4.13. Nos aburrimos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Amanecemos enfermos de monotonía y de fastidio. Sentimos enrarecida la atmósfera nacional. Encontramos tediosa nuestra estancia. Y palpamos la desolación inmensa de no tener un solo acontecimiento sonoro que ponga su nerviosidad en nuestro espíritu y en nuestra máquina de escribir.
         Persiste la languidez en todas las cosas y en todas las ánimas. Persisten los bostezos. Persisten los amortecimientos. Persisten las lasitudes. Estamos en un momento de murmuraciones clandestinas y de chismes furtivos. El comentario callejero ha perdido su énfasis y se ha vuelto cuitado y pusilánime en la entonación.
         Y tendríamos que desesperarnos y desconsolarnos acerbamente si el comentario callejero se hubiera ya quedado no únicamente sin vibración, sino también sin malevolencia.
         Pero alguna compensación había de darnos la vida.
         Si bien el comentario callejero es silencioso y es sosegado, es al mismo tiempo más malicioso y más acérrimo que nunca. Desazonadas las gentes por la tranquilidad actual se zahieren, se hincan y se calumnian entre ellas mismas. Y la maledicencia se convierte en un deporte emocionante.
         Esta es la fisonomía del momento histórico.
         Parece que después de las agitaciones e inquietudes del mes de julio los espíritus se han sentido unánimemente fatigados y agotados. Ha empezado un período de transición para la política casera. Un período que no representa, por supuesto, una solución sino a lo más una tregua.
         El país ha hecho un mal negocio con el cambio de gabinete. Lo comprende ahora que es muy tarde para remediarlo. El gabinete del señor Riva Agüero le evitaba al país aburrimientos. En momentos en que el ambiente se serenaba y el enardecimiento se extinguía había siquiera un grito posible:
         —¿Hasta cuándo no se va este ministerio?
         En este grito se condensaban múltiples y diversos sentimientos. Era un grito sintetizador de sensaciones dispersas. Era un grito de protesta contra los dos primeros años de la administración del señor Pardo. Era un grito que no valía tanto por lo que declaraba como por lo que escondía.
         El nuevo gabinete ha ahogado esos gritos. Sin embargo, subsisten los sentimientos que lo inspiraban. No han desaparecido las cosas que eran la esencia y la entraña de ese grito. Únicamente se han quedado sin expresión y sin intérpretes.
         En cambio, para el país no significa nada la mudanza de gabinete. El señor Tudela y Varela en la presidencia del consejo de ministros del señor Pardo es para las gentes un gobernante igual al señor Riva Agüero. Las gentes piensan sin discrepancia que el ministerio es desabrido e incoloro. Más aún, piensan que es malo. Si no quieren decirlo todavía a gritos es porque les parece muy descortés hacerlo tan temprano.
         Espera el país que el ministerio del señor Tudela y Varela comience a envejecerse. Anhela que este envejecimiento se inicie muy pronto. Sabe que puede declararse súbitamente acaso antes de que el gabinete cumpla un mes de vida.
         Y nosotros nos vemos obligados a someternos a estos conceptos nacionales y a aguardar que la política torne a soliviantarse y a excitarse.
         Mientras tanto pensamos llenos de nostalgia en el señor don Enrique de la Riva Agüero que salió del Palacio de Gobierno para que entrara el señor don Francisco Tudela y Varela, pero siempre parece ser ministro del señor Pardo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de agosto de 1917. ↩︎