1.3. Amanece - Balbuena, suplente

  • José Carlos Mariátegui

Amanece1  

         En esta madrugada intranquila y nerviosa sale al umbral de su puerta el señor Juan Manuel Torres Balcázar con un manifiesto al pueblo de Lima en la mano derecha y con un sonoro ademán grandilocuente en la mano izquierda.
         Hasta esta hora ha vivido el señor Torres Balcázar guardando avaramente sus fuerzas de tribuno con pantalón blanco. Solo ha hablado en voz baja. La voz baja es la voz persuasiva, la voz conmovedora, la voz amorosa. Es la voz con que se le habla a la novia y con que se le pide el voto al elector. Y la voz baja cuando es seductora está siempre acompañada de la sonrisa o del llanto. La voz alta es la voz acusadora, la voz revolucionaria, la voz adoctrinante. Es la voz con que se les habla a las multitudes. El señor Torres Balcázar ha concluido de hablar en voz baja y ha comenzado a hablar en voz alta.
         Hoy el señor Torres Balcázar saluda así a todos los ciudadanos de Lima:
         —¡Buenos días!
         Es un chantecler ufano y vibrante que anuncia al Sol y despierta a los hombres. Un chantecler gordo y áureo. Un chantecler que quiere ser el gallo de la pasión para el señor Pardo. Un chantecler avizor, gallardo y denodado.
         Ha leído el señor Torres Balcázar que los periódicos dicen:
         —¡El señor Balbuena y el señor Miró Quesada están proclamados por el partido civil y por el partido liberal!
         Y el señor Torres Balcázar proclama:
         —¡Partidos, no! ¡Retazos de partidos! ¡Pobres retazos!
         Alármanse el señor Miró Quesada y el señor Balbuena con las frases del señor Torres Balcázar y el señor Torres Balcázar grita entonces más pujante que nunca, para que se le oiga dentro del Palacio de Gobierno:
         —¡Yo soy el candidato de la oposición! ¡Yo soy el candidato de todos los hombres que no piensan lo mismo que el señor Pardo! ¡Yo soy el candidato de la rebeldía y del apóstrofe!
         Salen solos a las calles los caballos de los gendarmes.
         Y el señor Torres Balcázar dice entonces:
         —¡Si nos disputan la victoria democrática las arbitrariedades del poder, bueno! ¡Contra la fuerza, la fuerza!
         Aplauden las gentes arrebatadas. Vuelven los caballos de los gendarmes a sus cuadras. Se despiertan las sombras dormidas en el Palacio de Gobierno. La madrugada se llena de entonaciones viriles. Y el señor Torres Balcázar se inclina ante la ciudad y espera la mañana con su papel en la mano derecha y su ademán en la mano izquierda.
         Amanece.
         Es el día último de la semana febril de todas las emociones. Acaso a esta hora se han levantado ya el señor Prado, el señor Miró Quesada y el señor Balbuena. Acaso no se han acostado todavía.
         Vienen y se van de nuestra estancia las gentes trasnochadoras.
         Nuestras almas sienten la fatiga de la ansiedad, de la antesala y de la mala noche.
         Y sobre nuestra mesa vasta y hospitalaria el manifiesto del señor Torres Balcázar vibra solo.

