1.8. Este proceso - El voto de honor
- José Carlos Mariátegui
Este proceso1
Tenemos delante de nosotros un trascendental montón de papeles que representa el proceso electoral de Lima. Cinco graves varones van a examinar prontamente uno por uno todos estos papeles. Y más tarde estos cinco graves varones van a hacer dos credenciales de diputados propietarios y cuatro credenciales de diputados suplentes si para tantos diputados suplentes dan los votos vencedores.
Este proceso electoral de Lima no es una obra homogénea sino una obra heterogénea. Tiene el abigarramiento de las multitudes mestizas. Han intervenido en ella nobles entusiasmos cívicos y deshonestas morbosidades legicidas, solemnes palpitaciones democráticas y viciosas concomitancias palatinas, gritos sinceros de ciudadanos fervorosos y gritos cotizables de bigardos alquilones, desfiles a pie en son de triunfo y desfiles en automóvil en son de fuga, doctrinas capciosas de la dialéctica gobiernista y doctrinas sonoras de la dialéctica rebelde, votos ingenuos y votos estipendiados, ánforas transparentes y ánforas sombrosas. Parece el proceso, así confeccionado, una capa elegante con remiendos ramplones.
El señor Torres Balcázar está en cuclillas examinando los papeles del proceso con ojo de lince y lente perspicaz. Sus manos tribunicias cogen uno por uno los papeles de la elección. Intermitentemente el señor Torres Balcázar pronuncia esta palabra:
—Bueno.
Intermitentemente pronuncia también esta otra palabra:
—Malo.
Hace un instante el señor Torres Balcázar se ha puesto de pie y le ha preguntado a la junta escrutadora con una cara muy seria y socarrona:
—¿Es cierto que el proceso es bueno? ¿O es cierto que el proceso es malo?
Y ha tornado a ponerse en cuclillas para seguir examinando los papeles del proceso con ojo de lince y con lente perspicaz.
Mira la Junta Escrutadora los papeles del proceso con grimas y a prensiones. Piensa que existe pendiente sobre ella una responsabilidad histórica. Siente que a su lado está el gobierno seduciéndola, enamorándola, asediándola. Y comprende que todo el país la está mirando atentamente.
Desde la puerta de nuestra imprenta vemos al señor Jorge Prado rodeado de sus electores. Pensamos que su continente es un continente auténtico de diputado electo. Sabemos que la casona del General La Fuente vive llena de cumplidos y de felicitaciones. Comprendemos que seis mil votos son en estos momentos plinto, dosel y dombo para el señor Jorge Prado.
Hay dentro del Palacio de Gobierno un ademán muy airado y un gesto ácido. Para este ademán airado y para este gesto ácido el señor Jorge Prado no es diputado electo por Lima. Únicamente lo son el señor Luis Miró Quesada y el señor Gerardo Balbuena.
Vienen los hombres de gobierno a nuestro umbral y nos preguntan.
—¿No sienten ustedes que Lima se regocija? ¿No sienten Uds. que Lima se exalta? ¿No sienten Uds. que Lima se estremece? ¿Este regocijo, esta exaltación y este estremecimiento no les dicen a ustedes que han triunfado el señor Miró Quesada y el señor Balbuena?
Nos quedamos callados para no decir que no sentimos regocijo, exaltación y estremecimiento algunos en la ciudad.
Después de las elecciones, nuestra democracia reticente y sediciosa como el alma de un virote se ha puesto a dormir una siesta.
Ha pasado por la casona del General La Fuente una procesión de gentes vibrantes, y luego se ha quedado la ciudad en sosiego y en calma.
Ya no hay dentro de las victorias y dentro de los automóviles gentes de alquiler. Ya no hay en los suburbios clubes bullangueros. Ya no hay en las plazuelas turbio y tropical ambiente de jornada cívica.
Ahora tenemos delante de nosotros un montón de papeles que aguardan análisis, mensura y tasa.
Este proceso electoral de Lima no es una obra homogénea sino una obra heterogénea. Tiene el abigarramiento de las multitudes mestizas. Han intervenido en ella nobles entusiasmos cívicos y deshonestas morbosidades legicidas, solemnes palpitaciones democráticas y viciosas concomitancias palatinas, gritos sinceros de ciudadanos fervorosos y gritos cotizables de bigardos alquilones, desfiles a pie en son de triunfo y desfiles en automóvil en son de fuga, doctrinas capciosas de la dialéctica gobiernista y doctrinas sonoras de la dialéctica rebelde, votos ingenuos y votos estipendiados, ánforas transparentes y ánforas sombrosas. Parece el proceso, así confeccionado, una capa elegante con remiendos ramplones.
El señor Torres Balcázar está en cuclillas examinando los papeles del proceso con ojo de lince y lente perspicaz. Sus manos tribunicias cogen uno por uno los papeles de la elección. Intermitentemente el señor Torres Balcázar pronuncia esta palabra:
—Bueno.
Intermitentemente pronuncia también esta otra palabra:
—Malo.
Hace un instante el señor Torres Balcázar se ha puesto de pie y le ha preguntado a la junta escrutadora con una cara muy seria y socarrona:
—¿Es cierto que el proceso es bueno? ¿O es cierto que el proceso es malo?
Y ha tornado a ponerse en cuclillas para seguir examinando los papeles del proceso con ojo de lince y con lente perspicaz.
Mira la Junta Escrutadora los papeles del proceso con grimas y a prensiones. Piensa que existe pendiente sobre ella una responsabilidad histórica. Siente que a su lado está el gobierno seduciéndola, enamorándola, asediándola. Y comprende que todo el país la está mirando atentamente.
