2.18. En la balanza

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El país se había habituado a ver de diputados por Huancayo al señor Ernesto Ráez y al señor Rodrigo Peña Murrieta. No porque el señor Ráez y el señor Peña Murrieta fraternizaran entre sí, sino porque fraternizaban en el corazón de la provincia de Huancayo. Dos veces salieron triunfadores juntos en una misma elección para ir luego a sentarse, lejos uno de otro, distanciados, separados, uno a la derecha y otro a la izquierda, en la Cámara de la doctrina del señor Ulloa, del cientificismo del señor Maúrtua y de la sonrisa del señor Manzanilla.
         Médico el señor Ráez y médico el señor Peña Murrieta, huancaíno el señor Ráez y huancaíno el señor Peña Murrieta, verboso el señor Ráez y verboso el señor Peña Murrieta, apenas si se diferencian en que el señor Ráez ha sido ministro de Hacienda y el señor Peña Murrieta no lo ha sido nunca.
         Pero ocurre en cambio que el señor Peña Murrieta ha alcanzado la inmortalidad y el señor Ráez no la ha alcanzado todavía ni se da trazas para alcanzarla. El señor Peña Murrieta ha pasado a la historia del Perú con un pliego trascendental en la mano. Ha promulgado una de las reformas que la cronología salvará de la polilla de los anaqueles.
         Hasta el momento en que se paró en la sala del Congreso para derogar un renglón del artículo 4º de la Constitución del Estado, no tuvo el señor Peña Murrieta título suficiente para superar al señor Ráez en el presente y en el porvenir.
         Únicamente a partir de ese momento pudo el señor Peña Murrieta sentirlas fruición es excelsas de los agraciados en la lotería de la celebridad. Únicamente a partir de ese momento pudo el señor Peña Murrieta desdeñar al señor Ráez ex ministro de Hacienda. Únicamente a partir de ese momento pudo el señor Peña Murrieta comprender que había nacido para destinos muy grandes y muy distintos de los del señor Ráez.
         Y en estas elecciones de 1917 que llegan a la Corte Suprema tan llenas de crespón y tan llenas de luto, el corazón de la provincia de Huancayo halló irreconciliables al señor Ráez y al señor Peña Murrieta. Los hijos de Huancayo se dividieron. Pensaron que habiendo dos diputaciones no era posible que fuesen esta vez para el señor Peña Murrieta y para el señor Ráez. Comprendieron que el señor Peña Murrieta y el señor Ráez no querían ser diputados gracias a los mismos sufragios, a las mismas asambleas, a los mismos funcionarios y al mismo papel sellado.
         Ayer la Corte Suprema abrió sus puertas a las elecciones de Huancayo.
         Y el señor Peña Murrieta y el señor Ponce Cier pusieron sus credenciales en un platillo de la balanza de Themis y el señor Ráez y el señor Sánchez pusieron las suyas en el otro platillo.
         Hubo entre las gentes una expectación muy grande. Se esperaba que el señor Peña Murrieta y el señor Ráez se vieran inmediatamente pico a pico. Se aguardaba la controversia con la ansiedad con que se aguardan las emociones dramáticas.
         Pero ni el señor Peña Murrieta ni el señor Ráez hicieron la exposición de sus respectivas demandas. Habló por una parte el señor Ponce Cier y habló por otra parte el señor Tola. Callaban los médicos y entregaban al discernimiento de los abogados el examen de sus papeles.
         Fue más tarde, a guisa de postre, de epílogo o de “yapa”, que hablaron el señor Ráez y el señor Peña Murrieta.
         El señor Ráez estuvo desabrido.
         Y el señor Peña Murrieta estuvo sustancioso y rotundo.
         Defendía sonoramente la honradez de su proceso electoral:
         —¡Mis contribuyentes son contribuyentes de carne y hueso! ¡Mis credenciales son un dechado de higiene! ¡Mis elecciones rebosan salud!
         Impugnaba vehementemente el proceso electoral adverso:
         —¡En cambio, esos contribuyentes son unos contribuyentes incorpóreos! ¡Esas credenciales están anémicas! ¡Esas elecciones han nacido enfermas!
         Apostrofaba al señor Eleazar Sánchez:
         —¡Sánchez, diputado! ¡Esto parece el título de una película!
         El tribunal supremo mordía severamente sus sonrisas.
         Y luego el señor Sánchez se enfadó contra el señor Peña Murrieta para ponerle un punto final dramático a la audiencia.
         En los platillos de la balanza inexorable de Themis se quedaron los papeles de los señores Ráez y Sánchez y Peña Murrieta y Ponce.
         Y nosotros pensamos que a media noche harían asperges y conjuros sobre estos papeles las manos enguantadas de las mujeres bonitas que hace dos años amenazaron al señor Peña Murrieta en el nombre de la Santa Madre Iglesia ofendida…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de junio de 1917. ↩︎