Balbuena, suplente  

         Hoy, sábado.
         Estamos en la víspera del veinte de mayo. Miremos el calendario de don Juan Ríos para comprobarlo. Y sino nos persuadimos aún, veamos el Almanaque de Bristol. El calendario de don Juan Ríos y el almanaque de Bristol nos demostrarán que hoy es diecinueve de mayo y que mañana es veinte de mayo.
         Para el país este mes de mayo no existe sino en dos días. Un día, el veinte. Otro día, el veintiuno. El mes de mayo peruano comienza el veinte y termina el veintiuno. Es un mes vertiginoso en la virtualidad de sus dos días.
         Recorramos las calles. Busquemos a los candidatos. Pongamos nuestras manos en su corazón. Hoy es un día de emociones para los candidatos y para sus partidarios. Todos los candidatos sienten que están viviendo a prisa el mes de mayo. Caminan por las calles apresuradamente. Pero tienen que detenerse a cada instante porque sus prosélitos los atajan.
         No tenemos sino cuatro candidaturas para las diputaciones en propiedad. Sin embargo, estas cuatro candidaturas han sacudido a todos los espíritus. Han bastado para sacarlos de quicio. El bondadoso elector limeño se encuentra con dos diputaciones en las manos y con el señor Prado y el señor Torres Balcázar a su diestra y el señor Balbuena y el señor Miró Quesada a su siniestra.
         Mientras tanto, los candidatos a las diputaciones suplentes son innumerables. El problema de la elección está, pues, solucionado respecto de ellos. El bondadoso elector les promete su voto a todos los pretendientes. Piensa que tiene cuatro diputaciones en las manos y que estas cuatro diputaciones van a ser como los panes y los peces bíblicos.
         Nosotros les preguntamos a los transeúntes:
         —¿Se sabe cuántos candidatos a las diputaciones suplentes hay? ¿Han hecho una estadística de estos candidatos las autoridades? ¿Se ha abierto un registro para ellos?
         Y los transeúntes nos responden:
         —No. Pero se puede sacar la cuenta instantáneamente.
         Y en seguida comienzan a contar a los candidatos, uno por uno, con la ayuda de todos sus dedos, haciendo la exégesis de sus candidaturas:
         —El señor Escribens, uno. El señor Escribens es el candidato de la juventud, de las carreras de caballos, de los periodistas y de los bohemios.
         —Bueno.
         —El señor Devéscovi, dos. El señor Devéscovi es el candidato de los hacendados, del Club Nacional, de su automóvil gris, del toreo clásico y de Gaona.
         —Bueno.
         —El señor Germán Ugaz, tres. El señor Germán Ugaz es el candidato de la tradición demócrata de la Municipalidad, del señor Balbuena y del señor Luis Fernán Cisneros.
         —Bueno.
         —El señor Osterling, cuatro. El señor Osterling es el candidato del barrio de La Victoria, de la Cerámica, de Limatambo y de la Alameda Grau.
         —Bueno.
         —El señor Gonzalo Seoane, cinco. El señor Seoane es el candidato del teatro nacional, de los cinemas, de los “entalladitos”.
         —Bueno.
         —El señor Iturrizaga, seis. El señor Iturrizaga es el candidato de La Prensa, del teatro Mazzi, de los panaderos, de la policía y de las sociedades confederadas.
         —Bueno.
         —El señor Koechlin, siete. El señor Koechlin es el candidato de los conservadores, de las asociaciones pías, de las almonedas y de Abajo del Puente.
         —Bueno.
         —El señor Cossío, ocho. El señor Cossío es el candidato de los distritos rurales y de los hombres de campo.
         —Bueno.
         —El señor Ayllón, nueve. El señor Ayllón es el candidato de los tenedores de libros, del comercio al por menor, de las cajeras de botica magras y cuarentonas y de los horteras con escarpines.
         En este punto detenemos a los transeúntes:
         —Nueve candidatos. ¿Y faltan muchos todavía?
         Los transeúntes nos responden oprimiéndose con la mano derecha cuatro dedos de la mano izquierda:
         —¡Faltan treinta!
         Nos alarmamos y nos volvemos a nuestra casa.
         Pero hasta nuestra casa llega la noticia de un candidato más. Es el señor Balbuena. La última hora hace al señor Gerardo Balbuena candidato a una diputación suplente también.
         Un ciudadano ladino nos ha venido a decir:
         —El señor Balbuena me ha pedido su voto. Yo se lo he prometido. Y voy a votar por él, pero no para diputado propietario sino para diputado suplente.
         Nos hemos sorprendido:
         —¿El señor Balbuena, suplente?
         Y nos ha dicho:
         —Sí: el señor Balbuena suplente. Yo le he prometido mi voto al señor Balbuena, pero no le he puntualizado para qué. Y, además, en esta circular que ha recorrido todo Lima, el señor Balbuena les pide sus votos a los electores, pero no les dice para qué.
         Sentimos, pues, que surge una candidatura más a una diputación suplente.
         Todos los hombres de la ciudad que aman al señor Balbuena y que no pueden votar por él para una diputación en propiedad votarán por él para una diputación suplente.
         Será un voto de honor yuxtapuesto al voto valedero.
         Y así el señor Balbuena tendrá seguramente la satisfacción de haber ganado, entre unos y otros, los votos de la mayoría de los ciudadanos.
         Satisfacción no más.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de mayo de 1917. ↩︎