2.22. Justicia para todos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Diríase que, en el Palacio de Justicia de nuestra ciudad, vasta casona de dos puertas y muchas ventanas, ha resucitado, para compostura de los entuertos y yerros que nos afligen, el iluminado profeta de los salmos, dulce lírica del Cantar de los Cantares, grande y buen amigo de la reina de Saba, amoroso creador del templo de Jerusalén y máximo juez de las viejas y de las nuevas edades.
         Todos los pasos, todas las miradas, todos los pensamientos y todas las palabras del país se dirigen en estos momentos al Palacio de Justicia y penetran en él, ora por sus dos puertas, ora por sus muchas ventanas.
         Van al Palacio de Justicia los diputados duales y los candidatos expoliados que llevan a la Corte Suprema sus demandas, sus acusaciones y sus ardides. Van al Palacio de Justicia los periodistas avizores y fisgones. Van al Palacio de Justicia los políticos del trajín cortesano. Van al Palacio de Justicia los abogados y los legisladores. Van al Palacio de Justicia los buenos y los malos, los pecadores y los virtuosos, los grandes y los chicos, los gobiernistas y los opositores, los que están en la gracia del señor Pardo y los que la han perdido, los que comen pan integral y los que comen pan blanco, los que leen este papel burlón y atrevido y los que leen los papeles tradicionales y experimentados.
         Y va especialmente al Palacio de Justicia la política, la taimada señora que nos intranquiliza y nos desasosiega, la sombra sigilosa y aviesa que nos envuelve, nos enreda y nos conturba.
         Abre sus puertas la Corte Suprema para que se entreguen a su análisis las elecciones. Y abre las suyas el Consejo de Oficiales Generales para que el señor Balbuena hable en el nombre del 4 de febrero y de los que sufren persecuciones de la justicia. Y también los juzgados y las fiscalías para que el señor Balbuena entre y salga con los persistentes papeles del proceso electoral de Lima.
         Apenas si existe cosa que preocupe hoy la atención nacional y que no se desarrolle dentro del Palacio de Justicia.
         No parece, sino que todos los hombres de esta tierra estamos pidiendo a gritos justicia, justicia y justicia. Se siente que el país entero vive en trance de litigio judicial. Y se tiene a veces la rara sensación de que nos pudiéramos ahogar en papel sellado.
         Laten a nuestro rededor muchos corazones anhelantes. Son los corazones de los diputados duales que la Corte Suprema puede deshacer de un soplo, tan frágiles han llegado a su recinto. Oyendo sus palpitaciones presurosas ponemos también nuestras miradas en el Palacio de Justicia y vemos que en sus patios y en sus umbrales hace antesala la ciudad.
         Pasan, uno tras otro, el señor Solar, el señor León, el señor Peña Murrieta, el señor Ráez, el señor Pinzás, el señor Rizo Patrón, el señor Sánchez y el señor Ponce Cier y pensamos que, de un momento a otro, tal vez dentro de algunas horas, va a salir a las calles el manuscrito fatal del fallo ansiado y temido.
         Y descubrimos furtivamente en la fisonomía de la Corte Suprema una rápida sonrisa que mira a los candidatos y que tiembla sacudida por una voluptuosidad inocente y abstrusa…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de junio de 1917. ↩︎