas sentimos al mismo tiempo que esos dos escaños vacíos son, para el señor Pardo, para la actualidad y para el diario de los debates dos escaños vacíos, irremediablemente vacíos, definitivamente vacíos, eficazmente vacíos.
         Pensamos que en ese escaño del señor Torres Balcázar se quedó atajado, tundido, diseccionado y molido para siempre el presupuesto de 1917. El presupuesto que debió ser un presupuesto del señor García y Lastres pero que acabó siendo un presupuesto del señor Heráclides Pérez.
         El señor Torres Balcázar no era un hombre solemne. No era un hombre trascendental. No era un hombre histórico. Era apenas el señor Torres Balcázar. Un ciudadano sencillo, risueño, burlón y gordo. Su fisonomía era una fisonomía criolla. Su continente era un continente jocundo. No había en él majestad catedrática ni didacticismo vanidoso ni altisonancia insuflada ni gravedad protectora y consejera.
         Sin embargo, el señor Torres Balcázar sabía siempre armonizar su palabra con la naturaleza de las situaciones parlamentarias. Era oportuno. Era ameno. Era ingenioso. Era denodado. Era accesible. Era discreto. Si le faltaba solemnidad y si le faltaba trascendentalismo, le sobraban perspicacia, viveza, agilidad, facundia, malicia, perseverancia y aliento. Su oratoria era una oratoria diáfana, vigorosa y enérgica. Su énfasis no era presunción sino entusiasmo.
         Tal el señor Torres Balcázar parlamentario. Tal el señor Torres Balcázar adversario del señor Pardo. Tal el señor Torres Balcázar legislador. Tal el señor Torres Balcázar intérprete de oposiciones inteligentes y sensatas.
         Y ahora el señor Torres Balcázar es el mismo de ayer. Su denuedo es el mismo. Su convencimiento es el mismo. Su entereza es la misma. Aún le vemos ponerse de pie para apostrofar al pardismo.
         En estos momentos la voz de nuestro amigo es todavía una admonición y una protesta.
         No importa que no pueda vibrar sino en una esquina, en el umbral de su puerta o en un papel impreso.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de agosto de 1917. ↩︎