10.13. Pase obligado

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Pensaban las gentes que el señor Pardo no iba a hallar fácilmente un buen sucesor para el señor Maldonado. Miraban al señor Tudela y Varela como a un varón abnegado que se echaba sobre las espaldas la carga de un ministerio más pesado que una casa vieja. Y mientras tanto, era todo lo contrario. El señor Pardo tenía muy cerca un financista de repuesto. Lo tenía dentro de su mismo gabinete. Lo tenía al alcance de la mano.
         Asombradas, pues, han visto las gentes que no solo había en el señor Tudela y Varela un ministro de Hacienda latente. Había también un ministro de Hacienda latente en el señor Arenas. Acaso hay un ministro de Hacienda en cada ministro actual del señor Pardo. Hasta en el excelente señor Flórez que, con un vernal chicago de paja y con una cara llena de bondad y de sonrisa, pasa por las calles en un automóvil raudo y travieso como un chiquillo.
         Este sistema de los pasos ministeriales tiene alarmados a los hombres principistas. Un ministro que lo mismo puede servir para administrar los recursos que, para dirigir los gendarmes de la nación, les parece a los hombres principistas un ministro de farándula. Y es que probablemente no comprenden que el señor Pardo es un presidente sapientísimo y previsor que se rodea de funcionarios simultáneamente aptos para rondar la ciudad a caballo y para conducir los negocios internacionales.
         Derribado el señor Maldonado, no era posible, por consiguiente, que el señor Pardo se viese en un atrenzo embarazoso. El señor Tudela y Varela estaba allí para servirle y auxiliarle. Y cansado el señor Tudela y Varela a pesar de los acuciosos y solícitos votos de las cámaras, estaba allí el señor Germán Arenas para librarle de desazones.
         Y tan confiado en sí mismo y en su ventura nos manda el señor Pardo, que ni aun se ha atemorizado de darles el Ministerio de Gobierno a los liberales. Solo se ha preocupado de que el liberal favorecido con el Ministerio de Gobierno no sea uno de aquellos liberales revoltosos y conspiradores. Ha buscado un liberal pacífico. Un liberal que jamás ha sido montonero. Un liberal que jamás ha puesto cupos. Un liberal que jamás ha corrido por las quebradas. Un liberal, preciado amigo nuestro, que ha sido siempre una buena persona, un político moderado y un burgués apacible. Un liberal amante del orden público, del principio de autoridad y de las costumbres honestas. Un liberal que cualquiera de estos días podría amanecer de ministro de Guerra porque ni siquiera ha podido inocularle el señor Pinzás sus foscos sentimientos antimilitaristas.
         Agitadas por la compostura del gabinete contemplan las gentes, alternativamente, al señor don Germán Arenas y al señor don Samuel Sayán y Palacios. Los siguen en su juramento. Los rodean en su despacho en la hora de las felicitaciones. El blanco de sus miradas es, principalmente, el señor Arenas a quien espera la ciudad ver muy pronto en denodado trance parlamentario.
         Y poniéndole al remedio su ladino comentario refranero, habla así por las calles el señor don Manuel Bernardino Pérez, blandiendo la consuetudinaria palta destinada a matizar su almuerzo patriarcal:
         –Ya verá el Perú que el señor Arenas sirve lo mismo para un fregado que para un barrido.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de febrero de 1918. ↩︎