4.11. Rimbombos de primavera

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ya ha hablado para la patria, para la historia, para la inmortalidad, para el cielo y para la Tierra el señor don Felipe Barreda y Laos. Ya hemos escuchado el latido de su corazón. Ya hemos contado las pulsaciones de su espíritu. Ya hemos fijado su fisonomía intelectual. Ya hemos medido el talle, el aliento, el alcance y el vuelo del ilustre joven del pardismo.
         Este debate de la instrucción tan expresivo, tan interesante y tan entretenido ha sido el debate de estreno para el señor Barreda y Laos. El señor Barreda y Laos se encuentra, pues, en el momento de los aplausos emocionados y de las felicitaciones efusivas. Y se halla al mismo tiempo en el momento de los comentarios.
         La crítica está recogiendo una por una sus palabras. Y las está desentrañando, cotejando, descomponiendo.
         Una, dos, tres veces ha hablado el señor Barreda y Laos. Sus discursos han sido sonoros. Han entusiasmado a las gentes sencillas de la galería. Han entusiasmado también a las gentes trascendentales de los escaños. Nosotros nos hemos quedado mirando muy atentamente al señor Barreda y Laos y a su auditorio, sin perder nuestra ecuanimidad y sin perder nuestro silencio.
         Nos han interpelado:
         —¿Ustedes no aplauden? ¿Ustedes no se exaltan? ¿Ustedes no se impresionan?
         Y nosotros nos hemos sonreído.
         No hemos hablado para no soliviantar a las gentes y para no alarmarlas con nuestros repentinismos y nuestras displicencias.
         Pero nos hemos sonreído ácidamente.
         El señor Barreda y Laos ha llevado a la Cámara de Diputados la retórica ingenua de la juventud universitaria. Ha llevado también su arrogancia y su pardismo. Ha llevado igualmente su aristocracia y su ampulosidad.
         Aguardábamos nosotros algo más.
         Para glosar los problemas nacionales con tan inocentes lirismos, con tan insufladas arengas, con tan pueriles imágenes y con tan cursis alegorías, no valía la pena que el señor Barreda y Laos hiciera un viaje a Cajatambo, no valía la pena que Cajatambo hubiera sido quitado a Ancash y dado a Lima, no valía la pena que se hubiera hecho tales aspavientos de admiración y de homenaje al talento, al donaire y a la facundia del ilustre joven del pardismo.
         En honor del señor Barreda y Laos han quemado los turibularios del señor Pardo sus más nobles y aromosas resinas, han sonado jubilosas campanas y han vibrado fervientes panegíricos.
         Apenas si se ha hecho olvido de la solemnidad religiosa de un tedeum y de la solemnidad criolla de un banquete.
         Y allí está el señor Barreda y Laos haciendo crujir el pedestal de los ditirambos y exponiéndose a los pensamientos profanos de la gente atrevida.
         El señor Barreda y Laos continúa siendo un universitario. Es consumadamente universitario, sonora mente universitario, enardecidamente universitario, admirablemente universitario. El parlamento le parece acaso un congreso estudiantil. Y pone en sus discursos por eso una romántica entonación de primavera escolar.
         Habla así el señor Barreda y Laos:
         —¡Yo he visto a este pueblo en la sima del Dolor! ¡Yo lo he visto herido de muerte! ¡Yo lo he visto en el abatimiento de la agonía! ¡Era, señores diputados, la evocación de Laocoonte! ¡Y, sin embargo, este pueblo ha sabido luego erguirse, abrir las alas y ascender al cielo para impetrar la piedad de los dioses! ¡Y la piedad de los dioses ha bajado sobre este pueblo hecha luz, hecha amor y hecha aurora!
         Esto enardece a las gentes de las galerías. Esto hiperestesia la complacencia de las gentes de los escaños. Esto enorgullece al pardismo.
         Bueno.
         Nosotros no podemos hacer otra cosa que encogernos de hombros y abrirle paso al advenimiento procesional y suntuoso de la oratoria huachafa y de la grandilocuencia culterana.
         Y, además, obsequiarle al pardismo todos los privilegios, todas las gracias y todos los honores de la gloria incipiente de su joven ilustre.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de agosto de 1917. ↩︎