2.19. Feligresía inquieta
- José Carlos Mariátegui
1Ayer domingo, fiesta de San Juan Bautista y día de tradicionalismo criollo y de florecimiento de los “amancaes”, sacudió nuestros espíritus de humildes feligreses cristianos una preocupación muy profunda y muy complicada.
Sonó para despertarnos, y para recordarnos que, mansas ovejas de la grey católica, debíamos oír la misa de nuestra parroquia, la campana alegre y cristalina del campanario más vecino.
Y nos dimos cuenta entonces de que nuestra parroquia era la parroquia de San Marcelo, la parroquia del cura Chiriboga, la parroquia un día abandonado por su señor y vigilada por hombres de la policía.
Nos consternamos.
El descubrimiento de que el cura Chiriboga era nuestro pastor nos estaba aguardando sigilosa y silenciosamente como una acechanza del cinema.
Y nos estaba reservado para la suave mañana de ayer en que en honor de San Juan florecerían los lirios silvestres de las lomas vecinas.
Salimos para persuadirnos de que inevitablemente era esta la calle del General La Fuente y para persuadirnos de que inexorablemente estábamos en la parroquia de San Marcelo.
Fuera de esta casa, frente a ella, mirándola desde la otra acera, sentimos el anhelo de dejarla para no seguir siendo feligreses del cura Chiriboga que tan mal nos enseña con el ejemplo, del cura Chiriboga que se esconde olvidándose de sus fieles, del cura Chiriboga que se empeña en ser un héroe de folletín político y de episodio bufo, del cura Chiriboga que se escapa de nuestras manos investigadoras que lo persiguen en automóvil, del cura Chiriboga que es dueño de un apellido célebre en la historia del señor Pardo, del cura Chiriboga que se hace letras de mano en la sombra con el Rasputín de nuestra corte criolla y advenediza.
Probablemente fue el diablo, quien, en medio de estos pensamientos, le hizo a nuestra conciencia la insinuación de que nos hiciéramos feligreses de la cercana iglesia metodista.
Rechazamos la tentación, pero seguimos abrumados por la amargura de nuestras dolorosas persuasiones.
Sentimos que no podríamos ir a la parroquia de San Marcelo a oír la misa del domingo, la misa del precepto divino, la misa de San Juan Bautista, la misa de los Amancaes, porque seguramente no íbamos a encontrar en su cátedra apostólica al pastor de nuestra grey y porque encontrarlo nos daría muchas grimas, aprensiones y zozobras.
Y volvimos la cara para hallar, preocupado como nosotros, en el umbral de su casona al señor Jorge Prado.
Como nosotros el señor Jorge Prado es buen cristiano, feligrés devoto y ahijado fervoroso de nuestra Santa Madre Iglesia. Como nosotros el señor Jorge Prado se asusta de que el cura Chiriboga sea su pastor. Como nosotros piensa en el remedio de dejar su casa y dejar el barrio para inscribirse en otra feligresía. Como nosotros ha oído, sobresaltado, la tentación del diablo para irse a la iglesia metodista.
El señor Jorge Prado y nosotros nos quedamos mirando mucho rato y reflexionamos en la tristeza pecadora del aprisco religioso en que vivimos.
Y nos preguntamos si éstos no serían también los sentimientos de toda la grey de San Marcelo y si las gentes de esta parroquia no pensarían en un éxodo…
Sonó para despertarnos, y para recordarnos que, mansas ovejas de la grey católica, debíamos oír la misa de nuestra parroquia, la campana alegre y cristalina del campanario más vecino.
Y nos dimos cuenta entonces de que nuestra parroquia era la parroquia de San Marcelo, la parroquia del cura Chiriboga, la parroquia un día abandonado por su señor y vigilada por hombres de la policía.
Nos consternamos.
El descubrimiento de que el cura Chiriboga era nuestro pastor nos estaba aguardando sigilosa y silenciosamente como una acechanza del cinema.
Y nos estaba reservado para la suave mañana de ayer en que en honor de San Juan florecerían los lirios silvestres de las lomas vecinas.
Salimos para persuadirnos de que inevitablemente era esta la calle del General La Fuente y para persuadirnos de que inexorablemente estábamos en la parroquia de San Marcelo.
Fuera de esta casa, frente a ella, mirándola desde la otra acera, sentimos el anhelo de dejarla para no seguir siendo feligreses del cura Chiriboga que tan mal nos enseña con el ejemplo, del cura Chiriboga que se esconde olvidándose de sus fieles, del cura Chiriboga que se empeña en ser un héroe de folletín político y de episodio bufo, del cura Chiriboga que se escapa de nuestras manos investigadoras que lo persiguen en automóvil, del cura Chiriboga que es dueño de un apellido célebre en la historia del señor Pardo, del cura Chiriboga que se hace letras de mano en la sombra con el Rasputín de nuestra corte criolla y advenediza.
Probablemente fue el diablo, quien, en medio de estos pensamientos, le hizo a nuestra conciencia la insinuación de que nos hiciéramos feligreses de la cercana iglesia metodista.
Rechazamos la tentación, pero seguimos abrumados por la amargura de nuestras dolorosas persuasiones.
Sentimos que no podríamos ir a la parroquia de San Marcelo a oír la misa del domingo, la misa del precepto divino, la misa de San Juan Bautista, la misa de los Amancaes, porque seguramente no íbamos a encontrar en su cátedra apostólica al pastor de nuestra grey y porque encontrarlo nos daría muchas grimas, aprensiones y zozobras.
Y volvimos la cara para hallar, preocupado como nosotros, en el umbral de su casona al señor Jorge Prado.
Como nosotros el señor Jorge Prado es buen cristiano, feligrés devoto y ahijado fervoroso de nuestra Santa Madre Iglesia. Como nosotros el señor Jorge Prado se asusta de que el cura Chiriboga sea su pastor. Como nosotros piensa en el remedio de dejar su casa y dejar el barrio para inscribirse en otra feligresía. Como nosotros ha oído, sobresaltado, la tentación del diablo para irse a la iglesia metodista.
El señor Jorge Prado y nosotros nos quedamos mirando mucho rato y reflexionamos en la tristeza pecadora del aprisco religioso en que vivimos.
Y nos preguntamos si éstos no serían también los sentimientos de toda la grey de San Marcelo y si las gentes de esta parroquia no pensarían en un éxodo…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de junio de 1917. ↩︎