3.9. Todavía marciales

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El diablo aventurero y enamorado no ha podido enternecer el corazón del partido constitucional. Esperaba hallarle blando cual corazón de colegiala. Tenía la esperanza de entrar en él lo mismo que en el corazón del señor Chiriboga y lo mismo que en el corazón del señor Guevara.
         Pero el corazón del partido constitucional, si bien no es duro, tampoco es incauto. Largo quebradero de cabeza ha de dar siempre a quien le ponga sitio. El partido constitucional no sufre aún chocheces ni reblandecimientos como tal vez creía el señor Pardo.
         Ni genuflexo ni flaco ni lerdo han puesto al partido del sable y de las botas heroicas los luengos años y los malaventurados desabrimientos. Muy erguido, fuerte y vivo está. Sobran jóvenes fláccidos y adolescentes desteñidos que tendrán siempre que envidiarle su vitalidad y su perspicacia.
         Y el señor don Juan de las tentaciones pardistas ha sufrido, por pobre avizoramiento y grave miopía, un desdeño y un desvío que presionan y deprimen su historia de conquistas y amores.
         Silenciosamente se habían reunido, acaso en una sala, acaso en una catacumba, acaso en una sacristía, los hombres más esclarecidos del partido constitucional. No podía llegar a los umbrales de su recinto transitorio y misterioso la impertinencia de los periodistas. Estaban lejos de los sojuzgamientos, lejos de las curiosidades y lejos de las suspicacias. Parecía su reunión una de esas antañonas reuniones de conjurados.
         Y, puesta la mano sobre la cruz del bizarro sable del general Cáceres, pronunciaron los constitucionales un voto de firmeza, de solidaridad y de tiesura.
         Mas dimos nosotros con el secreto y, para enojo del diablo, se lo contamos a la ciudad con nuestras letras más gordas y en nuestras columnas más emocionantes y sonoras.
         Todas las gentes se agitaron a nuestro anuncio.
         Hirvieron los comentarios callejeros. Soliviantáronse los amigos del señor Pardo y echaron pestes de los constitucionales. Calentose el ambiente antes frío y amortecido. Y, como en sus buenos tiempos legendarios, el partido constitucional empezó a ser el héroe del momento político.
         Hasta este momento de la madrugada sigue de héroe.
         Militar el ademán, hidalgo el continente y denodada la voz, nos dice a todos el partido de La Breña:
         —¡Yo no me rindo! ¡Yo no capitulo! ¡Yo no me doy por vencido!
         Se pinta un asombro ingenuo en los semblantes del pardismo que no esperaban estas virilidades.
         Sale del Palacio de Gobierno una voz que dice:
         —¡General, al orden!
         Suena la voz llena de ímpetu, pero se arrepiente y se calla enseguida. Nuevamente se pone suave y aduladora. Se aproxima muy ceremoniosa al general Cáceres y vuelve a acariciarlo y arrullarlo. Intenta adormecerlo como la música fabulosa de las sirenas.
         Nuestro don Juan regresa a la andanza conquistadora y ronda otra vez el balcón de sus pensamientos.
         Y nos imaginamos nosotros que tras de la romántica celosía el partido constitucional le pide al cielo que llueva, que llueva muy fuerte, que llueva despiadadamente…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de julio de 1917. ↩︎