4.10.. Los sábados

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El viernes es del señor don Juan Pardo presidente de los diputados y el sábado es del señor D. José Pardo presidente de la República. Ambos días tienen pues sabor, espíritu, fisonomía, aderezo, enjundia, decoración y adorno de días nacionales. Avance más nuestra historia y el señor Manuel Bernardino Pérez pedirá que se les declare días de la patria.
         El comentario callejero ha aseverado:
         —¡El señor don Juan Pardo nos va a legislar desde sus viernes y el señor don José Pardo nos va a gobernar desde sus sábados!
         Tan mala es nuestra fortuna que no está en lo cierto el comentario callejero. No es posible que un señor Pardo nos legisle solo desde sus viernes y otro señor Pardo nos gobierne solo desde sus sábados. No somos dueños de tal buena ventura ni de tal gracia. En verdad un señor Pardo nos legisla todos los días y otro señor Pardo nos gobierna todos los días también. El viernes es para el uno un día de amistad, de audiencia y de concierto. El sábado es para el otro un día de etiqueta, de merced y de oporto y galletitas.
         Siete días hay en la semana y no menos de dos podían ser para el señor Pardo. De los cinco sobrantes ha elegido uno para su festejo y holganza el señor Durand. Y así sucesivamente, uno por uno, nos irán quitando nuestros personajes todos los días de la semana. Gracia inefable será que nos dejen el domingo tan monótono, tan lánguido, tan infantil y tan huachafo.
         Tentaciones tenemos de hacer el elogio del sábado. Pero nos apartamos y nos defendemos de ellas. Si el sábado es para la Biblia sagrada el día en que a los legisladores, es asimismo el día abigarrado y tumultuoso de los jornaleros, de los virotes, de los ritos protestantes, de los holgorios baratos y de las sensualidades cotizables.
         No podemos pues dedicar nuestras alabanzas al día sábado. Mucho tiene de sublime, pero mucho tiene igualmente de grosero. Y lo sublime en el día sábado es abstracto y celeste en tanto que lo grosero es ostensible y palpitante.
         Y son tan vehementes nuestros convencimientos que en estos instantes de la madrugada sentimos que nos alejamos a prisa del sábado y que se lo dejamos para siempre al señor Pardo, al Palacio de Gobierno, a su yantar suntuoso, a su eleven o’clock tea, a su tertulia, a sus genuflexiones y a sus cortesanías…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de agosto de 1917. ↩︎