Desde la puerta de nuestra imprenta vemos al señor Jorge Prado rodeado de sus electores. Pensamos que su continente es un continente auténtico de diputado electo. Sabemos que la casona del General La Fuente vive llena de cumplidos y de felicitaciones. Comprendemos que seis mil votos son en estos momentos plinto, dosel y dombo para el señor Jorge Prado.
Hay dentro del Palacio de Gobierno un ademán muy airado y un gesto ácido. Para este ademán airado y para este gesto ácido el señor Jorge Prado no es diputado electo por Lima. Únicamente lo son el señor Luis Miró Quesada y el señor Gerardo Balbuena.
Vienen los hombres de gobierno a nuestro umbral y nos preguntan.
—¿No sienten ustedes que Lima se regocija? ¿No sienten Uds. que Lima se exalta? ¿No sienten Uds. que Lima se estremece? ¿Este regocijo, esta exaltación y este estremecimiento no les dicen a ustedes que han triunfado el señor Miró Quesada y el señor Balbuena?
Nos quedamos callados para no decir que no sentimos regocijo, exaltación y estremecimiento algunos en la ciudad.
Después de las elecciones, nuestra democracia reticente y sediciosa como el alma de un virote se ha puesto a dormir una siesta.
Ha pasado por la casona del General La Fuente una procesión de gentes vibrantes, y luego se ha quedado la ciudad en sosiego y en calma.
Ya no hay dentro de las victorias y dentro de los automóviles gentes de alquiler. Ya no hay en los suburbios clubes bullangueros. Ya no hay en las plazuelas turbio y tropical ambiente de jornada cívica.
Ahora tenemos delante de nosotros un montón de papeles que aguardan análisis, mensura y tasa.
El voto de honor
Hemos ido a la plazuela de San Marcelo y les hemos preguntado a los vecinos:
—¿El ministro de Hacienda ha venido aquí a votar por el señor Torres Balcázar?
Y los vecinos de la plazuela de San Marcelo nos han respondido:
—No.
Solo entonces nos hemos dado cuenta perfecta de que el gobierno ha hostilizado con toda el alma la candidatura del señor Torres Balcázar.
Creíamos anteriormente que había sido tan solo su adversario leal y cortés. Pensábamos que no le negaría un voto de honor. Sabíamos que el señor García y Lastres se lo había prometido al señor Torres Balcázar.
Pero el señor García y Lastres no ha cumplido su compromiso. No le ha dado al señor Torres Balcázar el voto aguardado. No ha ido a la plazuela de San Marcelo a pie ni en automóvil para llevar a las ánforas el sufragio del gobierno del señor Pardo.
Nos hemos quedado asombrados. Una consternación muy grande se ha apoderado de nuestro espíritu. Y hemos mirado rencorosamente el automóvil que lleva y trae del Palacio de Gobierno al señor García y Lastres.
Este pequeño ministro de Hacienda, este amigo del señor Mac Adoo, este restaurador de la riqueza fiscal, este padrino de la industria triguera, este aliado del pan negro, tenía un motivo supremo para votar por el señor Torres Balcázar y para abrirle de par en par con su anhelo la puerta de la Cámara de Diputados.
Entre el señor García y Lastres y el señor Torres Balcázar estaba pendiente una discusión trascendental sobre la hacienda peruana.
Se ha olvidado de esto el señor García y Lastres. Ha dejado cortada una discusión que comprometía su reputación científica. Ha consentido que se ponga punto final definitivo a un duelo entre él y el señor Torres Balcázar.
Para exonerarse de una tremenda responsabilidad caballeresca, el señor García y Lastres no tiene otro camino que el de abandonar el Ministerio de Hacienda antes de que empiece la nueva legislatura.
Así sabría el país que el debate iba a quedar interrumpido de toda suerte.
—¿El ministro de Hacienda ha venido aquí a votar por el señor Torres Balcázar?
Y los vecinos de la plazuela de San Marcelo nos han respondido:
—No.
Solo entonces nos hemos dado cuenta perfecta de que el gobierno ha hostilizado con toda el alma la candidatura del señor Torres Balcázar.
Creíamos anteriormente que había sido tan solo su adversario leal y cortés. Pensábamos que no le negaría un voto de honor. Sabíamos que el señor García y Lastres se lo había prometido al señor Torres Balcázar.
Pero el señor García y Lastres no ha cumplido su compromiso. No le ha dado al señor Torres Balcázar el voto aguardado. No ha ido a la plazuela de San Marcelo a pie ni en automóvil para llevar a las ánforas el sufragio del gobierno del señor Pardo.
Nos hemos quedado asombrados. Una consternación muy grande se ha apoderado de nuestro espíritu. Y hemos mirado rencorosamente el automóvil que lleva y trae del Palacio de Gobierno al señor García y Lastres.
Este pequeño ministro de Hacienda, este amigo del señor Mac Adoo, este restaurador de la riqueza fiscal, este padrino de la industria triguera, este aliado del pan negro, tenía un motivo supremo para votar por el señor Torres Balcázar y para abrirle de par en par con su anhelo la puerta de la Cámara de Diputados.
Entre el señor García y Lastres y el señor Torres Balcázar estaba pendiente una discusión trascendental sobre la hacienda peruana.
Se ha olvidado de esto el señor García y Lastres. Ha dejado cortada una discusión que comprometía su reputación científica. Ha consentido que se ponga punto final definitivo a un duelo entre él y el señor Torres Balcázar.
Para exonerarse de una tremenda responsabilidad caballeresca, el señor García y Lastres no tiene otro camino que el de abandonar el Ministerio de Hacienda antes de que empiece la nueva legislatura.
Así sabría el país que el debate iba a quedar interrumpido de toda suerte.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de mayo de 1917. ↩︎