2.23. Doctrina y papeles

  • José Carlos Mariátegui

 

         1En la tarde de hoy en el nombre de San Pedro y San Pablo hubieran querido los espíritus mestizos de esta ciudad oír la palabra tónica y sedante del señor Maúrtua sobre el proceso electoral de Huacho.
         Toda la sabia doctrina que el señor Maúrtua sustentó en la tarde de ayer, para deleite de nuestros furtivos ardimientos democráticos, habría sonado mejor en un día de fiesta nacional, así no fuera el de romántica evocación de los castizos tiempos del paseo a Amancaes sino de holgorio inocente de los pescadores y de las playas.
         El señor Maúrtua no habría llevado todavía a la tribuna de la Corte Suprema las vibraciones de su análisis de la vida nacional. Su pensamiento científico se había divulgado solamente en los repentinismos resplandecientes del debate parlamentario y en las columnas cotidianas de una prensa organizada para la metempsicosis. Y teníamos ansiedad de sentir acumulados sobre un platillo de la balanza de Themis los argumentos diáfanos y rutilantes del señor Maúrtua.
         Este mes de los “amancaes”, del cura Chiriboga, de San Juan Bautista y de San Pedro y San Pablo ha dado a la ciudad la sorpresa de un discurso del señor Maúrtua que ha encontrado en una audiencia de la Corte Suprema libertad y estímulo para su comentario, su crítica y su concepto.
         Viose ayer la Corte Suprema entre los papeles del señor Sayán y Palacios y la doctrina del señor Maúrtua. Entre aquellos papeles y esta doctrinase pasará muchas horas de meditación. Acaso más horas que las que lleva trascurridas entre los complicados papeles del señor Solar y del señor León.
         Ha pedido el señor Maúrtua un voto de conciencia.
         Y la ciudad ha recogido emocionada su petición.
         —¡Un voto de conciencia!
         Ha pensado enseguida que esta parecía una demanda de la oposición.
         Y le ha dado muchas vueltas entre las manos.
         Nosotros no tuvimos la suerte de oír al señor Maúrtua. Nos quedamos dormidos no por cierto en la Corte Suprema sino en nuestra casa. Y cuando nos despertamos ya estaban de regreso en el centro de la ciudad los asiduos de la barra.
         Abordamos a todos a la vez:
         —¿Ya terminó el señor Maúrtua?
         Y nos respondieron:
         —¡Ya! ¡Elocuente! ¡Nítido! ¡Sustancioso!
         Y nos agregaron:
         —¡Ha pedido un voto de conciencia!
         Escuchando a las gentes nos parecía escuchar al señor Maúrtua y reconstruíamos para nosotros su discurso. Hablábamos alto sin preocuparnos de los transeúntes y sin contestar los saludos. Pronunciábamos como el señor Maúrtua. Accionábamos como el señor Maúrtua. De vez en cuando nos interrumpíamos para aplaudirnos:
         —¡Muy bien!
         Nos parecía oír al señor Maúrtua:
         —¡El señor Sayán y Palacios es un candidato orgánico a la diputación por Huacho! ¡Hace veinticinco años que aspira a esa diputación! ¡Veinticinco años estériles del señor Sayán y Palacios y veinticinco años de monotonía para el sentimiento democrático de la provincia de Huacho!
         Y saboreábamos sus conclusiones:
         —¡Yo le pido a este tribunal un voto de conciencia! ¡No anhelo que escudriñe la mecánica del proceso! ¡El examen del detalle es secundario! ¡Olvidemos el detalle!
         Pero, más tarde, una frase persistente del mismo señor Maúrtua nos llenó de turbaciones:
         —Veinticinco años de candidato.
         Vimos al señor don Emilio Sayán y Palacios, gran señor de nuestra república y príncipe popular de nuestra democracia, menos joven y menos lozano que en otros tiempos, dueño al fin de unas credenciales únicas, y sentimos que no había justicia en la demanda del señor Maúrtua.
         Nos alzamos de un golpe para protestar de que el señor Maúrtua hubiese ido a la Corte Suprema para impugnar las credenciales del señor Sayán y Palacios.
         Y levantamos los brazos al cielo y volvimos el rostro hacia el Palacio de Justicia para pedir también nosotros:
         —¡Un voto de conciencia!
         Pero no en el nombre de nuestra democracia.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de junio de 1917. ↩︎