10.9. Horizonte nublado

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Empezamos a ver desasosegadas a las gentes. Se extingue la serenidad que ha gobernado los ánimos preservándolos de rebeldías y denuedos. Vemos al señor don Víctor Larco Herrera, al grande y bravío varón de las sensacionales larguezas, gritándole sus censuras al señor Pardo. Vemos al pueblo de Trujillo, que es probablemente el pueblo del señor Larco Herrera, hostilizando al señor Pardo que nos manda. Vemos a la prensa provinciana asumiendo actitudes de imprecación y de denuesto. Vemos a la República entera preparándose para asistir al espectáculo del proceso presidencial.
        Todo se confabula y se concierta para hacernos sentir que el país abandona su quietud. El Perú de este momento no se parece al Perú del momento en que el señor Pardo, asistido por el señor don Baldomero Aspíllaga y por el señor don Luis Varela y Orbegoso se alejó de nosotros en pos de la regalada holganza campesina de sus tierras.
        Podría decirse que al mismo tiempo que la unciosa cuaresma cristiana, ha comenzado un período de agitaciones, de estremecimientos y de grimas para la República. Y que los católicos del Perú no vamos a tener recogimiento ni reposo durante los cuarenta días que pasó Nuestro Señor en el desierto.
        Y a las gentes no muestran la misma tranquilidad ni la misma indiferencia de otros tiempos. Las perturba y las excita la proximidad del día en que habrán de darle sucesor al señor Pardo. O en que el propio señor Pardo querrá dárselo.
        Y suena una pregunta persistente:
        –¿Dura todavía la posibilidad de la candidatura del señor Aspíllaga?
        Es una pregunta que suena sin descanso porque las gentes no quieren convencerse de la formalidad de la noticia de que el señor Aspíllaga será el candidato del señor Pardo a la Presidencia de la República. Aunque el señor Pardo ha vigorizado su amistad con los señores Aspíllaga en los dominios de Cayaltí, aunque el señor don Baldomero Aspíllaga ha sido el anfitrión del paseo del señor Pardo, aunque el señor don Ramón Aspíllaga ha hecho al señor Pardo los homenajes de su locuacidad y aunque se ha advertido algunos señalados indicios conexos, no se cree que el señor don Ántero Aspíllaga se rinda a las seducciones del gobierno. Y esta incredulidad pública se basa primordialmente en conceptos gratos para el señor Aspíllaga. Se basa en la expectativa de que el buen gusto del señor Aspíllaga no se avenga con los trajines ni con los enardecimientos de una empresa tumultuosa y grosera.
        Para la ciudad el señor Aspíllaga es principalmente un gentleman. Un gentleman con una patriarcal edad de abuelo, con un talle todavía distinguido y gallardo y con una elegancia severa y británica. No tan británica como la del señor Óscar Víctor Salomón, por supuesto, pero británica siempre. Y es natural que la ciudad razone de esta suerte:
        –No es posible que un gentleman, dueño de tan grande latifundio, de tan plácidos millones, de tan maravillosos jardines, de tan alabados trajes y de tan extraordinarias felicidades piense, otra vez, en ser candidato a la Presidencia de la República para exponerse a las malacrianzas y a las procacidades de las turbas criollas. Un gentleman venturoso y pulcro debe alejarse de la zambocracia sudorosa, deshonesta y bulliciosa.
        Así piensa la ciudad.
        Pero, en seguida, hondamente alarmada, se da cuenta de que estamos en la cuaresma; de que la cuaresma conmemora los cuarenta días del desierto; y de que los cuarenta días del desierto no fueron únicamente de penitencia sino también de tentación.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de febrero de 1918. ↩︎