1.9. Seguimos neutrales

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El fuerte y rubio país del Káiser, de Von Bernhardi, de Bethmann Hollweg, de la cerveza negra, de los submarinos aviesos y de la filosofía nietzcheana, es un país que nos está mimando, enamorando y seduciendo. El fuerte y rubio país que es fiero con los demás hombres es dulce y amable con nosotros. El fuerte y rubio país que desafía a todo el mundo quiere nuestra amistad y teme nuestro resentimiento.
         erdad es que aún no hemos recibido desagravio, disculpa y satisfacción por el hundimiento de esa modesta nave peruana que uno de los submarinos de Alemania hundió en el litoral español.
         Pero es verdad también que el ministro de Alemania obsequia a nuestro canciller ilustre. El gobierno de Alemania y el gobierno del Perú se ponen al partir de un confite. Alemania, vestida de frac, alaba la gentileza de nuestras damas y la hidalguía de nuestros varones. Una blonda música germana arrulla el yantar de grandes hombres del Perú y grandes hombres de Alemania.
         El señor Riva Agüero siente hoy que un deliquio de la música vienesa ha adormecido todas las palpitaciones de su azulada sangre de príncipe de Bélgica. Hace olvido de sus arrestos heroicos de otros tiempos. Ve al imperio alemán, tierno, acucioso y solícito, a las plantas de la república peruana. Comprende toda la trascendencia de nuestra neutralidad.
         Es que Alemania, procaz para todos los otros países, es galantísima para el Perú. Vienen del férreo Berlín a la mestiza Lima aromadas ondas de Amor. Y si la reparación de un imprevisto ultraje a la bandera peruana, se demora todavía es a fin de revestirla de toda la solemnidad posible. Mañana o pasado mañana mil navíos germanos saludarán el pabellón que flameó en el mástil fenicio de la “Lorton”.
         Así es como el señor Riva Agüero va sintiendo progresivamente amortecida su solidaridad con la casa real de Bélgica. Así es como el señor Riva Agüero va persuadiéndose de que los lazos familiares no deben debilitar la ecuanimidad de un hombre de Estado. Las relaciones entre nuestro príncipe belga y la corte del rey Alberto atraviesan un instante delicado y azaroso.
         Una de las primas egregias del señor Riva Agüero, la princesa de Lygne, encargó un día a uno de los caballeros de la corte un viaje de propaganda por América. Hada madrina de los huérfanos de Bélgica, la princesa de Lygne quería que todas las damas americanas se asociaran a favor de sus protegidos. Y puso en manos de su embajador las credenciales de su misión en estas palabras:
         —Vea usted en el Perú a Riva Agüero. Riva Agüero es mi primo.
         Ha venido al Perú el embajador de la princesa de Lygne y ha pedido el concurso y el patrocinio personal del señor Riva Agüero para asociar a las aristocráticas damas del Perú a la obra de la princesa excelsa.
         Y aunque ese emisario ha invocado sus sentimientos de parentesco con la familia real de Bélgica, el señor Riva Agüero le ha respondido:
         —Yo soy el canciller del Perú. Y yo no puedo infringir mi neutralidad.
         Vano ha sido que el emisario de la princesa de Lygne haya dicho que el amparo de empresa filantrópica no puede infringir neutralidad alguna.
         El señor Riva Agüero se ha esforzado una vez más en demostrar que tiene una voluntad inquebrantable.
         Pregúntanse las gentes por qué el señor Riva Agüero no ha recibido con el cumplimiento debido a un embajador de su real prima. Piensan a veces que habrá sido porque no ha llegado a usanza tradicional con escolta, séquito y ofrenda. Se pierden en deducciones incongruentes y absurdas.
         Y mirando al señor Riva Agüero y a los funcionarios de la cancillería comer en la mesa suntuosa del embajador alemán, se dicen que el fuerte y rubio país de los Hohenzollern nos está mimando, enamorando y seduciendo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de mayo de 1917. ↩︎