10.4. Todo permanente

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Acaba de engolfarse la Cámara de Diputados en otra sesión permanente. Se diría que no quiere celebrar cuarenta y cinco sesiones sino una sola sesión durante toda la legislatura, aunque esa sesión tenga que ser una sesión de cuarenta y cinco días. Acaso así se hace la ilusión de que acorta la legislatura. O, por lo menos, de que desobedece de alguna manera la convocatoria del señor Pardo.
         Gentes vagabundas, murmuradoras y baldías, de aquellas que permanentemente van a la barra, “militan en la oposición” y creen en la experiencia de los vocales de la Suprema, han venido a preguntarnos:
         –¿Por qué ha vuelto la Cámara a declararse en sesión permanente?
         Y nosotros les hemos respondido:
         –Será porque el gobierno del señor Pardo ha declarado a las cámaras en legislatura permanente.
         Entonces nos han preguntado:
         –¿Y por qué no protestan ustedes? ¿Por qué no “le dan duro” al gobierno? ¿Por qué no “golpean” a las cámaras?
         Pero nosotros que estamos ya cansados de que se nos condene a este papel romántico y denodado de paladines pertinaces apenas si hemos tenido fuerzas para responderles con una sonrisa a las gentes vagabundas, murmuradoras y baldías de la barra.
         Silenciosamente hemos reflexionado en que el Congreso va perdiendo su fisonomía personal con estas prolongaciones indefinidas de su funcionamiento. En el Perú se ha clamado siempre contra el gobierno entre otras razones porque el gobierno dura todo el año. Y se ha clamado siempre por el Congreso entre otras razones porque el Congreso no dura sino tres, cuatro o cinco meses. Únicamente se ha clamado contra el Congreso cuando el Congreso no ha ayudado a las muchedumbres ciudadanas a clamar contra el gobierno. Pero desde el momento en que el Congreso empiece a ser permanente como el gobierno va a parecerle también intolerable a la nación.
         Estamos convencidos de que la popularidad del Congreso ha residido tradicionalmente en su duración transitoria. El interés popular rodea al Congreso porque el Congreso funciona solo por temporadas. Por eso no es prudente que al funcionamiento legislativo se le quite carácter de temporada. Ese carácter de temporada es lo que más lo recomienda a la simpatía pública. Para las gentes la temporada parlamentaria vale más por temporada que por parlamentaria. Lo mismo que la temporada de carreras, lo mismo que la temporada de toros y lo mismo que la temporada de gallos.
         Pero, a pesar de que sentimos que se está desnaturalizando al Congreso peruano con el alargamiento indefinido de su vida extraordinaria, no queremos pronunciar ninguna protesta ni pronunciar ninguna imprecación. Preferimos guardar nuestro sosiego y nuestra compostura. Y desperezarnos bostezando delante de esta máquina de escribir que se nos antoja la única “persona” que nos entiende en el mundo, además de ser la única que nos ayuda y que nos socorre.
         Dominados por este aburrimiento, por esta abulia y por esta pereza, nos hemos alejado del Parlamento. Ya no vamos todas las tardes a la Cámara del señor Pardo. Ya no vamos siquiera a la Cámara del señor don José Carlos Bernales. Si pasamos por los locales legislativos es furtiva y momentáneamente. Y cuando tenemos la necesidad espiritual de ver, por ejemplo, al señor don Manuel Bernardino Pérez, salimos a buscarle por el centro a la hora del mediodía en que –después de haber derramado obesamente sus refranes al paso de las ricas hembras– le regatea a una india frutera, a quien llama su “caserita”, la opima palta carachosa que ha de complementar su almuerzo de patriarca criollo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de febrero de 1918. ↩︎