2.5. El pan milagroso

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ese pan grande, ese pan barato, ese pan nutritivo que unos llaman pan integral y otros pan marca T es el que se sirve en la mesa augusta del señor Pardo desde hace algunos días.
         Registran y glosan el trascendental acontecimiento los excelsos cronicones cortesanos que aseveran llenos de unción:
         —El señor Pardo come el pan trigueño, el pan grosero, el pan rústico que ustedes, ¡oh, ciudadanos del Perú!, desdeñan y abominan.
         Preguntan las gentes por preguntar algo:
         —¿Y quiénes más comen ese pan?
         Los excelsos cronicones cortesanos les responden que comen además ese pan los pecadores reclusos de la penitenciaría.
         Y entonces las gentes sienten que desdeñan y abominan más que nunca el pan que el señor Pardo le está ofreciendo hoy a toda la ciudad.
         No es que la ciudad sea mal agradecida. No. La ciudad es buena, resignada y virtuosa. Admira al señor Pardo cuando le contempla empeñado en recordar el milagro bíblico de la multiplicación de los panes. Comprende que el señor Pardo quiere que un pan tocado por sus manos prodigiosas alcance para alimentar a todos los hombres que gobierna. Pero la ciudad piensa que este pan tiene un origen sombrío. Procede de los hornos de la penitenciaría. Huele a expiación. Sabe a pecado mortal.
         El señor Pardo se empeña en que la ciudad pruebe de este pan y aprecie sus muchas excelencias y prestancias. Hace ver que es rico y sabroso. No lo hubo nunca más nutritivo, ni más plácido, ni más regalado. Es un pan mestizo de color, pero europeo de invención.
         A veces nos asaltan tentaciones de hacer esta pregunta en voz alta:
         —¿No existe, por Dios, un poeta que escriba el elogio del pan integral de la penitenciaría? ¿Se ha ido ya del Perú el señor Martínez Mutis? ¿Se ha ido también con él la epopeya de la espiga?
         Mas no es cuerdo hablar en las calles de esta suerte. Lo comprendemos cautamente y nos quedamos callados. Guardamos nuestros ímpetus interrogativos.
         Y reflexionamos luego en que el problema del pan tiene muy mala sombra para los gobiernos. El humorismo criollo gusta no del pan sino de urdir a su costa malevolencias y sátiras. Un gobierno que hace del pan un programa administrativo y una bandera política, provoca las hostilidades del destino y del chiste.
         Además, hay gentes, y son muchas, que no creen que el pan integral sea bueno a pesar de que se sirve en la augusta mesa del señor Pardo y en las sórdidas mesas de los pecadores reclusos de la penitenciaría.
         Estas gentes muerden el pan integral, lo gustan y tuercen y acidulan el gesto.
         Gritan entonces:
         —¡El pan marca T!
         Forman un alboroto tremendo como si hubieran querido envenenarlas. Alzan las manos al cielo. Execran al régimen. Dicen que el señor Pardo está empeñado en demostrar la importancia nacional del panóptico.
         Hasta nosotros llegan las voces airadas. Vemos al señor Pardo recoger los panes que las gentes le devuelven procaces y violentas. Compartimos su pena.
         Pero reaccionamos en seguida.
         Nuestro ademán se hace también destemplado y agresivo como el de las gentes que gritan.
         Y es que nos damos cuenta de que el señor Pardo quiere alimentarnos a todos con un pan que es un pan de presidio, aunque lo haya purificado la gracia lustral de su bendición sabia y regeneradora.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de junio de 1917. ↩︎