3.11. Hoy, trece

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hemos llegado al trece de julio.
         Iremos esta tarde al Parlamento para ver si podemos ya tomarles el pulso a las mayorías del señor Pardo, para sentirnos otra vez en la intimidad amable del señor Manzanilla, para avizorar un sentimiento y expurgar un anhelo, para sonsacarle a la Cámara de Diputados una frase sobre nuestro don Juan criollo y para recordar a los que fueron y contar a los que serán.
         En el nombre de Dios se inaugurarán hoy las sesiones preparatorias de las cámaras.
         Estas sesiones preparatorias nos han parecido siempre interesantes. Son unas sesiones sin debate. Y son, un año sí y otro año no, unas sesiones trascendentales. Alrededor de ellas se agitan expectativas y se mueven ambiciones. Son mudas y sin embargo tienen auditorio y ocupan taquígrafos.
         Hubo en el Perú un trece de julio terrible para el bloque.
         Y aunque un trece de julio de esa magnitud no se repetirá mientras esté en las manos de la Corte Suprema el examen de las credenciales puras y de las credenciales deshonestas, esta fecha guarda su tradición, su espíritu, su mérito, su emoción y su entraña.
         Es perdurablemente importante, como esos buenos señores de nuestra decoración republicana que valen hoy porque valieron un día.
         No sabemos si esta tarde irá a la Cámara de Diputados el señor don Juan Pardo. Acaso empiece ya a acercarse a sus electores del veintisiete de julio. Tal vez espere leer sus nombres en los periódicos para persuadirse indirectamente de que son suyos, de que son sus parciales, de que son sus soldados.
         Aviesas lenguas venían augurándole al señor Pardo:
         —¡Una de estas tardes llevaremos sus credenciales a la Suprema! Inquietábase don Juan, no porque no tuviera fe en sus papeles y en sus votos, sino porque le llenaba de desazones la posibilidad de verse obligado a ir a la Suprema a decir, bajo su palabra de honor, que sus credenciales eran inmaculadas, que su popularidad en la lejana provincia de Carabaya era muy grande y que su nombre era devotamente amado por esas sencillas gentes indígenas.
         Pero todo ha sido infundado y artificial y el señor don Juan Pardo es un diputado invulnerable, un diputado oleado y sacramentado, un diputado intangible.
         Y puede ser que hoy mismo quiera sentir dentro del Palacio Legislativo que es el diputado por Carabaya y el candidato palatino a la presidencia de la Cámara.
         Amanecemos con la misma atmósfera de tentaciones y de inquietudes con que anochecimos.
         El ardimiento político ha continuado febril. Se ha perseverado en la seducción de las conciencias rebeldes. La intriga pardista se ha sutilizado más todavía. Es una onda aérea unas veces y soterraña otras.
         Tras de los constitucionales y tras de los pradistas anda, pertinaz y cazurro, el pardismo para suplicarles, para intimidarlos y para decirles que es su amigo fervoroso.
         Se paran de rato en rato los constitucionales y los pradistas y le preguntan al pardismo:
         —¿Y el gabinete Riva Agüero?
         El pardismo exclama:
         —¡Se va! ¡Se va inmediatamente! ¡Se va en cuanto ustedes lo manden! ¡Abran ustedes mismos la puerta de Palacio para que salga!
         Insisten los constitucionales y los pradistas:
         —¿Y todo lo que nos han tundido? ¿Y todo lo que nos han ofendido?
         Entonces el pardismo se vuelve loco y piensa que se han acabado en el mundo la abnegación, la generosidad y la ternura.
Pero es su propio corazón quien se lo dice.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de julio de 1917. ↩︎