1.7. Congratulándonos - Desde lejos

  • José Carlos Mariátegui

Congratulándonos1  

         He aquí que la voz del gobierno dice:
         —Ha habido libertad electoral…
         La voz del gobierno no es en estos momentos la voz de sus escritores ni la voz de sus turibularios. Es la voz de sus funcionarios políticos. Es la voz del director de policía señor Álvarez Sáez.
         Una de estas tardes el gobierno hará que otro de sus altos funcionarios, el señor Heráclides Pérez, le afirme al país o le afirme exclusivamente al cajero fiscal:
         —Hay legalidad administrativa.
         El país tendrá que creerlo.
         El señor Álvarez Sáez les ha tendido la mano a las autoridades de policía y les ha dicho:
         —Bien. Admirable. Pluscuamperfecto. El gobierno los felicita a ustedes por su imparcialidad.
         Una frase de un funcionario del señor Pardo es incontrovertible y definitiva.
         Nosotros queremos sentir que la verdad está en los labios del régimen. Para escucharla hemos levantado la cara al Palacio de Gobierno. No ha habido en nuestro corazón reserva ni mala voluntad.
         Y hemos tenido la energía de persuadirnos de que ha habido libertad electoral.
         Nos hemos dicho que el apresamiento de los amigos del señor Prado y del señor Torres Balcázar, la agresividad de los gendarmes, de los policías y de los caballos, los secuestros de funcionarios electorales, la coacción de los ciudadanos y el matonismo de los galloferos, han sido tan solo mendacidades de las gentes insensatas.
         Ha habido libertad electoral.
         El convencimiento de que no se ha asesinado a ningún hombre debía bastar para hacérnoslo sentir.
         Acaso es verdad que han estado gobernando nuestra burocracia brigadas de hampones y farautes, soliviantados por la noble bebida nacional llamada pisco, pero es verdad igualmente que hemos podido ocultarnos en nuestras casas para librarnos de procacidades y fastidios.
         Escondidos bajo nuestras camas, acogidos a la gracia de Dios, alejados de todo enardecimiento partidarista podíamos tener la seguridad de que no nos llevarían presos ni nos atropellarían con un caballo.
         Los hombres del gobierno únicamente querían que el señor Miró Quesada y el señor Balbuena fuesen diputados por Lima. Si nosotros acudíamos a las ánforas para sufragar a su favor, nada malo nos ocurriría. Era apenas necesario que nos apartásemos de la imprudencia de votar por el señor Prado o por el señor Torres Balcázar.
         —Ha habido libertad electoral— aseveran los funcionarios del señor Pardo.
         Cerramos los ojos para responderles:
         —Bueno.

Desde lejos  

         No mezquinas y sórdidas sino amorosas, buenas y cristianas son nuestras diáfanas almas de escritores. Para varios candidatos hemos anhelado el triunfo en las elecciones, pero singularmente para uno han sido todos nuestros votos íntimos y afectuosos. Para uno han sido todas nuestras complacencias. Para uno han sido todas nuestras súplicas al cielo.
         Este candidato no es el señor Prado, ni el señor Torres Balcázar, ni el señor Víctor Andrés Belaunde, ni el señor Emilio Sayán Palacios, ni el señor Pinzás, ni el señor Peña Murrieta, ni siquiera el señor Juan Pardo. Es el señor Felipe Barreda y Laos. El mismo señor Barreda y Laos que nos desdeña. El mismo señor Barreda y Laos que nos repudia. El mismo señor Barreda y Laos que, siendo primo del presidente de la república, puede ser también diputado por Cajatambo.
         Un ciudadano chico y magro, el señor Dunstan, ha querido a todo trance atajar la elección del señor Barreda y Laos. La pobre legislación de esta tierra ha tenido la indolencia de no poner en las manos orgullosas y blancas del señor Barreda y Laos los medios legales adecuados para castigar la osadía del señor Dunstan. El señor Dunstan ha seguido siendo ciudadano del Perú y aspirante a la diputación por Cajatambo.
         Nuestro encono al señor Dunstan ha sido nuestro encono máximo. Tanta pertinacia, tanto tesón y tanto empeño de un ciudadano chico y magro por cerrarle la puerta de la Cámara de Diputados al señor Barreda y Laos nos han parecido merecedores de cualquiera de las sanciones del Código de Justicia Militar.
         Y es que deseamos muy vivamente que el señor Barreda y Laos entre a la Cámara de Diputados. Queremos verle allí para oírle hablar en nombre de su tradición, de su abolengo y de su prosapia, rutilantes, impolutas y aromadas palabras. Pensamos que un señor Barreda y Laos que se va hasta Cajatambo para regresar de diputado, ha de llevar al parlamento mucho lustre, mucho honor y mucha gloria.
         Hace tiempo que oímos afirmar a sus amigos:
         —Felipe Barreda y Laos tiene talento.
         El país no puede ponerlo en duda. Únicamente se pregunta si en el señor Barreda y Laos es también el talento una cosa del apellido. Espera una contestación. Y la espera del señor Barreda y Laos diputado.
         Afortunadamente ya están en Lima los telegramas que anuncian el triunfo del señor Barreda y Laos en la elección de Cajatambo. Tenemos que creer en ellos a pesar de que los han trasmitido los hilos del Estado. Hay en sus palabras una ingenuidad expresiva.
         Cuentan esos telegramas que el pueblo de Cajatambo alborozado se congregó para felicitar al subprefecto por el triunfo del señor Barreda y Laos. Ese pueblo, honrado y simplicio en sus actitudes, veía en el subprefecto al personero del señor Barreda y Laos. No pudiendo estrecharle la mano al señor Barreda y Laos se la estrechaba al subprefecto. Ese pueblo supone seguramente que el subprefecto ha ido a Cajatambo para hacer diputado al señor Barreda y Laos.
         Inevitablemente el señor Dunstan traerá de Cajatambo otros papeles de diputado. Irá a la Corte Suprema para hacerle reparos y sacarles máculas a los papeles del señor Barreda y Laos. Se pondrá en la puerta misma de la Cámara de Diputados para cerrarle el paso.
         Pero todo en vano.
         Absurdo sería que un señor Felipe Barreda y Laos, primo del presidente de la República, no pudiese entrar a la Cámara de Diputados para representar a la provincia de Cajatambo en el año de 1917.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de mayo de 1917. ↩︎