2.6. Sobre la pista

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todas las curiosas, nerviosas e inquietas gentes de la ciudad, estamos en estos momentos buscando por todos los rincones sombríos y todos los subterráneos húmedos a un hombre trascendental. Nos sentimos gobernados y dirigidos por la enseñanza de esas misteriosas novelas de detectives que leíamos de chicos. Aguzamos nuestra deducción. Abrimos bien los ojos. Y damos rienda suelta a nuestra volatinera fantasía.
         Ocultamos, ante todo, nuestra sensacional pesquisa al as miradas de la policía criolla. Celosos del éxito de nuestra investigación, queremos preservarla de concomitancias con los detectives de la intendencia. Sentimos que nuestras almas se llenan de deleite con las emociones de esta empresa fortuita.
         Suenan de rato en rato en la ciudad insomne invocaciones que quisieran tener virtudes de conjuros:
         —¡Señor Chiriboga! ¡Señor Chiriboga!
         Pero el señor Chiriboga no contesta.
         A todas las gentes de la ciudad nos dice la intuición que sigue entre nosotros. Nuestros ojos están seguros de haber descubierto su huella. Nuestros oídos están ciertos de haber escuchado su respiración. El señor Chiriboga no se ha ido de Lima. Vive siempre en esta híbrida ciudad de catacumbas y postes de hilos eléctricos.
         Unas gentes se sonríen y aseveran:
         —¡El cura Chiriboga se ha ocultado solo! ¡Quiere jugar con nosotros a los escondidos!
         Y otras gentes se encienden y protestan:
         —¡No se ha escondido! ¡Ha sido secuestrado! ¡Hay de por medio un delincuente! ¡El cura Chiriboga es una víctima!
         El alma católica y devota de la ciudad se pone entonces de rodillas y levanta las manos al cielo.
         Más tarde, recobra sus fueros el comentario risueño y burlón. Coloca sobre los gestos dramáticos del alma de la ciudad las disonancias de sus morisquetas. Se enseñorea en todas las tertulias y en todas las palabras.
         Hablan los periódicos:
         —El cura Chiriboga salió de su casa en la noche del lunes para confesar a una persona y todavía no ha vuelto.
         Y las gentes ingenuas se preguntan intrigadas:
         —¿Es posible que hasta ahora no regrese de una confesión el señor Chiriboga?
         En seguida el comentario risueño y burlón hace un visaje y exclama:
         —¡Estará confesando al señor Pardo!
         También las gentes se dan a reflexionar en que el apellido Chiriboga posee una importancia muy grande en la historia del señor Pardo. La primera administración del señor Pardo tuvo un héroe: el señor Santos Chiriboga. La segunda administración del señor Pardo tiene otro héroe: el señor Eloy Chiriboga. El señor Pardo y los señores Chiriboga pasarán a la leyenda agarrados de las manos. El señor Pardo entrará en la inmortalidad en medio de los señores Chiriboga.
         Ciudadanos irrespetuosos y malcriados que no pueden reírse del arrogante apellido Pardo se ríen atrevidamente del ladino apellido Chiriboga. Piensan que es un apellido de zarzuela. Búsquenle similares y parecidos abstrusos con el nombre sonoro del señor Celestino Manchego Muñoz.
         Mal hacen estos ciudadanos irrespetuosos y malcriados.
         Ignoran probablemente que los señores Chiriboga representan el pasado y el presente de las relaciones entre el señor Pardo y el partido liberal. Un señor Chiriboga separó al señor Pardo de los liberales. Otro señor Chiriboga los ha reconciliado para siempre. El día en que el partido liberal se fue a la quebrada armado de carabinas para regresar en un tren expreso a la Presidencia de la República, el señor Santos Chiriboga le puso atajo y traba en el Cerro de Pasco. Hoy el partido liberal y el señor Pardo juntos son como un caduceo simbólico formado por otro señor Chiriboga.
         Nos hemos persuadido de que los hombres de ciencia del futuro exhumarán religiosamente el apellido Chiriboga para diseccionarlo.
         Pero no será posible que estos sentimientos abstractos y estas convicciones elevadas se generalicen y muevan a la ciudad a considerar sagrados e inviolables, por excelsa razón metafísica, el escondite y la pista del señor Chiriboga.
         No.
         Esta ciudad continuará buscando al señor Chiriboga con una linterna en la mano y con una invocación y un chiste, alternativamente, en los labios.
         Y se detendrá alguna vez para pronunciar esta exclamación:
         —¡Antes se escondían los hombres de la oposición! ¡Ahora se esconden los hombres del gobierno!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de junio de 1917. ↩︎