3.10.. Días van, días vienen

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Promedia ya este mes de la justicia suprema y de las tentaciones del pardismo.
         Nos aproximamos al congreso y al veintiocho de julio. Estamos en el umbral de las juntas preparatorias. Nos rodean los corazones temblorosos de los ciudadanos que han puesto su suerte en las manos de la Corte. Sentimos que gradualmente se hacen más consumadas las desazones, las inquietudes y los estremecimientos metropolitanos.
         Solo hay un acontecimiento desconectado de esta actualidad de trapacerías y vivezas: el despertar del partido demócrata que ya se ha incorporado en la cama con los ojos muy abiertos y los nervios muy ágiles.
         Todo lo demás es acercamiento del Congreso, quórum del Congreso, espíritu del Congreso y ruido del Congreso.
         Nuestros malos gobiernos no se acuerdan del Congreso sino en estos momentos de su antesala en que le temen a las rebeldías y a las sorpresas.
         Y el gobierno del señor Pardo es como todos nuestros malos gobiernos.
         Nos dejó sin legislaturas extraordinarias para hacer las cosas a su amaño. Contumaz y engreído, no quería que hubiese más frenos y trabas que lo atajasen y cohibiesen. Hacíase autoritario y caprichoso como un niño a quien le diesen facultad para librarse de su aya.
         Pero hoy el señor Pardo se asusta y piensa que este Congreso, desdeñado por él y sus parciales, puede ser un juez de sus travesuras, malacrianzas y deshonestidades.
         Y el señor Pardo no quiere jueces.
         Mira desde ahora a la Corte Suprema con ojos resentidos, rencorosos y enojados y jura que no permitirá que una nueva ley de elecciones tenga la flaqueza de entregar a los severos varones del tribunal la revisión de los procesos electorales.
         Un representante es para el señor Pardo en estos momentos un juez presunto. Sus tentaciones se mueven por eso para convertirlo en abogado de su política. Se pretende fabricar una mayoría bien disciplinada y bien fuerte de carpetazos y de simpatías.
         En esto estamos. En esto amanecemos. En esto nos quedaremos dormidos.
         Mañana nos despertaremos para preguntar si el señor don Juan Pardo ha vuelto a visitar al general Cáceres.
         Tal vez nos responderán que sí y tal vez nos responderán que no.
         El aspecto político nos parecerá probablemente un poco monótono, pero sentiremos en su entraña una palpitación nueva y acelerada que nos anunciará la inminencia de grandes acontecimientos.
         Por ahora tenemos al señor don Juan Pardo en graves zozobras. No le basta ser don Juan para que le quieran. Hay en la Cámara de Diputados hurañeces y reticencias para su candidatura. Los votos se dispersan y se escapan como asustadizas liebres cuando sienten los pasos del pardismo que se acerca a ellos para enamorarlos.
         Creíase antes que el señor don Juan Pardo sería un candidato inexpugnable e invulnerable. Aguardábase que apenas si habrían votos que se atreverían a hostilizarle. Fiábase en la fuerza, en el énfasis y en la eufonía de su nombre y de su apellido.
         Mas en estos momentos se debilitan y se desordenan estos optimismos.
         Abundan los reacios, los adversarios, los indecisos.
         El señor Pardo que nos manda no acierta a comprenderlo y grita desesperadamente:
         —¡Sí es mi hermano!
         Y a hurtadillas hay quienes se ríen de este grito y de su amargura.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de julio de 1917. ↩︎