10.6. Enfant gâté
- José Carlos Mariátegui
1Acabamos de convencernos de que el señor don Manuel Bernardino Pérez, el más esclarecido y popular de todos los señores Pérez del Perú, ha perdido lentamente aquella regocijada sazón espiritual que le diera tan grande y merecida fama. El señor Pérez se envejece. Se ha apagado en él para siempre ese buen humor que guarda cuidadosamente el señor Manzanilla.
Solo así podemos explicarnos el gesto agrio y furente con que el señor Pérez abandonó anteayer la Cámara de Diputados. Si el señor Pérez hubiese sido entonces el señor Pérez de sus buenos tiempos no se habría portado de manera tan hosca, fea y agresiva. En vez de responder a una negativa de la Cámara saliéndose airado de ella, acto mal avenido con un espíritu ladino y obeso, se habría sentado pacientemente en su butaca después de haber pronunciado el más risueño de sus refranes.
Pero desde el momento en que el señor Pérez se ha puesto bilioso y destemplado no es posible dudar que ha dejado de ser el señor Pérez de antes. Ha empezado a ser un señor Pérez viejo y decadente. Un señor Pérez que se quedará mañana sin su donjuanismo tradicional como se ha quedado hoy sin su buen humor tradicional también.
El señor Pérez era nuestro señor Pérez, personaje representativo del Parlamento nacional, porque había en él una permanente alegría dicharachera. Era nuestro señor Pérez porque poseía un alma “cabeceada” de refrán y de chiste. Su figura hallaba un cómodo y regalado escenario en el zarzuelismo de la política peruana.
Placíanos ver al señor Pérez porque sabíamos que no encontraríamos en él a un varón grave y solemne. Luego si el señor Pérez se transforma en un varón grave y solemne tendrá que relajarse definitivamente la devoción que le ha rodeado en todos los tiempos. Grave y solemne vemos todos los días al señor don Alberto Ulloa, por ejemplo, más lo sentimos aparejado a su temperamento y a su talle. Nos sorprendería en cambio verle festivo y baturro. Pero grave y solemne no podemos ver al señor Manuel Bernardino Pérez ni siquiera por un minuto. Esta es una de las razones por las cuales nos opondríamos a que el señor Pérez fuese elegido presidente de la Corte Suprema y no nos opondríamos a que fuese elegido presidente de la República. Aunque pensamos que legislador y no gobernador es el señor Pérez por antonomasia.
Tanto como el voluntario alejamiento del señor Pérez de la Cámara de Diputados solo podría asombrarnos, verbigracia, su voluntario alejamiento de las traviesas veredas y de los recatados vericuetos de la galantería. A pesar de que hemos asistido a una claudicación del señor Pérez el día en que demandó cárcel, tortura y contumelia para Norka Rouskaya, no creemos que sea posible que el glorioso diputado por Cajamarquilla deje algún día de ser un teórico don Juan listo para alfombrar de requiebros el paso de las ricas hembras.
Por eso, porque nos damos cuenta de lo sensible que sería que se desnaturalizase la personalidad de uno de los peruanos más sustanciosos y preclaros, pensamos que el arranque del señor Pérez ha sido un arranque transitorio y fugaz. Que ha sido solo un acto primo.
Y nos quejamos acerbamente de que la Cámara de Diputados no se apresurase anteayer a atajar al señor don Manuel Bernardino Pérez, a cerrarle la puerta y a devolverlo a su escaño como un niño engreído.
Solo así podemos explicarnos el gesto agrio y furente con que el señor Pérez abandonó anteayer la Cámara de Diputados. Si el señor Pérez hubiese sido entonces el señor Pérez de sus buenos tiempos no se habría portado de manera tan hosca, fea y agresiva. En vez de responder a una negativa de la Cámara saliéndose airado de ella, acto mal avenido con un espíritu ladino y obeso, se habría sentado pacientemente en su butaca después de haber pronunciado el más risueño de sus refranes.
Pero desde el momento en que el señor Pérez se ha puesto bilioso y destemplado no es posible dudar que ha dejado de ser el señor Pérez de antes. Ha empezado a ser un señor Pérez viejo y decadente. Un señor Pérez que se quedará mañana sin su donjuanismo tradicional como se ha quedado hoy sin su buen humor tradicional también.
El señor Pérez era nuestro señor Pérez, personaje representativo del Parlamento nacional, porque había en él una permanente alegría dicharachera. Era nuestro señor Pérez porque poseía un alma “cabeceada” de refrán y de chiste. Su figura hallaba un cómodo y regalado escenario en el zarzuelismo de la política peruana.
Placíanos ver al señor Pérez porque sabíamos que no encontraríamos en él a un varón grave y solemne. Luego si el señor Pérez se transforma en un varón grave y solemne tendrá que relajarse definitivamente la devoción que le ha rodeado en todos los tiempos. Grave y solemne vemos todos los días al señor don Alberto Ulloa, por ejemplo, más lo sentimos aparejado a su temperamento y a su talle. Nos sorprendería en cambio verle festivo y baturro. Pero grave y solemne no podemos ver al señor Manuel Bernardino Pérez ni siquiera por un minuto. Esta es una de las razones por las cuales nos opondríamos a que el señor Pérez fuese elegido presidente de la Corte Suprema y no nos opondríamos a que fuese elegido presidente de la República. Aunque pensamos que legislador y no gobernador es el señor Pérez por antonomasia.
Tanto como el voluntario alejamiento del señor Pérez de la Cámara de Diputados solo podría asombrarnos, verbigracia, su voluntario alejamiento de las traviesas veredas y de los recatados vericuetos de la galantería. A pesar de que hemos asistido a una claudicación del señor Pérez el día en que demandó cárcel, tortura y contumelia para Norka Rouskaya, no creemos que sea posible que el glorioso diputado por Cajamarquilla deje algún día de ser un teórico don Juan listo para alfombrar de requiebros el paso de las ricas hembras.
Por eso, porque nos damos cuenta de lo sensible que sería que se desnaturalizase la personalidad de uno de los peruanos más sustanciosos y preclaros, pensamos que el arranque del señor Pérez ha sido un arranque transitorio y fugaz. Que ha sido solo un acto primo.
Y nos quejamos acerbamente de que la Cámara de Diputados no se apresurase anteayer a atajar al señor don Manuel Bernardino Pérez, a cerrarle la puerta y a devolverlo a su escaño como un niño engreído.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de febrero de 1918. ↩︎