3.16. El pecador furtivo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Sentimos que nuestra ánima traviesa y caprichosa está en viaje continuo del Cuzco a Lima y de Lima al Cuzco. Nuestra ánima anda trashumante en busca del señor Guevara desde el momento en que nos contaron que había pecado. Nuestra ánima está inquieta como una ardilla, vagabunda como una golondrina y tentada por la curiosidad como una adolescente…
         Apenas nos dijeron que el señor Guevara se había ido al Cuzco sigilosamente para exonerarse de nuestras impertinencias y desazones corrimos al telégrafo para hablarle a nuestro corresponsal en el Cuzco.
         Y le pedimos:
         —Díganos usted con qué pie entrará en el Cuzco el señor Guevara. Fíjese bien en su cara. Observe el color de su traje. Cuéntenos si lleva un prendedor de quinto de libra en la corbata. Hágale un reportaje. Pregúntele si es ortodoxo, si cree en la eficacia del esfuerzo y si conoce de vista al cura Chiriboga. Cuide de que le retraten doblando una esquina y atravesando una calzada. Tómele el pulso y póngale la mano derecha en el corazón. Invítele una copa de pisco con cascarilla.
         Estas y otras instrucciones le trasmitimos a nuestro corresponsal en el Cuzco, acucioso y solícito personero de El Tiempo en la ciudad incaica, aguardando que el señor Guevara llegase a su tierra con presura y sin tardanza.
         Nuestro humorismo había fracasado en todas sus tentativas de reportaje al cura Chiriboga a quien hemos buscado hasta en los sótanos y en las azoteas de la ciudad con la linterna de Diógenes en la mano.
         Y quería nuestro humorismo encontrar en el hacedero reportaje cuzqueño al señor Guevara la compensación del frustrado reportaje metropolitano al señor Chiriboga.
         Pero he aquí que el señor Guevara nos ha defraudado.
         Esperábanle en el Cuzco agresiva y enojadamente. Los ciudadanos cuzqueños son gentes templadas y bravas. Guardan amante culto a la tradición caballeresca de su pueblo. Y son, como los viejos padres, inexorables con los malos hijos pecadores.
         El señor Guevara no ha ido pues al Cuzco. No sabemos siquiera dónde está. Nos sentimos exasperados por el fracaso de este nuevo proyecto de reportaje malicioso y alborozado. Estamos a punto de volver a la persecución del cura Chiriboga, con todos sus riesgos, fatigas y erizamientos.
         Hay gentes que nos inquietan:
         —El señor Guevara se ha quedado en el camino.
         Hay gentes que nos asombran:
         —El señor Guevara se ha ido a hacer penitencia en el desierto.
         Hay gentes que nos asustan:
         —El señor Guevara se ha escondido bajo la tierra como un tímido y amedrentado topo.
         No sabemos nada de la ruta del señor Guevara. Miramos al mapa y el mapa no nos dice ni un solo indicio. Tenemos a veces imprecisas tentaciones de buscar al Sr. Julio César Luna para preguntarle por el señor Guevara.
         Y en esta vaporización del señor Guevara, extraña y subrepticia, vemos acentuada y consumada más aún la identidad del caso Chiriboga con el caso Guevara. Comprendemos mejor cómo el señor Chiriboga y el señor Guevara entran de bracero en la historia peruana. Nos damos cuenta de que el alma hirsuta del señor Guevara y el alma cazurra del señor Chiriboga son dos almas gemelas.
         Y nos parece que en el umbral de la celebridad cómica y de la leyenda socarrona se dan estas almas románticamente un beso.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de julio de 1917. ↩︎