2.20.. Ambiente de temporada

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Estamos ya sintiendo la proximidad de la temporada política.
         En el Perú la política tiene temporada oficial como el tennis, como las carreras de caballos, como el cinema y como los días de recibo.
         La temporada oficial de la política es la temporada parlamentaria. Puede durar solamente noventa días y puede prolongarse ilimitadamente. Ocurrirá, por ejemplo, lo primero siempre que sea presidente de la República el señor don José Pardo y se sienta en malos trances y duros pasos.
         Para ser solemne, esta temporada empieza el 28 de julio y se inaugura con las sonoridades de una parada militar.
         Suele acontecer que la temporada oficial de la política es lánguida y descolorida y que fuera de ella surgen situaciones repentinas de hondo interés público. Pero siempre es la temporada oficial la que enciende todas las expectativas nacionales y todas las curiosidades metropolitanas. Y la que inquieta a los gobernantes. Y la que glosan los periodistas. Y la que agita a los partidos. Y la que quita paz y sosiego al comentario callejero. Y la que suscita enojos o alegrías. Y la que trae esperanzas o se las lleva. Y la que hace acaecederas todas las cosas buenas y malas. Y la que puede torcer o enderezar, hacer o deshacer, herir o curar y consolar o decepcionar, tan grandes son sus poderes y plenos sus señoríos.
         Hoy vivimos todos con los ojos puestos en el veintiocho de julio y no por ardimiento patriótico sino por ansiedad política.
         Vemos cercano el comienzo de la temporada parlamentaria y esto nos saca de quicio y nos llena de desazones. Deseamos febrilmente que se vaya de una vez este mes incoloro del veinte de junio, del cura Chiriboga, de la fiesta de San Juan y de los “amancaes”. No movemos los ojos del almanaque. Y sentimos una prisa intensa por llegar al primer día de julio y por respirar su atmósfera de inquietudes y vórtices.
         Ya usanza de la primavera que nos manda anticipadamente sus más audaces golondrinas, tiene también la temporada oficial de la política sus nuncios, sus embajadores y sus emisarios.
         Son los diputados y los senadores, electos o postulantes, las golondrinas de la estación parlamentaria en estos años de elecciones, dualidades y análisis de la Corte Suprema.
         Actualmente, nuestra ciudad los está recibiendo incesantemente. Unas veces es el tren y otras veces es el vapor quien los porta. Y el que no trae indemnes sus credenciales, las trae acopladas con un pedido de nulidad para otras enemigas y taimadas, forjadas por diversos hombres, diversas asambleas y en diversos papeles.
         El señor Pardo, este presidente sin tratamiento de excelentísimo, que se va a Miramar en las mañanas y corre en automóvil por las avenidas, tiene para todos los representantes que vienen, propietarios o suplentes, únicos o duales, nuevos o clásicos, el mismo amoroso gesto de bienvenida.
         Sus edecanes están en las portadas y en las estaciones de la ciudad con los brazos abiertos y llevan en los labios un mensaje de felicitación para cada representante real o posible.
         Hay ocasiones en que se equivocan y obsequian, miman y engríen a un provinciano sin credencial, sin elección y sin política, en quien creen ver continente y majestad de representante.
         Asistiendo a estas escenas y atisbando en las maletas de los hombres que llegan para intervenir en la estación parlamentaria, se pasa la ciudad muy buenas horas, teje y desteje la tela de sus comentarios, sopla las pompas de jabón de sus mentiras traviesas, urde el castillo de sus conjeturas y de sus suspicacias y baraja locamente los hombres, los papeles, las mentiras, los periódicos y los acontecimientos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de junio de 1917. ↩︎