10.8. De regreso
- José Carlos Mariátegui
1Después de haber revisado a sus mesnadas y recorrido su latifundio, después de haberse regalado con el placentero yantar campesino, después de haberse sentido envuelto en el halo de la celebridad de Belmonte, después de haber contemplado los grandes cañaverales y el gran ingenio de que son dueños los señores Aspíllaga y después de haber nutrido de arroz con pato y chicha de jora su hijodalgo espíritu, viaja de regreso a esta tierra, vigilado por un gendarme con chaqué, el señor Pardo que nos manda, que nos favorece y que nos adoctrina para bien de nuestras almas y salud de la patria.
Enamorada y anhelante aguarda la ciudad al señor Pardo. Comprende que el señor Pardo le hace un obsequio muy alto tornando a morar en ella. Y se pregunta desolada qué habría sido de su suerte si el señor Pardo se hubiera quedado en Tumán y se hubiera apartado del mundanal ruido para que allí, inspirado por la paz virgiliana, Clovis hubiera escrito la historia de sus hazañas y el elogio de sus virtudes.
Recuerda la ciudad la emoción que la estremeció el día en que el señor Pardo, asistido por el señor don Baldomero Aspíllaga y por el señor don Luis Varela y Orbegoso, se embarcó en un barco mercenario.
Interrogábanse aquel día todas las gentes:
–¿Acaso se va para siempre el señor Pardo?
Pero no hubo en estas palabras solidaridad maliciosa y cazurra con las aspiraciones de los taimados peruanos que quieren mal al señor Pardo. Hubo solo temor de que el señor Pardo se hubiese aburrido de gobernarnos. Lo que, por supuesto, habría sido muy posible y muy justificado.
Ahora que tienen noticia de que el señor Pardo se ha encaminado de vuelta al Callao es, pues, natural que haya contentamiento y placer en el ánima de la ciudad. Puesto que tan honda había sido su consternación ante la sospecha de que el señor Pardo nos abandonara, es lógico que sea también muy hondo su alborozo ante la certidumbre de que el señor Pardo regresa para seguir siendo presidente de la República.
Solo que la ciudad espera que el señor Pardo venga trayéndole alguna gracia muy fausta y muy agradable. Cree que ha ido a sus haciendas del norte para darnos un sucesor digno de él. Y piensa que el señor Pardo va a decirnos, apenas pise nuevamente el suelo del Callao –que puede llamarse también el suelo del señor Secada–, quién es el ciudadano en el cual ha puesto sus ojos para que nos dirija y nos conduzca en lo venidero.
Y únicamente una queja tiene la ciudad contra el señor Pardo. La de que no ha debido hacer un viaje tan burgués y tan democrático a bordo de un vapor mercader prosaico, sin escolta, sin cortejo, sin embajadores.
Enamorada y anhelante aguarda la ciudad al señor Pardo. Comprende que el señor Pardo le hace un obsequio muy alto tornando a morar en ella. Y se pregunta desolada qué habría sido de su suerte si el señor Pardo se hubiera quedado en Tumán y se hubiera apartado del mundanal ruido para que allí, inspirado por la paz virgiliana, Clovis hubiera escrito la historia de sus hazañas y el elogio de sus virtudes.
Recuerda la ciudad la emoción que la estremeció el día en que el señor Pardo, asistido por el señor don Baldomero Aspíllaga y por el señor don Luis Varela y Orbegoso, se embarcó en un barco mercenario.
Interrogábanse aquel día todas las gentes:
–¿Acaso se va para siempre el señor Pardo?
Pero no hubo en estas palabras solidaridad maliciosa y cazurra con las aspiraciones de los taimados peruanos que quieren mal al señor Pardo. Hubo solo temor de que el señor Pardo se hubiese aburrido de gobernarnos. Lo que, por supuesto, habría sido muy posible y muy justificado.
Ahora que tienen noticia de que el señor Pardo se ha encaminado de vuelta al Callao es, pues, natural que haya contentamiento y placer en el ánima de la ciudad. Puesto que tan honda había sido su consternación ante la sospecha de que el señor Pardo nos abandonara, es lógico que sea también muy hondo su alborozo ante la certidumbre de que el señor Pardo regresa para seguir siendo presidente de la República.
Solo que la ciudad espera que el señor Pardo venga trayéndole alguna gracia muy fausta y muy agradable. Cree que ha ido a sus haciendas del norte para darnos un sucesor digno de él. Y piensa que el señor Pardo va a decirnos, apenas pise nuevamente el suelo del Callao –que puede llamarse también el suelo del señor Secada–, quién es el ciudadano en el cual ha puesto sus ojos para que nos dirija y nos conduzca en lo venidero.
Y únicamente una queja tiene la ciudad contra el señor Pardo. La de que no ha debido hacer un viaje tan burgués y tan democrático a bordo de un vapor mercader prosaico, sin escolta, sin cortejo, sin embajadores.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de febrero de 1918. ↩︎