4.14. En el cenit
- José Carlos Mariátegui
1El Perú debe darse cuenta de que el día de hoy es un día trascendental. Estamos en el dieciocho de agosto. Vivimos un momento de besamanos y de unción. Promedia ya el período del señor Pardo. Asistimos al segundo cumpleaños de su gobierno. Y tenemos que enviar nuestra tarjeta de felicitación y cumplido al Palacio de Gobierno porque allí está el señor Pardo que nos manda.
Nos asevera el calendario que hoy hace dos años que el señor Pardo gobierna al Perú por segunda vez. Tenemos que creerle al calendario. Pero en nuestras ánimas y en las demás ánimas desorientadas de esta tierra existe la obsesión de que el señor Pardo nos ha gobernado toda la vida.
Y es que en casi todas las páginas de la historia del Perú nos parece encontrar una reminiscencia del señor Pardo. Esta república da la impresión de haber sido administrada perennemente por un señor Pardo. Y poniendo los ojos en su crónica no es posible creer que llegamos al segundo año del señor Pardo sino al centésimo año del señor Pardo.
Pensamos que esa es una persuasión nacional. El país probablemente ve en el Palacio de Gobierno al señor Pardo y se persuade de que se va a quedar para siempre en él. Se convence de que, si alguna vez el señor Pardo se aleja del Palacio de Gobierno para buscar el arrullo, la brisa y el sosiego de la Costa Azul, será siempre para regresar nuevamente al Palacio de Gobierno, así suenen en su puerta para despedirle los golpes taimados de los guijarros de la ingratitud peruana.
Este señor Pardo que no es siquiera el Mayorazgo sino tan solo el Segundón de los Pardo y Barreda empezó a mandarnos en un día igual al día que en estos momentos amanece. Debía haber entrado al Palacio de Gobierno el veinticuatro de setiembre. Pero no sabemos si por buenaventura suya o por buenaventura de la patria se adelantó su exaltación al mando. Buenaventura suya si fue para que ascendiera más temprano. Buena ventura de la patria si fue buenaventura suya. Este último será el concepto de los cronicones cortesanos y a ellos queremos someternos y ajustarnos.
Soñaron los hombres ingenuos que el señor Pardo subía al gobierno para reconciliarnos y para apaciguarnos. El señor Pardo nos lo había prometido. Solo que era porque el señor Pardo estaba seguro de que todos nos volveríamos uno en reverenciarle y alabarle y de que todos nos juntaríamos para servirle y quererle. Aguardaba el señor Pardo que el Perú se convertiría en una vasta mesnada de cortesanos y de pecheros.
Pero en esta tierra hay gentes asaz revoltosas y atrevidas. Gentes que no se deslumbran con la majestad del señor Pardo y su cortejo. Gentes que se ríen del insuflamiento de sus actitudes. Gentes que no creen en la predestinación inobjetable del señor Pardo para la Presidencia de la República. Gentes que tienen otras devociones y otros cultos para los cuales son más o menos fieles. Gentes que no se avienen con el señorío del apellido Pardo y Barreda.
El país no ha sabido hacerse un concierto de voluntades obedientes y disciplinadas. La esperanza del señor Pardo ha fracasado. No ha habido conciliación ni ha habido apaciguamiento. A pesar de que el señor Pardo es el amo de un superávit que sirve para cotizaciones penumbrosas no está a su alcance el sojuzgamiento de todas las conciencias. Existen profusas y acendradas rebeldías. No todas son clamantes e impávidas. Las más son silenciosas y discretas. Pero de toda suerte se llaman rebeldías.
Dos años del señor Pardo en el Palacio de Gobierno no han valido la adquisición de la felicidad de la patria. Han servido únicamente para desazonarnos y confundirnos más de lo que estábamos. Y han tenido la extraña virtud de antojársenos no dos años cabales y equitativos sino dos años luengos y desmesurados.
Grande es nuestro pecado al decirlo en este día dieciocho de agosto. Incurrimos en delito de lesa cortesía que a los ojos de un régimen de aristocracia advenediza tiene que ser el delito más grave y punible. Hoy todo debía ser congratulaciones y ditirambos. Debíamos andar muy lejos de la osadía y de la audacia. Y el país debía mostrarse muy unido y muy concorde en la armonía festiva de un besamanos unánime.
Justo y acertado es tener en consideración que un cumpleaños no es en verdad un aniversario alegre. Un cumpleaños indica un año más. Un año más indica un año menos.
