10.14. Duende, pero bloque

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Oigamos a los cazurros y maliciosos periodistas de La Rifa. Intermitentemente salen a su ventana para decirle a la ciudad que el bloque no existe. Su negativa se va haciendo cada vez más humorística. Y menos negativa.
         Después de que el decano sostuvo luengamente desde su primera columna que el bloque había muerto, las gentes antiguas y conservadoras, las buenas gentes que creen en ese periódico lo mismo que en un calendario las armas de la patria, se dijeron confiadas e ingenuas:
         –Bueno; el bloque ha muerto.
         Pero al siguiente día, cuando los periodistas de La Rifa se asomaron otra vez a su ventana para repetir que el bloque había muerto, que les constaba que había muerto y que todo el mundo sabía que había muerto, las mismas gentes antiguas y conservadoras tuvieron que sorprenderse de la insistencia.
         Y exclamaron:
         –¡Si no lo dudamos!
         Y ayer, cuando los periodistas de La Rifa le han hablado por tercera vez a la ciudad negándole la existencia del bloque, el asombro de esas gentes ha sido desmesurado.
         Muy intranquilas se han preguntado:
         –¿Por qué se nos repite tanto que el bloque ha muerto? ¿Será acaso porque el bloque no ha muerto realmente?
         Ha surgido así la duda sobre la palabra del decano en su público tradicional, en su público propio, en su público creyente. Y no ha sido despertada por los taimados enemigos del decano. Ni ha sido despertada por nosotros sus modestos contradictores. Ha sido despertada por el decano. Y no podemos sospechar que el decano la haya despertado sin querer. Porque reconocemos su habilidad, su destreza y su maestría para que se entienda lo que dice y hasta lo que no dice.
         Expresando el sentimiento de las gentes antiguas y conservadoras no tenemos por qué expresar el sentimiento de las gentes modernas y revolucionarias, que son cada día, aparte de más numerosas, más suspicaces, más burlonas, más traviesas y más murmuradoras. El decano sabe cuán aguda y avizora es la perspicacia de la ciudad.
         Y, por eso, nos confirmamos en el convencimiento de que los periodistas de La Rifa no quieren persuadir a nadie de que el bloque no existe ni se mueve sino de que existe. Y de que si no se mueve todavía puede moverse de repente.
         Oigamos al decano. Y oiremos que nos habla del bloque–duende. Se obstina en situar al bloque en zonas del misterio. Se empeña en denominarlo sombra, fantasma, espíritu. Y lo denomina: el bloque–duende.
         El público exclama naturalmente.
         –Duende, ¡pero bloque!
         Y entonces los periodistas de La Rifa probablemente se sonríen. Porque lo que les interesa es que se hable del bloque como de una sombra, como de un fantasma, como de un espíritu. Saben que el bloque pujante y vigoroso de otros tiempos se ha acabado. Y se acogen a su nombre para seguir operando en las sinuosas veredas de la política nacional. Tratan de hacer del recuerdo del bloque un auspicio sobrenatural para sus empresas y aventuras.
         Niegan la existencia del comité de la calle de La Rifa con la misma sinceridad con que se niegan sus actuales inquietudes. Y con la misma sinceridad con que gritan:
         –¡Nos importa un ardite que el futuro presidente sea Pedro, Sancho o Martín!
         Para que el público los escuche, los mire y les responda:
         –¡Ajá!
         Pensando de consuno con el público queremos hacerles a los periodistas del comité de la calle de La Rifa una pregunta y una invitación:
         –¿Les importa a ustedes un ardite que el futuro presidente sea Pedro, Sancho o Martín? Muy bien. Entonces vamos a adherirnos, ustedes y nosotros, a la candidatura del señor Aspíllaga. Juntémonos todos los peruanos alrededor del señor Aspíllaga. ¡El señor Aspíllaga es muy gentleman, muy elegante, muy distinguido, muy honorable, muy rico!
         Es una honrada invitación nuestra. ¡A que los periodistas de La Rifa no nos dicen que bueno! Se callan, se esconden, se escurren, se meten dentro de ellos mismos.
         Sin embargo, nosotros insistimos. Modificamos así nuestra pregunta y nuestra invitación:
         –¿No les gusta a ustedes el señor Aspíllaga? ¡Entonces vamos a adherirnos, ustedes y nosotros, al señor Leguía! ¡Juntémonos todos los peruanos alrededor del señor Leguía! ¡El señor Leguía es muy hombre, muy estadista, muy peruano, muy popular!
         Y tampoco nos dicen que bueno los periodistas de La Rifa. Momentáneamente se ponen nerviosos. Y, lo mismo que antes, se callan, se esconden, se escurren, se meten dentro de ellos mismos.
         Renovamos otra vez este esfuerzo para que el decano nos demuestre que le importa un ardite que el futuro presidente sea Sancho o Martín. Y volvemos a modificarle nuestra pregunta y nuestra invitación:
         –¿No les gusta a ustedes el señor Leguía? ¡Entonces vamos a adherirnos, ustedes y nosotros, al señor Prado! Juntémonos todos los peruanos alrededor del señor Prado. ¡El señor Javier Prado, maestro de la juventud, es muy talentoso, muy bien intencionado, muy culto, muy sabio!
         Y, por supuesto, tampoco nos dicen que bueno los periodistas de La Rifa. Tampoco nos prueban su buen deseo de que el país se dé el presidente que mejor le acomode. Tampoco se avienen con ninguna conjunción ni con ninguna fórmula posibles.
         Pero siempre les importa un ardite que el presidente sea A o B. Para ellos A y B no son siquiera dos iniciales…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de febrero de 1918. ↩︎