Aseveran los genuflexos cortesanos que el gobierno del señor Pardo está en su cenit. Es muy cierto. Pero es muy cierto asimismo que el cenit va a advertirle al señor Pardo que ha comenzado a atardecer para su gobierno. La mañana de este período presidencial ha concluido ya. Hemos llegado al mediodía. Y, tarde o temprano, vendrá el ocaso. El ocaso nublado, triste, senil y umbroso…
Nos asevera el calendario que hoy hace dos años que el señor Pardo gobierna al Perú por segunda vez. Tenemos que creerle al calendario. Pero en nuestras ánimas y en las demás ánimas desorientadas de esta tierra existe la obsesión de que el señor Pardo nos ha gobernado toda la vida.
Y es que en casi todas las páginas de la historia del Perú nos parece encontrar una reminiscencia del señor Pardo. Esta república da la impresión de haber sido administrada perennemente por un señor Pardo. Y poniendo los ojos en su crónica no es posible creer que llegamos al segundo año del señor Pardo sino al centésimo año del señor Pardo.
Pensamos que esa es una persuasión nacional. El país probablemente ve en el Palacio de Gobierno al señor Pardo y se persuade de que se va a quedar para siempre en él. Se convence de que, si alguna vez el señor Pardo se aleja del Palacio de Gobierno para buscar el arrullo, la brisa y el sosiego de la Costa Azul, será siempre para regresar nuevamente al Palacio de Gobierno, así suenen en su puerta para despedirle los golpes taimados de los guijarros de la ingratitud peruana.
Este señor Pardo que no es siquiera el Mayorazgo sino tan solo el Segundón de los Pardo y Barreda empezó a mandarnos en un día igual al día que en estos momentos amanece. Debía haber entrado al Palacio de Gobierno el veinticuatro de setiembre. Pero no sabemos si por buenaventura suya o por buenaventura de la patria se adelantó su exaltación al mando. Buenaventura suya si fue para que ascendiera más temprano. Buena ventura de la patria si fue buenaventura suya. Este último será el concepto de los cronicones cortesanos y a ellos queremos someternos y ajustarnos.
Soñaron los hombres ingenuos que el señor Pardo subía al gobierno para reconciliarnos y para apaciguarnos. El señor Pardo nos lo había prometido. Solo que era porque el señor Pardo estaba seguro de que todos nos volveríamos uno en reverenciarle y alabarle y de que todos nos juntaríamos para servirle y quererle. Aguardaba el señor Pardo que el Perú se convertiría en una vasta mesnada de cortesanos y de pecheros.
Pero en esta tierra hay gentes asaz revoltosas y atrevidas. Gentes que no se deslumbran con la majestad del señor Pardo y su cortejo. Gentes que se ríen del insuflamiento de sus actitudes. Gentes que no creen en la predestinación inobjetable del señor Pardo para la Presidencia de la República. Gentes que tienen otras devociones y otros cultos para los cuales son más o menos fieles. Gentes que no se avienen con el señorío del apellido Pardo y Barreda.
El país no ha sabido hacerse un concierto de voluntades obedientes y disciplinadas. La esperanza del señor Pardo ha fracasado. No ha habido conciliación ni ha habido apaciguamiento. A pesar de que el señor Pardo es el amo de un superávit que sirve para cotizaciones penumbrosas no está a su alcance el sojuzgamiento de todas las conciencias. Existen profusas y acendradas rebeldías. No todas son clamantes e impávidas. Las más son silenciosas y discretas. Pero de toda suerte se llaman rebeldías.
Dos años del señor Pardo en el Palacio de Gobierno no han valido la adquisición de la felicidad de la patria. Han servido únicamente para desazonarnos y confundirnos más de lo que estábamos. Y han tenido la extraña virtud de antojársenos no dos años cabales y equitativos sino dos años luengos y desmesurados.
Grande es nuestro pecado al decirlo en este día dieciocho de agosto. Incurrimos en delito de lesa cortesía que a los ojos de un régimen de aristocracia advenediza tiene que ser el delito más grave y punible. Hoy todo debía ser congratulaciones y ditirambos. Debíamos andar muy lejos de la osadía y de la audacia. Y el país debía mostrarse muy unido y muy concorde en la armonía festiva de un besamanos unánime.
Justo y acertado es tener en consideración que un cumpleaños no es en verdad un aniversario alegre. Un cumpleaños indica un año más. Un año más indica un año menos.
Aseveran los genuflexos cortesanos que el gobierno del señor Pardo está en su cenit. Es muy cierto. Pero es muy cierto asimismo que el cenit va a advertirle al señor Pardo que ha comenzado a atardecer para su gobierno. La mañana de este período presidencial ha concluido ya. Hemos llegado al mediodía. Y, tarde o temprano, vendrá el ocaso. El ocaso nublado, triste, senil y umbroso…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de agosto de 1917. ↩︎